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Álvaro Vargas Llosa: Quién es Capriles y por qué puede vencer a Chávez PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 26 de Febrero de 2012 14:17

Álvaro Vargas Llosa.-

El resultado de las primarias en Venezuela fue una sorpresa por la impresionante participación, léase el número inesperado de gente que perdió el miedo a asociarse abiertamente con la oposición, pero no por el nombre del ganador, pues Henrique Capriles llevaba tiempo liderando las encuestas. Que más de tres millones de votantes, un 16% del censo electoral, se volcaran a las urnas para unos comicios “internos” da una idea del ansia de cambio que existe: en Estados Unidos y Europa, la participación en comicios internos no supera el 8 ó 10 por ciento del total de votantes habilitados normalmente.

De esos tres millones y pico de sufragantes, más del 62 % optó por un joven de 39 años que ha recibido un claro mandato de la calle. No cabe duda de que los simpatizantes de la Mesa de la Unidad Democrática, la sombrilla bajo la cual se cobija la oposición venezolana, ven a Capriles como el que mejores posibilidades tiene de lograr la hazaña de desalojar a Hugo Chávez del poder en las elecciones presidenciales del 7 de octubre. No es necesariamente el que preferirían en circunstancias normales, sino el que, según ellos, más probabilidades de sobrevivir a la maquinaria chavista tiene.

Su edad es corta, pero no sus credenciales políticas. Llegó a las 25 años al Congreso, al mismo tiempo que Chávez asumió el poder y de inmediato fue elegido presidente de la Cámara de Diputados. Pero Chávez le truncó el mandato cuando disolvió esa institución y la reemplazó por una nueva Asamblea Nacional, el año 2000. Capriles entendió lo que se venía y se abocó, con otros jóvenes de su generación, en especial Julio Borges, a desarrollar un partido nuevo, Primero Justicia, que parecía una simpática quijotada en una Venezuela que el nuevo gobernante ya empezaba a modelar a su imagen y semejanza, mediante una campaña de populismo autoritario permanente. El Palacio de Miraflores ni siquiera lo tenía en el radar cuando Capriles salió electo alcalde de Baruta, un municipio de Caracas que se convertiría poco tiempo después en epicentro de acontecimientos políticos de insospechada proyección.

En 2002, cuando se produce el intento de derrocamiento de Chávez y éste es obligado a dejar el poder por dos días antes de su regreso triunfal, frente a la embajada de Cuba ocurrieron unos hechos confusos. Empezaron con una manifestación opositora que reclamaba la salida de Diosdado Cabello, entonces vicepresidente, a quien se creía escondido allí. En su condición de alcalde del municipio donde se ubicaba la embajada, Capriles ingresó al local. Su versión es que lo hizo para evitar que los opositores violentaran la embajada. La versión del embajador de Cuba y del gobierno de Chávez es que lo hizo para buscar a Cabello, por tanto, en complicidad con los violentos.

En un viaje a Caracas dos años después, me tocó estar cerca de la sucesión de hechos que ese episodio desencadenó, pues Capriles había sido enjuiciado y el chavismo acababa de apresarlo. Lo habían encerrado en la sede de la Disip, la policía política, donde yo intenté ingresar a verlo junto con su familia. A pesar de que pasamos parte de un día forcejeando con quienes lo tenían preso y no daban información ni derecho de visita a sus familiares desde hacía bastante tiempo, fue imposible franquear la guardia. Lo que recuerdo con más nitidez es que todos, incluidos algunos chavistas que merodeaban por el lugar, decían que Capriles tenía valor, a diferencia de otros que habían huido al volver Chávez y que llegaría lejos algún día.

