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Latinoamérica Democrática


¿Un bloque anti Chávez? PDF Imprimir E-mail
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Lunes, 25 de Enero de 2010 12:03

Por ANDRÉS OPPENHENIMER

En los últimos días han surgido muchas especulaciones sobre la posibilidad que el presidente electo de Chile, el magnate Sebastián Piñera, encabece un bloque anti Bolivariano en Latinoamérica. Sin embargo, a juzgar por lo que me dicen algunos de sus principales colaboradores, es poco probable que eso ocurra.

Es cierto que Piñera --quien se convertirá en el primer chileno de centroderecha de Chile tras dos décadas de gobiernos de centroizquierda-- durante la campaña electoral criticó la dictadura cubana y el atropello a las instituciones democráticas en Venezuela. También se manifestó a favor de la ampliación de la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos, para que incluya medidas colectivas contra de los autócratas que violan el estado de derecho.

El gobernante venezolano Hugo Chávez, que ha financiado a varios políticos latinoamericanos con sus petrodólares en los últimos años, reaccionó con virulencia ante la victoria electoral de Piñera. Como previniendo la llegada de un adversario, le advirtió a Piñera que no se meta con nosotros.

Pero, según me dicen los más cercanos colaboradores de Piñera, el presidente electo chileno no creará un bloque anti chavista junto con Colombia, Perú, México, Panamá, Costa Rica y Honduras para enfrentar el expansionismo venezolano en la región.

Cristián Larroulet, uno de los principales asesores de Piñera, que es mencionado en medios chilenos como el probable jefe de gabinete del próximo gobierno, sugirió en una entrevista telefónica el viernes que el presidente electo será un líder pragmático, que dará prioridad a la cooperación y a las buenas relaciones en América Latina.

¿Eso significa que la política exterior chilena no cambiará nada?, le pregunte. Larroulet respondió que habrá un cambio significativo: Chile empezara a defender con mucho más entusiasmo su exitoso modelo económico, que ha contribuido a reducir la pobreza del 43 al 13 por ciento de la población en las últimas dos décadas.

Va a ser explícito en defender y valorar lo que ha sido uno de los factores fundamentales del éxito del proceso chileno, que es la democracia consolidada con instituciones fuertes, y un modelo de desarrollo económico de economía social de mercado", señaló.

Eso marcará una gran diferencia respecto de la presidente Michelle Bachelet, a quien muchos seguidores de Piñera ven como una capitalista vergonzante. Según ellos, Bachelet ha sido tímida en la defensa pública del modelo chileno porque va en contra de su credo socialista.

En otras palabras, Piñera será un defensor del capitalismo, pero tratará de no entrar en peleas personales con Chávez ni con otros miembros del bloque Bolivariano. Tal como me dijo otro asesor importante de Piñera, el presidente electo no comprara la idea de crear dos Latinoaméricas, una izquierdista y otra de derecha. Su mensaje será siempre positivo.

 

Última actualización el Lunes, 25 de Enero de 2010 12:06
 
Port-au-Prince o la ciudad imposible PDF Imprimir E-mail
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Domingo, 24 de Enero de 2010 13:07

Por CARLOS ALBERTO MONTANER

Cuando se entierre el último cadáver haitiano comenzará la reconstrucción de Port-au-Prince. No es la primera vez que una población tiene que rehacer una parte sustancial de la ciudad en la que vive tras la devastación producida por terremotos, incendios, huracanes o por bombardeos. En este caso, no obstante, hay un aspecto muy peculiar: antes del seísmo, la capital del país era un total desastre urbano. Los edificios eran precarios, feos, muchas viviendas no era otra cosa que casuchas construidas con unas cuantas vigas de madera cubiertas de latón. El suministro de agua potable y alcantarillado apenas llegaba a la tercera parte de la población. Las calles solían ser unos cariados caminos de polvo que se tornaban en lodazales con las lluvias tropicales.

Más que una ciudad, Port-au-Prince era un amasijo urbano en un creciente proceso de ``tugurización''. ¿Cómo llegó a ese extremo? Miles de campesinos sin oficio ni beneficio a lo largo del tiempo se habían ido incorporando paulatinamente a la desvencijada urbe porque en las zonas rurales las posibilidades de supervivencia eran aún peores. Mientras en el resto de América Latina las capitales suelen ser sitios notables moteados con barrios miserables, Port-au-Prince era una ciudad absolutamente miserable salpicada con algunas zonas aceptables de confort.

