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Artigos: Mundo
“La pandemia de Coronavirus alterará el orden mundial para siempre” PDF Imprimir E-mail
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Martes, 07 de Abril de 2020 01:26

Por Henry Kissinger.-

“La atmósfera surrealista que ofrece la pandemia de Covid-19 me recuerda cómo me sentí cuando era joven en la 84a División de Infantería durante la Batalla de las Ardenas. Ahora, como a fines de 1944, existe una sensación de peligro incipiente, dirigido a ninguna persona en particular y que golpea al azar y devastadoramente”, escribió Henry Kissinge en su columna publicada el 3 de abril en The Wall Street Journal.

Former U.S. Secretary of State Henry Kissinger attends a conversation at the 2019 New Economy Forum in Beijing, China November 21, 2019. REUTERS/Jason Lee

Sin embargo, advirtió, hay una diferencia importante entre ese tiempo lejano y el nuestro: “La resistencia estadounidense fue entonces fortificada por un propósito nacional. Ahora, en un país dividido, es necesario un gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza pública es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales”.

Última actualización el Jueves, 16 de Abril de 2020 05:56
 
EL GOLPE DE ESTADO CONTRA TRUMP PDF Imprimir E-mail
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Miércoles, 09 de Agosto de 2017 21:14

Santiago Cardenas.-

Ud. no verá tanques en las calles de Washigton. No le llamarán golpe ; sino impeachment. Es un juego de palabras . Al final del día son los  herederos  de la pérfida  Albión. O  tal vez "coup  d' etat  ", que en francés suena más  bonito. Da igual. Lo prepararon desde el mismo día de la toma de posesión con  un  vandalismo incontrolable  a tres cuadras  del Capitolio. Y al día siguiente , domingo , con unas manifestaciones globalizada$ y "espontáneas" en contra de un presidente que comenzaba  a gobernar  el día  seguiente. !!??!!.

A la media le asignaron el papel de pavimentar el camino. Ellos no serán los golpistas . Solamente "paving the way ", según el conocido  dicho en inglés. Las 24  horas del día , todos los días, todos los espacios, a toda hora.Comentarios tras comentarios,insultos tras insultos, párrafo tras párrafo,línea tras línea, editoriales de odio  tras  el  odio de los editoriales.  De acuerdo a  las orientaciones  matutinas  de Leonhardt  en el New York Times - una   versión  del  periódico  Pravda -  como fuente  de  información cotidiana para la televisión y  la prensa satélite from coast to coast  and  from border to border.

Es muy sencillo :  demonizar a  la  actual administración . Y luego, contra el Demonio todo es válido. Y obligatorio.

Ya  tienen a  Maxine Waters  la congresista , afroamericana , californiana y corrupta ,por  por supuesto. Ella es la  encargada de dar la cara y organizar el coup entre los legisladores . La pobre .Se prestó  a ser  la  punta  visible del iceberg. Pero, el gran trozo del hielo conspirativo está bajo el agua del Potomac River. Allí es  donde se mueven y manipulan  los "desplazados"  del poder.  Los resentidos que nunca perdonarán lo que les sucedió en noviembre del 2016.

También ya  tienen los argumentos .Cojidos por los pelos. Pero viables : la supuesta  obstrucción de la justicia y la cantaleta de la colusión con Rusia. O sea, la alta traición de un presidente ilegal

Además los golpistas poseen minorías  vociferantes  y visibles muy activas. Tienen a su expresidente  viviendo a  pocas cuadras de la Casa Blanca.Obama, el antiguo organizador social de los suburbios de Chicago le toca  ahora delinear los grupos militantes  en cada estado del país. A la manera de Trotsky. Y cuentan con los ideólogos del partido demócrata , los  tontos útiles, los indolentes de siempre y  los socarrones que se hacen los chivos locos ante lo que se cocina a ojos vista. Todos  agazapados esperando el momento para aplaudir o mirar pa'l otro la'o.