La persecución política, en todo caso, estaba en el AND del joven político. Es descendiente, por parte de madre, de una familia de polacos judíos que huyeron de los nazis, y por parte de padre, de sefarditas de Curacao. Ambas familias tienen una trayectoria empresarial y los negocios abarcan desde industrias y medios de comunicación, hasta servicios y el sector inmobiliario. Con frecuencia, Henrique Capriles repite que su abuela, Lili Bochenek de Radonski, es la persona a la que más ha admirado y con la que tuvo “una amistad más estrecha hasta su fallecimiento”. Ella pasó poco menos de dos años en un sótano del gueto de Varsovia para no ser asesinada, la suerte que corrieron en cambio sus padres en el campo de concentración de Treblinka, Polonia. En 1947, Lili y su esposo llegaron a Venezuela, donde él abrió una sala de cine en el oriente del país, que luego se volvería una cadena nacional. Henrique, nieto de esos inmigrantes, es católico pero su ascendencia judía marcó toda su crianza.

La cárcel, pues, no era ajena a la experiencia familiar y Capriles debió pensar en sus padres, abuelos y bisabuelos para sacar fuerzas de flaqueza estando encarcelado por “quebrantamiento de los principios internacionales”, “violencia privada” y “violación de domicilio por parte de funcionarios públicos”. En cualquier caso, tenían razón los que entonces decían que llegaría lejos. “No huyó”, ha dicho su compañero de partido Julio Borges, “dio la cara y enfrentó en un momento dado una cárcel sin límite de duración conocida, y eso lo mostró ante el país como un líder”.

Capriles salió de la cárcel a continuar su labor en Baruta (le reabrieron el juicio en 2008). Una labor que no permite precisamente presentarlo, como ha querido hacerlo la propaganda oficial, como un candidato de la derecha. Su gestión tuvo un marcado tono social: construyó escuelas y ambulatorios, hizo del contacto permanente con la población un hábito (llevaba una grabadora en que registraba todo lo que iba viendo, para mantener el contacto con los problemas) y emprendió obras de vialidad, todo ello, con un despliegue de energía casi enfermizo. Eso, su juventud y su encarcelamiento le dieron en 2008 el perfil para lograr otra victoria importante: la que lo hizo gobernador del estado Miranda, el segundo del país y que abarca parte de Caracas. Su rival era nada menos que Diosdado Cabello, hombre clave del chavismo que ya ocupaba esa plaza. Este movilizó un aparato de poder intimidatorio, pero fue derrotado por el joven de Primero Justicia.

Cualquiera que haya seguido la campaña de Capriles de cara a las primarias habrá notado dos cosas: el extremo cuidado con que se refiere a Chávez en persona (en realidad, elude hacerlo casi siempre: se centra en “el gobierno”, aunque sin ataques frontales) y el énfasis que pone en la superación de la polarización política, que tiene partida en dos a su patria desde 1998. Su constante llamado a “la unidad”, a “pensar en el futuro y no en el pasado”, “a construir una Venezuela optimista” y a seguir ejemplos como el de Lula da Silva, son parte de una estrategia, pero también de una inclinación de centroizquierda que estuvo siempre en su discurso y en su gestión. Es muy probable que esto, además de los antecedentes mencionados, haya pesado decisivamente en el ánimo de sus electores en las primarias el pasado domingo.

Las encuestas indican, según Datanálisis, que un 25 por ciento de los venezolanos se declara chavistas “duros”, mientras que un porcentaje idéntico se define de oposición. En cambio, hasta un 45 por ciento pertenece a lo que ha dado en llamarse en Venezuela el segmento de los “ni nis”, es decir, de aquellos que no están con ninguno. También hay otra constante en los sondeos: la desconfianza de los partidos antiguos (de allí la desventaja de quien quedó segundo en las primarias, Pablo Pérez, apoyado por los “adecos”, el tradicional partido Acción Nacional). Por lo demás, la aprobación del gobierno ronda el 50 por ciento, lo que indica que los programas sociales que forman parte del esquema populista y la combustible retórica clasista han logrado preservar para el gobierno un colchón de popularidad relativamente grueso. Es todo esto lo que mueve a Capriles a sacar la conclusión de que será imposible derrotar a Chávez si sigue el libreto de quienes, como Manuel Rosales en 2006, se opusieron al gobernante frontalmente y fueron barridos en los comicios presidenciales.