En principio, ante esta situación, el terremoto podría aparecer como una oportunidad para construir una capital mejor, diferente, pero las ciudades son siempre una expresión de su realidad económica y social, de la cosmovisión de sus habitantes, de sus inclinaciones estéticas, de las riquezas que son capaces de generar, del orgullo histórico con que las contemplan. En Europa, por ejemplo, es conmovedora la voluntad de los alemanes de Dresde por rehacer la ciudad gloriosa que un día fue sede del soberano de Sajonia (y donde Schiller, siglos más tarde, escribiera el Himno a la alegría que es hoy la canción oficial de la Unión Europea), una bella ciudad devastada por los bombardeos de la Segunda guerra y luego por la estupidez urbanística de los comunistas de la RDA que la controlaron por más de cuarenta años.

Pero, ¿qué van a reconstruir los pobres haitianos? ¿Cuál es la memoria histórica que quieren reproducir? ¿Cuál es la referencia que guardan en la memoria? Cuando los polacos rehicieron el casco histórico de Cracovia apelaron a las fotos anteriores a la guerra. Amaban la ciudad destruida y querían recuperarla. Los pobres haitianos, comprensiblemente más interesados en sobrevivir que en cualquier otra cosa, no tenían (tal vez no podían tener) amor por una ciudad de la que era imposible sentirse orgullosos. Al menos, esa ha sido la triste sensación que he tenido en cada una de las cinco o seis visitas que he hecho a Port-au-Prince.

La paradoja es tremenda. Por supuesto, hay que barrer los escombros y construir escuelas, hospitales, viviendas y caminos a la mayor velocidad posible; y es verdad que esos trabajos, pagados por las naciones ricas, estimularán la economía, pero probablemente ese intenso foco de actividad laboral atraerá más población rural hacia la abatida ciudad, lo que en su momento acentuará muchos de los problemas que padecía antes del terremoto.

ace ya varias décadas que escuché la frase ``Haití no es viable como nación''. Entonces, alguna publicación internacional tan creativa como impráctica propuso que una parte sustancial de los haitianos se trasladara a la Guyana francesa, en la frontera de Brasil, territorio semidespoblado, tres veces mayor que Haití, pero con una densidad de población cien veces menor. Nadie, claro, le hizo el menor caso.

En realidad, no hay países inviables si su sociedad es capaz de crear un aparato productivo que pueda sostener a la población. Israel es más pequeño que Haití, originalmente su territorio es infinitamente menos fértil, la densidad de población es considerablemente más alta, pero Israel es un país tan rico que hoy tiene a cientos de médicos, socorristas y personal sanitario ayudando a los haitianos dentro del mayor hospital de campaña de cuantos ayudan en Port-au-Prince. ¿Cómo ha logrado ese milagro? Todos lo sabemos: fomentando un enorme capital humano. Junto a la reconstrucción de la ciudad hay que pensar en la reconstrucción de la sociedad. No hay ciudad confortable sin ciudadanos aptos. Ese es el reto.

www.firmaspress.com

Última actualización el Domingo, 24 de Enero de 2010 13:08
 
EL TRIUNFO DE PIÑERA PDF Imprimir E-mail
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Domingo, 24 de Enero de 2010 11:11

Por MARIO VARGAS LLOSA

Hacía 52 años que la derecha no ganaba unas elecciones en Chile. Pero no es la derecha cavernaria, autoritaria y conservadora de Pinochet. Es, además, un serio revés para Chávez y su grupete de países. Con Sebastián Piñera en la Presidencia, el desarrollo económico y la democratización de Chile recibirán un fuerte impulso y consolidarán el progreso integral de la sociedad chilena que, desde la caída de la dictadura de Pinochet hace 20 años, es el más profundo que ha conocido América Latina. Curiosamente, su victoria no es una recusación de Michelle Bachelet. La presidenta de Chile sale del poder con 81% de popularidad, la más alta que haya merecido al dejar el Gobierno un mandatario chileno. Interesante sutileza la del electorado de Chile: premia con su afecto a la primera mujer que llegó a La Moneda y reconoce su honestidad, su empeño en las tareas de gobierno, sus esfuerzos sobre todo para promover a la mujer y superar los prejuicios que frenaban su participación en la vida económica y política.
Y, a la vez, decide que ha llegado la hora de la alternancia, abriéndole a la oposición de derecha el acceso al poder, luego de cuatro lustros de gobierno de los partidos de izquierda y centro izquierda de la Concertación. Hacía 52 años que un candidato de aquella tendencia no ganaba unas elecciones en Chile: el último fue Jorge Alessandri en 1958.

