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Cuba


Cuba: proclividad liberticida PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 14 de Febrero de 2011 10:51

Por Vicente Botín

El “crimental”, el crimen de la mente, una de las aberraciones del estado totalitario que George Orwell retrata en su libro “1984”, tiene su equivalente en Cuba. El Artículo 72 del Código Penal penaliza “la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos”. Es decir que la “policía del pensamiento” puede detener y encarcelar a cualquier ciudadano sospechoso antes de que pueda realizar una acción contraria “a las normas de la moral socialista”.

En su Informe anual, la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) califica esa atrocidad legal de “proclividad liberticida”, y denuncia que durante 2010 se realizaron en Cuba 2.074 detenciones arbitrarias de corta duración, frente a las 870 del año anterior, en el marco de lo que califica “represión de baja intensidad”.

Elizardo Sánchez, presidente de la CCDHRN, afirma que las expectativas para el año 2011 son “inquietantes” debido a la “falta de voluntad política” del régimen para acometer reformas legales que acaben con la “inaceptable criminalización del ejercicio de todos los derechos civiles, políticos, económicos y culturales”.

La Comisión ha podido documentar a 105 personas encarceladas por motivos políticos o político-sociales, una cifra sensiblemente inferior a la del pasado año. Ello se debe a la excarcelación de 56 presos políticos, 41 de ellos considerados prisioneros de conciencia por Amnistía Internacional, como consecuencia del proceso de diálogo iniciado entre el gobierno cubano y la Iglesia católica, con el gobierno español de “acompañante”.

Los excarcelados no fueron amnistiados sino desterrados y sus condenas siguen firmes. A todos se les obligó a abandonar el país junto con sus familiares y en el caso de que pudieran regresar a Cuba, serían encarcelados de nuevo. Once de sus compañeros del “Grupo de los 75” que se niegan a partir al exilio, continúan en prisión, a pesar de las promesas de Raúl Castro al cardenal Jaime Ortega de ponerlos en libertad.

En su Informe anual, la organización con sede en Nueva York,  Human Rights Watch (HRW) señala que desde que heredó el poder de su hermano Fidel Castro, en 2006, Raúl Castro ha mantenido plenamente activas las estructuras jurídicas e institucionales represivas de Cuba. Mientras las “reglas del juego” sigan intactas, dice HRW, mientras no haya cambios en las leyes represivas, el Gobierno seguirá asfixiando todas las formas de disenso político a través de procesos penales, palizas, persecución, denegación de empleo y restricciones de viaje.

“Una gran cantidad de personas han recibido penas de uno a cuatro años de prisión por su participación en actividades “peligrosas”, como repartir copias de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, organizar manifestaciones pacíficas, escribir artículos informativos de contenido crítico e intentar organizar sindicatos independientes”, dice en su Informe HRW.

Las dos organizaciones denuncian la situación degradante de las cárceles cubanas, donde los presos están expuestos a condiciones de hacinamiento, falta de higiene e insalubridad, que propician la malnutrición y las enfermedades. El preso político Orlando Zapata Tamayo murió en febrero del pasado año, después de una huelga de hambre de 83 días, en protesta por el trato inhumano de su encarcelamiento.

Después de la muerte de Zapata, el disidente Guillermo Fariñas inició una huelga de hambre –la número 23–, para exigir la atención médica de presos políticos con graves problemas de salud. Fariñas abandonó su actitud después de 135 días, al anunciar la Iglesia católica que había llegado a un acuerdo con el gobierno cubano para liberar a los presos políticos detenidos durante la “primavera negra de 2003”.

En octubre pasado, el Parlamento Europeo concedió al disidente cubano el Premio Sajarov a la libertad de conciencia, pero el gobierno le impidió acudir a Estrasburgo a recoger el galardón. El 28 de enero, Fariñas fue detenido por tercera vez en 48 horas junto a una veintena de opositores cuando intentaban realizar un acto de homenaje a José Martí. Las detenciones de corta duración y el hostigamiento a los disidentes por parte de las “Brigadas de respuesta rápida” son una constante en Cuba.

El Gobierno de Raúl Castro está inmerso en lo que llama “actualización” del modelo económico, pero no ha variado su actitud represiva sobre los derechos humanos. La “proclividad liberticida” es el último bastión de un régimen totalitario que se resiste a desaparecer.