Independientemente de factores como el abuso del poder, la utilización del Estado, la limitación de las libertades públicas, el clientelismo, la intimidación de los electores y la persecución política contra adversarios, que sin duda han influido en todas las consultas y elecciones que han tenido lugar desde 1998, el régimen tiene una base real de sustento que Capriles no quiere perder de vista. Por ello evita ser “anti Chávez” y posicionarse como aquel que les dé a los venezolanos, en un ambiente menos polarizado y mucho más amable, el tipo de protección gubernamental que ahora les ofrece el populismo. Consciente de ello, Chávez lo acusó, nada más saber los resultados, de tratar de ser un “chavito” para ganar votos.

Otra razón que lo mueve a evitar la polarización es que él tiene un origen en el estrato más acomodado y por tanto, podría ser fácilmente encasillado por la propaganda clasista del gobierno. Toda su trayectoria ha buscado cuidadosamente difuminar en la mente de sus electores su condición social. Hasta ahora lo ha logrado, pero nunca tuvo un escenario como el que tendrá en la campaña de ahora a octubre, pues el gobierno entiende que si no acaba con él, Capriles acabará con el gobierno.

Su fuerte apuesta social en Baruta, y desde 2008 en el estado de Miranda, permite perfilarlo como alguien que pretende mantener parte del esquema social de Chávez dentro de un orden fiscal y un estado de derecho. Al mismo tiempo, las credenciales de firmeza que le otorga su gestión en Baruta, donde redujo el crimen en un 80 por ciento, le sirven para ofrecer a los venezolanos algo que les urge: seguridad. En esta materia, tanto chavistas como antichavistas coinciden: el país vive una zozobra perpetua por la criminalidad que ha hecho de Venezuela el país más violento de América. Capriles entiende que es una de las pocas cosas sobre las que hay consenso y que dirigiendo sus baterías políticas hacia la explotación de ese consenso puede lograr lo que sabe que le resulta indispensable: superar la barrera electoral del antichavismo, que es un segmento muy nutrido, pero no bastante para ganar una elección, y ciertamente, no con el porcentaje indispensable para superar las trampas y tretas del poder.

Un desafío complejo que afronta Capriles es el de compaginar la unidad opositora que se ha forjado en torno a su candidatura y que necesita para ganar (como lo demuestra el desastre que provocó la desunión en el pasado), con el acercamiento al pueblo simpatizante de Chávez o por lo menos, no ideológicamente enfrentado a él. Es obvio que la base popular opositora no quiere un candidato polarizante por razones tácticas. Si lo quisiera, hubiera elegido a María Corina Machado, que se enfrentó muy notoriamente a Chávez. Pero también es cierto que esa oposición, después de 13 años de degeneración de la democracia y de destrucción del aparato productivo, ansía angustiosamente acabar con la era Chávez y refundar las instituciones y la economía del país, lo que implica naturalmente un ruptura. Esta aparente contradicción es la que habrá de resolver Capriles para ganar con los votos del antichavismo y del chavismo light. En el supuesto, claro, de que sea materialmente posible ganar.

Un último factor a tener en cuenta, por cierto, es la salud de Chávez, sobre la que circulan constantes rumores en Venezuela y en el exterior, pero sobre la que nadie, fuera de él, su familia y la cúpula cubana, sabe toda la verdad. Capriles debe actuar a partir de la hipótesis de que Chávez tiene físico suficiente para llegar al 7 de octubre entero, sin perder de vista, en algún lado de la conciencia, la posibilidad de tener que enfrentarse a un sustituto. Un escenario que, según el 62% de encuestados en sondeos recientes, condenaría al gobierno a la derrota segura.

 

"Bienaventurados los de limpio corazón porque  ellos verán a Dios."