El balance de estos 20 años de la Concertación en el poder es excelente. Chile ha desmontado los aparatos represivos y las leyes de excepción de la dictadura, iniciado un proceso de reparación y desagravio de las víctimas, y, a la vez, preservado los grandes lineamientos de una política económica que ha dado a Chile un despegue económico notable, que ha reducido la pobreza de un 42% a un 13% -el avance social más acusado en toda América Latina-, hecho crecer la clase media, atraído inversiones del mundo entero y dotado a Chile de una estabilidad y solidez institucionales comparables a las de las democracias occidentales de punta.

La izquierda que ha gobernado el país estos últimos 20 años no ha sido la misma que subió al poder con la Unidad Popular y Salvador Allende. Aquélla creía en la Revolución y en el socialismo, no en la democracia liberal, y su modelo era la Cuba de Fidel Castro. Su política de nacionalizaciones y de desenfreno fiscal provocó una inflación estratosférica, caos y empobrecimiento generalizado, lo que hizo posible el golpe militar y la sanguinaria dictadura de Pinochet. La Concertación aprendió la lección y ha gobernado con espíritu democrático, resucitando la vieja tradición legalista chilena, reconstruyendo el Estado de derecho y las libertades públicas, a la vez que manteniendo la economía de mercado y el aliento a las inversiones así como la disciplina fiscal. La apertura de Chile al mundo ha sido también acelerada.

Pero 20 años en el poder son muchos años y la Concertación había perdido el brío, comenzaba a abotargarse y en los últimos años se había descubierto incluso algunos casos de corrupción, infrecuentes en la vida política chilena. Con buen olfato una mayoría electoral -ajustada, es cierto: sólo 3,5% de ventaja para Piñera- decidió que había llegado la hora de la alternancia, principio democrático por excelencia.

La derecha que llega a La Moneda con Sebastián Piñera no es tampoco la derecha cavernaria, autoritaria y conservadora que representaba el Gobierno de Pinochet. Cuando éste dio el golpe, en 1973, Sebastián Piñera estaba en la Universidad de Harvard. Cuando regresó a Chile trabajó en la CEPAL -entonces, de línea izquierdista y promotora de la catastrófica política de "sustitución de importaciones y desarrollo hacia adentro"- y fue, en todas sus intervenciones cívicas, opuesto a la dictadura militar. Estuvo contra la Constitución impuesta por el régimen militar y durante el plebiscito de 1988 participó activamente con la oposición demócrata-cristiana por el "No", campaña que dirigió y contribuyó a financiar de su propio bolsillo.

Conozco a Sebastián Piñera desde hace unos 30 años y, además de tener una energía que fatiga a su entorno, me consta que es un demócrata y un liberal convencido, enemigo de toda forma de autoritarismo y empeñado en profundizar la libertad en todos los dominios de la vida social. También, una persona tolerante y abierta, capaz de coexistir con ideas que discrepan de las suyas si ellas cuentan con apoyo popular. Por eso, no le fue fácil obtener el respaldo en las primarias para su candidatura presidencial por parte de los sectores más conservadores de la Coalición de centro derecha, donde, por ejemplo, algunos militantes de la UDI (Unión Demócrata Independiente) han tragado con dificultad el apoyo de Piñera (que es católico practicante) a medidas como la píldora del día siguiente y las uniones legales entre parejas gay.

Las grandes reformas que Sebastián Piñera ha prometido no van a trastornar los principios básicos de democracia política y económica de mercado, sobre los que, por fortuna para Chile, existe un firme consenso entre la izquierda y la derecha chilenas. Pero sí van a inyectar a este modelo un viento de renovación y modernización en temas como la educación, la protección del medio ambiente, la revolución tecnológica en los campos de la comunicación y la globalización, que equipen al país para la competencia en los mercados internacionales en los que Chile se ha insertado ya más y mejor que ningún otro país latinoamericano. Él ha ofrecido audaces reformas en CODELCO (la Corporación Nacional del Cobre), como abrir parcelas de la explotación y servicios a la participación de las empresas privadas, y, todavía algo más importante, retirar el canon de 10% que reciben las Fuerzas Armadas, cuyo financiamiento, ha dicho, debería proceder de otra fuente.