! Pobres Estados Unidos de América !

Dr Santiago Cárdenas

Última actualización el Sábado, 02 de Septiembre de 2017 13:38
 
China retrocede con Xi PDF Imprimir E-mail
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Martes, 27 de Febrero de 2018 03:28

Collares con la efigie del presidente chino a la venta en Pekín.

Editorial de "El Pais" de Espanha.-

La propuesta del Comité Central del Partido Comunista de eliminar el límite de dos mandatos de cinco años del presidente de China constituye un paso atrás que rompe con 30 años de gestión colectiva y sucesiones ordenadas en el poder. La modificación constitucional —que sin duda será aprobada por una mayoría abrumadora la próxima semana, en la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular— abre la puerta a la perpetuación en el poder de Xi Jinping.

China ha logrado un impensable equilibrio hace pocas décadas entre dictadura comunista y economía de mercado. En la toma de decisiones políticas conviven diferentes corrientes —a veces opuestas—, aunque sea bajo el paraguas del Partido Comunista. Estas diferencias internas se dan en todos los sectores estratégicos y, hasta ahora, han permitido debatir el grado de apertura política o económica o la política exterior y de seguridad. Una de las claves que ha permitido que esas diferencias coexistan era la posibilidad de renovar al líder del país —y, por ende, a buena parte de los círculos influyentes— al cabo de diez años. La China de hoy no es una democracia, pero tampoco es la dictadura de culto semidivino ejercida por Mao Zedong (1943-1976). Gracias a las reformas económicas impulsadas por Deng Xiaoping y sus sucesores, el país ha conseguido salir de un atraso tercermundista para convertirse en una potencia mundial de primer orden. El pragmatismo chino ha permitido, además, la convivencia del sistema comunista con el sistema de autonomía local vigente en Hong Kong y Macao.

Ignorando el legado de Deng, Xi se dispone a incorporar al ordenamiento constitucional chino sus principios políticos. Con la reelección indefinida, explicada oficialmente como necesaria para garantizar la estabilidad, se acaba con cualquier asomo de pluralidad dentro del partido. Se trata de un importante y preocupante retroceso.

Última actualización el Viernes, 23 de Agosto de 2019 04:42
 
Cataluña en su laberinto PDF Imprimir E-mail
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Jueves, 04 de Enero de 2018 20:09

Por MIGUEL SALES.- 

El jueves 21 de diciembre el 80% del electorado catalán acudió a las urnas para votar de manera tranquila y ordenada, en unas elecciones autonómicas realizadas con todas las garantías democráticas, aunque caracterizadas también por algunas anomalías.

De los cabezas de lista de los principales partidos, uno estaba en prisión preventiva (Oriol Junqueras, de Esquerra Republicana de Catalunya) y otro se encontraba prófugo de la justicia en Bruselas (Carles Puigdemont, de Junts per Catalunya). Ambos están acusados de haber proclamado la República Catalana el pasado 27 de octubre, cuando presidían el Gobierno autonómico, saltándose la legalidad vigente y vulnerando la Constitución Española.

El meollo de la cuestión, como se viene planteando desde hace algunos años, es la posibilidad de separar a Cataluña del Reino de España y constituirla en república independiente. En la configuración actual del Estado español, en el que Cataluña es una comunidad autónoma sujeta a las leyes y la Constitución de 1978, esa secesión es imposible. El ordenamiento jurídico vigente garantiza la integridad territorial del país y el concepto de soberanía nacional implica que no bastaría el voto mayoritario de los residentes de una región para que ésta pudiera independizarse.