 

 
El candidato de la República a secas PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 19 de Febrero de 2012 13:30

Por Carlos Alberto Montaner.-

El multiplicador es 2,5 ó 3. Depende a quién se le pregunte. Es así como se suelen traducir los votos de las primarias en las elecciones finales. Los expertos afirman que los tres millones de sufragios obtenidos por Henrique Capriles en las primarias venezolanas pueden acarrearle entre siete y medio y nueve millones de electores en los comicios contra Hugo Chávez; suficientes para sacarlo del poder.

 

"Ocho y medio es una predicción razonable", me dijo Joaquín Pérez Rodríguez, uno de los mayores conocedores del tema. Y luego agregó: "Dependerá de muchos factores, dado que faltan más de siete meses para los comicios del 7 de octubre, pero si las elecciones fueran la semana próxima y si se realizaran sin trampas, con el grado de entusiasmo que se observa en la oposición, especialmente en la juventud, Chávez sería claramente derrotado".

 

La Mesa de Unidad Democrática (MUD), guiada por Ramón Guillermo Aveledo, un honorable político democristiano, escritor y profesor universitario, ex presidente del Congreso, logró el milagro de poner de acuerdo a los diversos líderes que aspiraban al poder para forjar una candidatura única. Para conseguirlo, puso tres condiciones: él no aspiraría a ningún cargo, no aceptaría un céntimo por el servicio que le hacía al país y todo el proceso debía ser equitativo y transparente.

 

Puro fair play, como dicen los norteamericanos. Hoy esa inmaculada manera de actuar la estudian ecuatorianos, nicaragüenses y bolivianos a la búsqueda de una fórmula que les permita ponerle fin pacíficamente al neopopulismo colectivista del llamado Socialismo del Siglo XXI.

 

Tras su victoria por más del 60% de los votos, en la ceremonia de investidura de Capriles como candidato, Ramón Guillermo Aveledo, que es, además, un buen amante de la Historia, calzó sus palabras iniciales con una atinada frase pronunciada hace 200 años por el patricio José Félix Ribas: "¡Necesario es vencer! ¡Viva la República!".

 

Bien elegida. Capriles no es el candidato de la tercera, la cuarta o la quinta república. Es el candidato de la República a secas. La de la separación de poderes para proteger los derechos y libertades individuales. La de la autoridad limitada por una constitución sobria. La de la subordinación de todos al imperio de la ley. La de los funcionarios electos o designados que admiten que son servidores públicos sometidos por un mandato del pueblo soberano. La de tratar al adversario con respeto y dentro de las reglas de la cordialidad cívica. La de la alternancia en el gobierno, porque en ese juego oposición-poder suele producirse una mejoría gradual y constante de la calidad del Estado.

 

Eso es una república. Ése es el diseño institucional que pisoteó Hugo Chávez hasta pulverizarlo. Ese espíritu es el que hoy se propone rescatar Henrique Capriles al frente de los demócratas de país. Y ésa, exactamente, es la alternativa planteada: o republicanismo o caudillismo de corte populista. Republicanismo que era, por cierto, el ideal de Bolívar, Miranda, Martí, Juárez, Alfaro y el resto de los grandes próceres latinoamericanos.

 

Con sobradas razones, hay quienes piensan que los narcogenerales no dejarán que Chávez pierda las elecciones y entregue el poder. Lo ha advertido uno de ellos, Henry Rangel Silva, hoy ministro de Defensa. Pero en el Ejército hay muchísimos oficiales que no son narcogenerales y no tienen por qué dejarse arrastrar al abismo para proteger a un jefe que, según alegan los Estados Unidos, ha mancillado el uniforme.

 

Hay otros analistas que temen que el gobierno cubano, totalmente dependiente del subsidio y de los turbios negocios venezolanos, no permitirá que se le escape su riquísima colonia petrolera y utilizará su enorme capacidad de intriga para poner en marcha "medidas activas" que le garanticen que en Caracas manda un gobierno títere, con o sin Chávez.