 
(Conclusión) Del Cairo a La Habana: el efecto tunecino PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Domingo, 13 de Febrero de 2011 16:29

Por HUBER MATOS ARALUCE

 

“...las fuerzas de seguridad de Cuba están en capacidad de suprimir protestas públicas focalizadas, aún cuando represiones de excesiva fuerza de las protestas podrían disparar un mayor descontento y aumentar la violencia, lo que podría conducir a cierto nivel de inestabilidad política'' James Clapper, Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, Febrero 10 2011*

 

En cuatro breves capítulos anteriores hemos señalado algunos aspectos de la experiencia egipcia  que podrían ser relevantes en el caso de Cuba:

 

Sin el freno de los Estados Unidos, Alemania e Inglaterra al uso de la violencia por parte del régimen de Hosni Mubarack  es muy probable que la protesta en Egipto hubiera sido ya ahogada en sangre.

 

Egipto es importante para Occidente por su influencia entre los 350 millones de habitantes del mundo árabe, por la posición de  la dictadura de Mubarack contra el radicalismo musulmán y la teocracia iraní y por su alianza con el estado de Israel.

 

Ni Cuba ni el castrismo tienen importancia estratégica para los Estados Unidos o la Unión Europea.  Como hemos mencionado antes, Hugo Chávez y sus acólitos son una tormenta pasajera en una gota de agua para Washington.

 

En el caso cubano el gobierno de los Estados Unidos y la Unión Europea tienen una estrategia de espera que le da al castrismo la ventaja de la iniciativa:  EU levantará el embargo y la UE suavizará su Posición Común cuando la tiranía en la isla inicie una transición democrática.   Pueden pasarse esperando medio siglo más sin que pase nada.

 

A menos que esta situación cambie, una revuelta popular en Cuba no tendrá el apoyo exterior necesario y probablemente fracasará. Quienes han estado vaticinándola tienen la oportunidad de verse en el espejo egipcio y reconsiderar su optimismo.

 

En Egipto los medios de comunicación tradicionales y los digitales han tenido un rol fundamental antes de, y, durante  la revuelta.  En Cuba la penetración de Internet  y la telefonía celular es  mínima comparada con la de Egipto y los medios tradicionales (radio, televisión y periódicos) están controlados por el estado.

 

Pasarán muchos años antes de que el pueblo cubano llegue a tener  un acceso  similar a los medios digitales, aún si el régimen lo permitiera.  El acceso a  medios tradicionales independientes en Cuba es impensable bajo el castrismo.

 

Radio Martí refleja la política de los Estados Unidos hacia Cuba, más preocupada por la estabilidad que por un cambio en Cuba.

 

En Cuba como en Egipto el papel de las Fuerzas Armadas será decisivo, pero no podemos perder de vista que en Egipto la revuelta pacifica combatió violentamente contra la policía represiva y la venció.

 

Una revuelta popular en Cuba, por pacífica que quiera ser, tendrá que combatir y vencer contra las unidades antimotines del Ministerio del Interior.   Mientras que en Egipto la lucha contra la policía dejó un saldo de más de 300 muertos, en Cuba me arriesgo a pronosticar que la cifra será mucho mayor.

 

El pueblo cubano tiene mucha más razones para protestar que el egipcio.  Su situación económica es mucho peor, la represión ha sido mucho mayor.  Más de medio siglo de tiranía totalitaria no puede compararse con tres décadas de dictadura egipcia, que no ha limitado la actividad y la empresa privada ni el contacto con Occidente, como lo ha hecho la tiranía castrista.

 

Un joven cubano desesperado se monta en una balsa improvisada y se juega la vida tratando de llegar a los Estados Unidos, pero tiene más posibilidades de mejorar su situación que enfrentando a un régimen despiadado que ha asesinado y condenado a prisión a miles de personas.

 

El hecho es que el pueblo cubano está abandonado a su suerte.   De la mayoría de los gobiernos latinoamericanos y del de España lo que ha visto hasta ahora, es amistad y tolerancia hacia los hermanos Castro.

 

El respaldo de los Estados Unidos y de la Unión Europea no se traduce en un factor de apoyo y estímulo a las aspiraciones democráticas del pueblo, con la excepción de la posición de algunos países europeos.

 

Los cubanos en el exterior  que esperan una revuelta interna sin apoyarla con hechos y recursos, pierden  una oportunidad histórica.