Ni siquiera una mayoría abrumadora de votos locales podría privar al resto de los españoles del derecho a decidir sobre el conjunto del territorio nacional. Un señor de Ayamonte o una señora de Gijón tienen los mismos derechos a decidir sobre Cataluña —una parte de España, que es su país— que los que tiene cualquier vecino de Badalona a decidir sobre Huelva o Asturias. De modo que solo una reforma constitucional que autorizara el desmembramiento del país mediante un referéndum nacional vinculante podría abrir el camino hacia un divorcio pacífico. Y ningún gobierno, ni de la izquierda ni de la derecha, parece estar dispuesto a acometer un proceso así, que fácilmente podría terminar con la secesión de otros territorios (País Vasco, Galicia, Valencia), la caída de la monarquía borbónica y la desaparición de un país que tiene más de 500 años y que ha desempeñado en el mundo una función histórica y cultural de enorme importancia.

Ante esa situación, los partidos separatistas catalanes decidieron en 2017 oponer a la legalidad constituida una presunta legitimidad constituyente. El problema con que han tropezado es que esa legitimidad que invocaron no era suficiente ni siquiera para reformar el Estatuto de Autonomía y mucho menos para proclamar la independencia. En respuesta, el Estado español aplicó el artículo 155 de la Constitución, destituyó al Gobierno regional y convocó las elecciones que acaban de celebrarse.

El resultado de los comicios era previsible y ha sido muy similar al de años anteriores. Algo menos de la mitad de los votantes apoyó al separatismo y un 52% se inclinó por el constitucionalismo. Inés Arrimadas, cabeza de lista del partido centrista Ciudadanos, ganó en número de sufragios y escaños, pero difícilmente podrá formar gobierno, porque los partidarios de la independencia, al unir fuerzas, cuentan con una exigua mayoría parlamentaria.

Como viene ocurriendo desde hace muchos años, alrededor del 45% de los residentes en Cataluña no quieren seguir siendo españoles. Fue ese sentimiento, azuzado desde el Gobierno autonómico por Puigdemont, Junqueras y sus colaboradores, lo que condujo al referéndum ilegal del 1 de octubre y a la posterior proclamación unilateral de independencia, que terminó anulada por los tribunales y la acción del gobierno central.

Pero entre el fallido referéndum separatista de octubre y la aplicación del artículo 155, ocurrieron tres acontecimientos que no fueron obra del gobierno de Mariano Rajoy y que los independentistas no habían previsto, al menos en la escala en la que efectivamente sucedieron: 3.000 empresas se marcharon de la región, la otra mitad de la población de Cataluña, que se siente tan catalana como española, salió a la calle en dos ocasiones para manifestarse masivamente contra la independencia, y todos los Estados europeos respondieron con una negativa al intento de secesión.

Este baño de realidad desmontó las falacias del relato separatista y, sin embargo, no ha propiciado la solución que el Gobierno esperaba de las urnas.

Cuando el Senado aprobó la aplicación del artículo 155 para hacer frente al golpe separatista que estaba en marcha en Cataluña, Mariano Rajoy tuvo en sus manos la herramienta que le hubiera permitido solucionar el problema, al menos para los próximos decenios. Antes de celebrar nuevas elecciones hubiera sido preciso desarticular la red clientelar que el separatismo había implantado mediante prácticas de corrupción, malversación y prevaricación, intervenir los medios de comunicación a su servicio, sanear el sistema educativo que se había convertido en una máquina de adoctrinamiento nacionalista, purgar el aparato de seguridad, instrumento de los partidos catalanistas que han ejercido el poder durante casi 40 años y, de ser posible, cambiar la ley electoral que privilegia al voto rural, en las zonas donde los separatistas son mayoría. Entre otros fines, esas medidas hubieran permitido que, mientras tanto, los tribunales juzgasen e inhabilitasen a los culpables de la trama golpista, y que la estabilidad política frenara la fuga de empresas y la recesión que amenazaba a la región.

Pero una tarea así habría requerido una intervención prolongada del poder central y la adopción de medidas impopulares. En su lugar, Rajoy optó por la aplicación efímera y homeopática del 155: cesantía de la cúpula gubernamental y convocatoria inmediata de elecciones autonómicas. Para que el nuevo Gobierno se ocupara de acometer la labor que él no quería o no podía realizar.