 

Es probable que La Habana lo intente, pero en el mundo real, haga lo que haga la DGI comunista de Raúl Castro, una miserable metrópolis política como la cubana, jamás podrá controlar a medio plazo el destino de una sociedad cien veces más rica y compleja que la de la isla.

 

Queda, por último, la posibilidad de que Chávez esté muy debilitado o haya muerto cuando se produzcan las elecciones de octubre, debido al peligroso cáncer que padece. En ese caso, el chavismo intentará buscar un candidato de reemplazo o aplazar sine die los comicios. Si la oposición se mantiene firme con los millones de personas que la respaldan y si continúa hablando con una sola voz, la de Henrique Capriles, nadie podrá evitar que acabe imponiéndose la voluntad democrática. Nada ni nadie.

 

 
Un cóctel para vencer al socialismo del siglo XXI PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 17 de Febrero de 2012 15:09

Por Guillermo Hirschfeld.-

Un proverbio africano dice que viajando solos quizá se pueda llegar más rápido al destino, pero que solamente juntos se llega lejos. Y en política esto suele ser así, pues la fragmentación de aquellos proyectos políticos que comparten ya no sólo un mismo sector del electorado sino también principios conduce inevitablemente al fracaso de estas iniciativas. Por el contrario, la unión y la construcción de un proyecto político por adición parece ser la fórmula idónea para el éxito electoral.

El domingo 12 de febrero se celebraron las elecciones primarias en Venezuela para elegir candidato único a la Mesa de Unidad de la oposición. Los objetivos fijados de antemano eran dos: obtener más de 2 millones de votos, una meta considerada difícil; y contar con un ganador claro para un liderazgo consistente. Ambos se han superado con creces: 2,9 millones de ciudadanos se han volcado en las urnas; las proyecciones estimaban, el viernes anterior, una asistencia de 1.6 millones; otorgando a Henrique Capriles de Primero Justicia un triunfo contundente. En Venezuela, con más de seis millones de votos se le puede ganar en las urnas a Hugo Chávez (esto, siempre que la participación sea similar a las últimas tres elecciones generales, que es lo probable). En las elecciones parlamentarias pasadas votaron 11.097.667 personas. Las estimaciones de los sociólogos indicaban que solamente si la Mesa de la Unidad lograba movilizar el pasado domingo 2 millones de personas, estaría en condiciones de crecer hasta el número mágico: los 6 millones para octubre.

Por tanto, el porcentaje de venezolanos que han participado en las internas de la oposición, cerca de 3 millones, parece indicar que las oportunidades han aumentado bastante y cobra mucha fuerza la idea de vencer a Chávez en octubre. Se han fortalecido, tienen liderazgo y han firmado un programa elaborado por 400 expertos que toca todas las materias. Cumplen así con los requisitos ineludibles para ganar: hay líder, programa, partido y unidad.

Los principios compartidos -como el apoyo a la democracia, la economía de mercado, la aspiración de triunfo de la sociedad abierta sobre el populismo, la seguridad jurídica, reglas de juego claras, el pluralismo, servicios básicos del Estado, el imperio de la ley, la división de poderes, el Estado de derecho...- tendrían que bastar para la unión de todo proyecto que enfrente al  populismo; son principios que no pueden ser arrastrados por una fragmentación que obedece a meros proyectos personales. La madurez de la oposición venezolana reside en esta unidad. De continuar, sería un ejemplo para el diseño de proyectos en otros países de la región.

Evidentemente, para la unión hace falta una miríada de cualidades en los líderes que comandan los proyectos: generosidad, sentido de Estado, responsabilidad histórica, altura de miras y, sobre todo, entender que se deben privilegiar las concesiones recíprocas por encima de las ambiciones personales como factor decisivo para la construcción de un proyecto político ganador. La oposición venezolana no se rinde y demuestra que puede llevar en sus credenciales estas cualidades, pero es esencial que sigan constando.

Empieza una nueva disputa. Las reglas de esta partida las marca muchas veces un gobierno hostil con los componentes fundamentales de un Estado de Derecho. Por ello hay que estar atentos, será un proceso reñido y es difícil imaginar que el oficialismo reconozca con altura su derrota, en el supuesto caso de ser vencido.