Durante mi breve estancia en Chile tuve ocasión de conocer a algunos de los 37 "Grupos de Tantauco", en su gran mayoría jóvenes profesionales y técnicos salidos de las mejores universidades chilenas y extranjeras que, bajo la dirección de un eminente economista, Cristián Larroulet, director del Centro de Estudios Libertad y Desarrollo, vienen preparando desde hace dos años el plan de gobierno de la Coalición para el Cambio y adiestrando a los equipos para implementarlo. Me impresionó el rigor de las ideas y proyectos y el entusiasmo con que las mujeres y hombres jóvenes que trabajan en este plan se han comprometido, si es necesario, a abandonar sus trabajos bien rentados en las empresas privadas para dedicarse en el Gobierno de Piñera a hacer de Chile un país del siglo XXI.

En el contexto latinoamericano, la victoria de Sebastián Piñera es un serio revés para el comandante Hugo Chávez, de Venezuela, y el grupete de países que, bajo su liderazgo -Cuba, Nicaragua, Bolivia y Ecuador-, pretenden imponer en América Latina el modelo autoritario y populista -"El socialismo del siglo XXI"- que, en estos días de colapso del agua, la energía y los alimentos en las tierras venezolanas, muestra ya sus frutos. El Gobierno de Piñera -lo ha dicho él con claridad en su primera conferencia de prensa luego de la elección- va a reforzar y dar un nuevo aliento a los países que, como México, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú, Uruguay y Brasil, defienden la cultura democrática y resisten la ofensiva autoritaria que, desde Caracas, se propone retroceder al continente al colectivismo, el estatismo y la demagogia populista.

Es casi un milagro que en un país latinoamericano haya ganado la Presidencia de la República en elecciones libres un empresario como Piñera cuyo patrimonio se calcula en más de 1.000 millones de dólares. Nada es tan típico del subdesarrollo como la satanización del empresario, considerándolo un explotador, corruptor y enemigo de los pobres. Un indicio de lo avanzado que está Chile sobre el resto del continente es que los electores chilenos parecen haber comprendido que un empresario privado, si tiene éxito en buena ley, es decir, en un régimen de legalidad y libre competencia -no gracias a tráficos mercantilistas ni privilegios monopólicos- es fuente de creación de empleo y de riqueza y que sus éxitos revierten sobre el conjunto de la sociedad.

El día que nos despedimos en Santiago, tres días antes de la elección, pregunté a Sebastián Piñera cuál querría que fuera su mejor contribución en el gobierno si ganaba las elecciones. "Dar un impulso decisivo a nuestro plan de ocho años, para crecer a un promedio de 6% anual, algo perfectamente realizable. Si lo conseguimos, la renta per cápita, que es ahora de 14.000 dólares se habrá incrementado a 24.000. Habremos alcanzado a Portugal". Chile habrá dejado entonces el subdesarrollo y será el primer país de América Latina en incorporarse al primer mundo.


Mario Vargas Llosa
Tribuna
El País
España

Última actualización el Domingo, 24 de Enero de 2010 13:09
 
El reto exterior de Piñera PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 23 de Enero de 2010 12:58

Por RAFAEL GUARIN

Culminó un ciclo en Chile. La victoria de Sebastián Piñera, a pesar de la alta favorabilidad del gobierno de Michelle Bachelet, es prueba de la exitosa consolidación de la transición democrática en ese país. No van a haber tantos cambios, como se pregonó durante la campaña electoral, por lo menos en el plano interno, pero sí se espera un nuevo enfoque en la política exterior.

Durante el gobierno de la Concertación se suscribieron múltiples acuerdos de libre comercio, al tiempo que se proyectó al país como punto de encuentro clave con Asia Pacífico, pero no se consiguió un puesto suficientemente relevante en el escenario hemisférico, por el contrario, su influencia palideció ante el protagonismo de Brasil y Venezuela.

La razón de ese papel secundario se debe, en parte, a la pasividad diplomática del Palacio de la Moneda en temas que agitan al continente. Los últimos años, más que avanzar hacia la tan mentada y mentida integración latinoamericana, la región se ha debatido en medio de una fuerte inestabilidad política, que ha llegado incluso a amenazar la paz y la seguridad internacionales. En esa situación, el gobierno Bachelet estuvo siempre del lado de quienes mantienen un doble discurso. Mientras proclamaba la defensa de la democracia y los derechos humanos, alentaba el ingreso de Cuba al Grupo de Río. Mientras condenaba el terrorismo y el crimen transnacional, se callaba ante las evidencias de apoyo de los gobiernos de Hugo Chávez y Rafael Correa a las Farc. Mientras decía defender el estado de derecho, admitía en su país apoyos públicos a las guerrillas narcotraficantes colombianas, que buscan aniquilar el imperio de la ley.