En la medida en que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa Occidental ha avanzado hacia la integración y la formación de una entidad supranacional que consolide la paz, la democracia y el desarrollo en el continente, el empeño separatista de una fracción de los catalanes constituye un esfuerzo antihistórico. Como quedó demostrado en octubre, ningún Gobierno europeo apoyaría la independencia unilateral del territorio de un Estado miembro, simplemente porque cada país de Europa contiene en su interior una o varias cataluñas. Si el precedente de una Cataluña independiente se hiciera realidad, Córcega, Padania, Baviera o Bretaña podrían plantear mañana reivindicaciones similares. (El caso de Escocia, que durante siglos fue un reino soberano y luego se unió a Inglaterra por voluntad propia y mediante un tratado revocable, no tiene casi nada que ver con la situación de los otros aspirantes).

Por eso, en el hipotético caso de que la secesión se produjese, Cataluña llegaría a ser exactamente lo contrario de lo que auguraban los dirigentes independentistas: un país dividido y empobrecido, fuera de la OTAN, del euro y de la Unión Europea. Y, como queda explicado, las consecuencias para el resto de España serían aún peores.

Una parte del electorado catalán, cegado todavía por el fervor nacionalista, votó el 21 de diciembre por mantener el pulso al Estado. Los demás, la mayoría, optaron por seguir siendo catalanes, españoles y europeos. Un voto histórico y una lección de democracia. Pero también la prolongación de un conflicto sin perspectivas de solución ni a corto ni a medio plazo.

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Domingo, 28 de Enero de 2018 16:58
 
Un tercer partido en Estados Unidos PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Miércoles, 08 de Noviembre de 2017 14:35

Por Jorge Hernández Fonseca

Aparentemente, las bondades del bipartidismo han comenzado a agotarse. Si bien un escenario político de demasiados partidos es poco funcional, la presencia de un tercer partido fuerte en el escenario político norteamericano vendría a constituirse en una especie de fiel de la balanza.


Un tercer partido en Estados Unidos

Jorge Hernández Fonseca

1 de Junio de 2017

 

El fenómeno Donald Trump en la política interna de EUA, independientemente de la simpatía o no que podamos tener con su proyecto político, pudiera sin embargo destrabar un aspecto importante de la política doméstica norteamericana: la excesiva polarización y la ausencia fatal y creciente de diálogo entre los dos partidos tradicionales, el Demócrata y el Republicano.

 

La política bipartidista norteamericana ha demostrado con creces sus ventajas para la estabilidad del panorama político. Sin embargo, en el último cuarto de siglo ha venido demostrando cierto agotamiento al hacer inviable aspectos tan simples como el nombramiento de un funcionario. La aprobación de los presupuestos anuales es el terreno donde más evidente es la pugna bipartidista, amenazando más de una vez con “paralizar al gobierno”, algo grave.

 

Aparentemente, las bondades del bipartidismo han comenzado a agotarse. Si bien un escenario político de demasiados partidos es poco funcional, la presencia de un tercer partido fuerte en el escenario político norteamericano vendría a constituirse en una especie de fiel de la balanza.

 

Hay desde luego otros partidos en EUA fuera de los dos grandes, sin embargo, estamos hablando de un tercer partido tan fuerte como los dos existentes y eso solamente es posible si se da en EUA una situación como la actual: un presidente electo, sin el apoyo de ninguno de los dos partidos tradicionales. Nada más indicado entonces que Donald Trump cree su partido.

 

El partido que crearía Trump no solamente sería el abanderado de su ideología política, diferente como se sabe de la tradición republicana y de la demócrata, sería además el partido que lideraría en algunos casos, o apoyaría a uno de los otros dos partidos en pugna, en otro, papel que ahora no es desempeñado por nadie y que resulta necesario en un momento de la historia norteamericana donde el bipartidismo tradicional da muestras de total disfuncionalidad.

 

 

Artículos de este autor pueden ser encontrados en http://www.cubalibredigital.com

 
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