Pero, a día de hoy, la oposición ha logrado los números deseados y hace sufrir al régimen. Parece haber encontrado en la unidad una vía para enfrentarse al socialismo bolivariano con éxito, a pesar de los obstáculos. Los opositores, con inteligencia, parecen haber comprendido que la unión es la única fórmula para que la sociedad los contemple como alternativa viable.

El descalabro económico -la peor economía de Latinoamérica, con una inflación escandalosa cercana al 30% y desabastecimiento de alimentos-, la inseguridad galopante y la oposición reforzada pueden contener los ingredientes de un cóctel para el desmoronamiento democrático del denominado socialismo del siglo XXI de cara a las elecciones presidenciales de 2012.

No obstante, para ello las fuerzas de la oposición deben seguir la senda de la unidad. Ahora hay una tarea por delante, enamorar a los venezolanos sin renunciar a los principios de una regeneración institucional; porque todo indica que los venezolanos ya saben que cuentan con una alternativa democrática y eso es muy importante. Es una lucha desigual, como la de David contra Goliat, una pugna en la que el David democrático debe vencer al Goliat populista sin parecerse a él y en la que la unidad será su honda.

 
Los cómplices latinoamericanos del genocida Assad PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Martes, 07 de Febrero de 2012 20:45

Por Pablo Díaz de Brito.-

Mientras los MIGs de Khadafi masacraban a las multitudes reunidas en Trípoli en febrero de 2011, al inicio de la revolución libia, los dos líderes "revolucionarios" latinoamericanos, Fidel Castro y Hugo Chávez, le daban su total apoyo y solidaridad al tirano.

Khadafi era un "amigo" y un "revolucionario", como repitió incansablemente Chávez. Se trataba de una confabulación imperialista para apropiarse del petróleo libio martillaba Castro (como si Khadafi no hubiese hace años abrochado multimillonarios acuerdos con las multinacionales británicas, francesas, italianas, chinas y rusas, entre otras). Ahora, con la última masacre perpetrada en Siria (obuses y morteros contra edificios de departamentos llenos de civiles en Homs), la solidaridad castro-chavista no aparece directamente en boca de los dos líderes, pero sí en sus medios de propaganda (agencias "periodísticas"), como la cubana Prensa Latina y la Agencia Venezolana de Noticias.

Y hasta hace poco los dos caudillos no escondían su apoyo a Assad. El 20 de mayo del año pasado, para citar uno entre muchos ejemplos posibles, Chávez se comunicó con Assad. Telesur tituló: "El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, alegó que Siria es víctima de una arremetida fascista. El líder venezolano sostuvo una conversación telefónica con el presidente de ese país, Bashar Assad".

El sábado 4 de febrero pasado, mientras los medios del mundo informaban de la matanza de Homs, esas dos agencias no mencionaban la carnicería en la ciudad siria y se limitaban al tratamiento del caso sirio en el Consejo de Seguridad, resaltando la negativa rusa a apoyar la condena del dictador. Como si Rusia, no ya digamos China, fuera una democracia admirable.

Assad es, para Chávez y Castro y sus propagandistas, un presidente legítimo bajo acoso de fuerzas extranjeras. Como en Libia, los dos incurren en el desconocimiento más vil de un movimiento popular que combate una dictadura militar con una valentía extrema, algo que solamente puede causar admiración en alguien moralmente sano. Es gente que optó por la lucha armada sólo in extremis: en el caso sirio, luego de casi seis meses de recibir balas cuando salían a manifestarse. Pero el derecho de rebelión ante una tiranía criminal Chávez y Castro se lo reservan para sus lejanas revoluciones. Para ellos, los casos libio y sirio son peligrosos malos ejemplos. Grotescamente, Chávez conmemoró su alzamiento armado del 4 de febrero de 1992 contra un gobierno democrático, mientras sus laderos insultaban nuevamente a la CIDH por una designación que no fue de su gusto: el nuevo relator, el chileno Felipe González, es un miembro de "la mafia de burócratas de los derechos humanos...patrocinada por la ultraderecha interamericana".