A pesar de ser referente en materia de modernización del Estado y de la economía, esa tibieza terminó relegando a Chile. La elección de Piñera es una oportunidad para que ese país renueve su liderazgo y asuma con decisión la defensa de la libertad, los derechos humanos y la democracia, ante la amenaza proveniente de organizaciones criminales y de gobiernos patrocinadores que, como el chavista, pretenden imponer un modelo autoritario a sus vecinos. También para que propugne por el fin de la dictadura castrista.

Tal parece que será el enfoque, a juzgar por las declaraciones del presidente electo: ``Quiero decirlo con mucha claridad: esas diferencias (con Chávez) son profundas y tienen que ver cómo se concibe y practica la democracia, la forma cómo concibe el modelo de desarrollo económico y mucho más''. Esa claridad, más otras que mencionó en su discurso del domingo, relacionadas con su énfasis en la seguridad y el combate al narcotráfico, evidencian que con Piñera no va a ser lo mismo que con la presidenta saliente.

Esto para la revolución bolivariana significa no tanto perder un aliado, sino ganar un gobierno que levantará la voz contra sus excesos, con lo cual Chávez comienza a perder el principal activo que ha tenido para expandir su proyecto: la pasividad y la tolerancia en la región.

Además, es conocido que Piñera está más cerca de Alan García, Alvaro Uribe y Felipe Calderón, promotores de la democracia liberal y la economía de mercado, con lo cual se abre paso un nuevo equilibrio de fuerzas que afectará gravemente a Chávez y sus aliados, al tiempo que servirá para neutralizar los factores que han propiciado vientos de guerra.

Finalmente, con la decisión del pueblo chileno y, probablemente, con un nuevo gobierno de centro derecha en Brasil, a la gravísima crisis interna se sumará para Chávez un cambio de condiciones que limitara su acción y supondrá un estancamiento y retroceso en los planes del socialismo del siglo XXI. Ciertamente, para el teniente coronel el 2010 no comenzó bien.

www.politicayseguridad.blogspot.com

 

Última actualización el Domingo, 31 de Enero de 2010 14:24
 
Cerca de Haití PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Martes, 19 de Enero de 2010 10:27

 

Por RAÚL RIVERO.

LOS CUBANOS de la calle y el campo -los de la cárcel portátil-, la mayoría silenciosa y pobre, padecen la tragedia de sus vecinos de Haití con un sentimiento en el que prevalece la consternación, la piedad y el azoro. Y en el que no falta un porcentaje significativo de impotencia y rabia porque hasta la solidaridad es en esa isla un privilegio del Estado totalitario.

Es que se trata de una nación con la que hay relaciones y acercamientos que vienen de un pasado remoto, impreciso, de un tiempo en el que el mar Caribe se atravesaba sólo en canoas esbeltas y frágiles. Un país que dejó, después de dos emigraciones importantes, la presencia de lazos familiares, la riqueza de su música y sus danzas, en las regiones más orientales de Cuba.

A las antiguas provincias de Oriente y de Camagüey llegaron, primero, los colonos y sus dotaciones de esclavos fieles derrotados por la revolución haitiana (1791-1804). Más tarde, a principios del siglo XX, con el esplendor de la industria azucarera cubana, miles de jornaleros hicieron el viaje para trabajar como macheteros en los cortes de caña.

Se establecieron, entonces, en esos territorios, asentamientos haitianos que, aunque vivieron largas temporadas encerrados en sus costumbres y en su cultura, salieron después de los barracones de las inmediaciones de los ingenios donde estaban hacinados y se mezclaron, poco a poco, con los criollos, para integrarse definitivamente y con naturalidad al país de adopción.

Así es que para los cubanos la vecindad con Haití, tierra de altas montañas en la lengua arawak, es mucho más que un asunto de la geografía. Esos vínculos y la dimensión de la catástrofe del terremoto producen en las personas normales la necesidad de hacer algo. De dar una mano que lleve la impronta de la soberanía individual o de la familia para sentirse más cerca de las víctimas y mejor como ser humano. Ésa es la reacción que se ha visto en el mundo entero.

Allá no. Allá hay que esperar el gesto del Gobierno. Hay que soportar con paciencia los titulares del envío de unas brigadas sanitarias. Las reseñas de las bondades de la colaboración estatal con toda el área de las Antillas.

Los cubanos tienen que dominar su impulso de compartir algo de lo poco que tienen con Haití. Y asistir en silencio a otro festín de propaganda sobre un sistema de salud que acaba de dejar morir de frío a 26 ancianos en un hospital de La Habana, pero no abandona su empeño en politizar el dolor y la aspirina.

Última actualización el Domingo, 31 de Enero de 2010 14:25
 
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