La brújula ideológica ha quedado sin norte en México tras la campaña electoral. Este domingo el país elegirá quién lo convence más de entre un candidato del PRI que no es militante del partido que otrora fuera hegemónico.

Un proyecto que ha reunido a la derecha e izquierda con la promesa de un Gobierno de coalición y un carismático líder social heredero del nacionalismo revolucionario, que se ha presentado como abanderado de la izquierda pero que se alió con los evangélicos ultraconservadores para impulsar su votación. La boleta se complementa, por primera vez, con un candidato sin partido. Los comicios del 1 de julio serán recordados por ser los más grandes y por haber difuminado, quizá para siempre, el sistema de partidos como se conocía en el país norteamericano.

La antigua cúpula de las FARC, ahora a la cabeza del partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, deberá comparecer el próximo viernes ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el tribunal constituido el pasado mes de marzo para juzgar los crímenes de la guerra en Colombia.

Están citados 32 exjefes de la guerrilla para responder por secuestros cometidos entre 1991 y 2002. Según lo pactado con el Estado durante más de cuatro años de negociaciones en La Habana, para obtener los beneficios judiciales contemplados en los acuerdos, suscritos en noviembre de 2016, los excombatientes tienen que someterse a esta jurisdicción especial.

La abrumadora victoria de Andrés Manuel López Obrador fue tal que las expectativas generadas deberán traducirse pronto en hechos para no rememorar el fantasma de la alternancia.

México convirtió el domingo al tres veces candidato en el presidente con más respaldo de la historia reciente del país, con el 53% del apoyo y cerca de 25 millones de votos. En cierta manera le dio casi un cheque en blanco si se tiene en cuenta el poder que acumulará en el Congreso. Una confianza total para que cumpla con lo que ha prometido durante la campaña e inicie lo que él ha denominado como cuarta transformación.