En resumen, la actitud de los regímenes chavista y castrista es la legitimación activa de un genocidio, a conciencia y mientras se perpetra ese crimen de lesa humanidad a la vista de todo el planeta. Los acompaña el silencio de unos cuantos, como los gobiernos de los demás países latinoamericanos, que no han abierto la boca ante el horror sirio.

Última actualización el Martes, 07 de Febrero de 2012 20:46
 
Fatiga revolucionaria PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 05 de Febrero de 2012 13:00
Por Rocío San Miguel.-

Varios son los signos de debilidad del gobierno venezolano que cada día están más de manifiesto. La imposibilidad de sumar nuevos rostros al equipo de alta dirección. De allí que encontremos a funcionarios clave al frente de dos despachos sin la posibilidad de llevar con eficacia ninguno de los dos. Vicepresidente de la República ejerciendo el cargo de ministro de Agricultura y Tierras.

 

El ministro de la Defensa ejerciendo el cargo de Comandante Estratégico Operacional. Por traer un ejemplo de algo más profundo que está a la vista de todos. El Presidente se queda solo.

 

Otro de los ejemplos patéticos es la utilización una y otra vez, como comandantes de las paradas militares de actos claves -trasmisión de mando del ministro de la Defensa, conmemoración del 4F, etc.- de individuos radicales probados en el proceso de partidización de la Fuerza Armada Nacional (FAN). Allí aparecen los Alcalá Cordones y el Benavides Torres.

 

Sujetos dispuestos a transgredir la Constitución a todo pulmón para hacerle creer al mundo que Chávez finalmente se hizo de la FAN.  La verdad es que todo el mundo evade ese compromiso que les avergüenza y los marca no sólo entre sus pares sino frente a la sociedad.

 

La propia defensa del general Rangel Silva, que se hace permanentemente desde el discurso oficial, antes que limpiarlo de dudas, lo enloda, pues muchos subalternos se preguntan si vale la pena contar con un ministro de la Defensa al que debe estársele defendiendo a cada rato. ¿Acaso un solo individuo representa a la FAN? Es como el tema de la enfermedad presidencial. Si no está enfermo, ¿por qué a cada rato estar desmintiéndolo...?

 

Pero sin duda el mayor signo de debilidad es la moral de esta revolución. Esa que divide entre revolucionarios y apátridas, bolivarianos y traidores, por el sólo hecho de criticar o no estar de acuerdo con este gobierno. Una moral revolucionaria que justifica unos golpes de Estado y defiende otros. Que ha incorporado el concepto de enemigo interno. Que promete el desarme desde una Comisión Presidencial que ha sido inútil por 9 meses, contradiciéndose al siguiente día para amenazarnos diciendo que está armada.

 

Una revolución que después de 13 años pretende convertir a los ciudadanos en "sapos", en policías de nosotros mismos ante el fracaso de la obligación del Estado de darle seguridad a sus ciudadanos. Ahora con agravantes mayores que los del 2008 cuando se trató de implantar la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia que los venezolanos le obligamos al Presidente a derogar. Con esta nueva Ley quienes nos neguemos a ser sapos, amparados en nuestros derechos constitucionales, seremos objeto de multas que irán entre 35.000 y 76.000 bolívares.

 

El Presidente quiso hacerles creer a los más pobres  que él es igual a ellos y ellos son iguales a él. Que la oposición está en contra de él y en consecuencia en contra de ellos. Esta ecuación que le ha venido funcionado por más de una década sin ser combatida eficazmente por la oposición, comienza a debilitarse ahora más que nunca y aceleradamente porque ya es inocultable el quiebre moral de esta revolución que encarna en sí misma todos los vicios del poder.




Fuente: Tal Cual Digital
 
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