 

Tenemos que  lograr que la UE y los Estados Unidos cambien su estrategia por una que penalice al castrismo activamente si no inician el cambio político;  también los exiliados tenemos que apoyar a los cubanos de la oposición en la isla que demuestren capacidad, honradez  y patriotismo.

 

La experiencia egipcia es una bendición para un pueblo que merece vivir en democracia.  Es también una bendición para el pueblo cubano (dentro y fuera de la isla), que tiene la oportunidad de estudiar  lo que ha sucedido en Egipto y tomar las acciones que garanticen el futuro éxito de un  posible estallido popular en  Cuba.

 

* Statement for the Record on the

Worldwide Threat Assessment of the

U.S. Intelligence Community for the

House Permanent Select Committee on Intelligence

 

Última actualización el Domingo, 13 de Febrero de 2011 16:33
 
CUBA, NOVELA CONTRA GOBIERNO PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 12 de Febrero de 2011 13:37

Por Amelia M. Doval

 

Son las 8 y 30 de la noche, va a comenzar la novela, única distracción de aparente bajo costo que  tiene el pueblo cubano. Afuera, esperando el milagro de la palabra fugaz están los primeros asistentes a la ´´reunión de barrios´´, el gobierno promete escuchar las posibles quejas que existan para, otra mentira reiterativa, de ahí deducir problemas existentes y futuras soluciones.

 

La población está molesta, descontenta, aburrida y desinteresada, no obstante como en el experimento de Pavlov, al sonido de la campana acude a dar su dosis de mentira y doble moral. Nada ha cambiado en 52 años o si, hay más pobreza, menos entusiasmo y mucho miedo.

 

La presidencia está compuesta por un miembro del gobierno ( un burocrata dañado por los mismos problemas pero sosteniendo su fuente de ingreso segura), éste será el encargado de no responder las preguntas, mantendrá esquivas expresiones y quedará en los registros que el estado está presente.

 

El partido, que aparenta estar desvinculado del gobierno y funcionar con su propia identidad lleva también su representante, es llover sobre mojado, todos de la misma rama se cuelgan. El presidente del CDR, en algunos un comprometido, una vieja guardia que disfruta el arte de denunciar o un cauteloso dueño de negocio escondido que se ha buscado su propia careta.

 

El delegado y una secretaria, esto nunca puede faltar, una buena reunión siempre incluye una persona que debe tomar nota y en estos encuentros las quejas serán registradas por ella pero, esa solamente no es su función también debe dejar claro, antes de alguna intervención: el nombre, el apellido y la dirección del exponente. ¿Democracia Representativa?¿el poder del pueblo? Bajo estas circunstancias pocos serán los que se quejen.

 

Un viva a Fidel, otro a Raúl siempre en boca de los más miedosos, el resto se abstiene, comienza la reunión. Nada de demorarse, la novela se puede terminar. Así se desarrollan los tan cacaredos encuentros con los cuales se pretende entretener al pueblo que en su dosis de fantasía sueñan con un cable de internet que les abrirá las puertas. Es bueno aclarar que ya el gobierno, ducho y avispado ha comenzado a crear sus variantes informáticas.

 

En el olvido han quedado los verdaderos temas. Como la sicología del pobre siempre esperando el mañana, así vive el cubano. En un futuro que puede ser el Congreso de PCC, esperan ansiosos porque se legalicen los trapasos de carros y las compras y ventas de casas. Lo demás un poco de lo mismo, se discuten las abusadoras leyes de viabilidad en un submundo de lo contrario porque en público hablar es un delito. ¿Algo ha cambiado, algo cambiará? Nada, es la misma inercia con nueva fecha.

 

Amelia M. Doval

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LA CUBA DE RAÚL CASTRO: LO PEOR DE AMBOS MUNDOS PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Viernes, 11 de Febrero de 2011 11:52

Por Carlos Alberto Montaner

 

Raúl Castro ha convocado al Sexto Congreso del Partido Comunista cubano. Ya se siente firmemente en control para manejarlo a sus anchas. En Cuba no hay más poder que el suyo y, por delegación, el de la media docena de generales con los que controla la autoridad, toda la autoridad, auxiliado por su hijo Alejandro Castro Espín, un coronel de los servicios de inteligencia formado en la desaparecida Unión Soviética y presunto heredero de esta dinastía de militares.

¿Y Fidel? Fidel sólo conserva un rol simbólico y se entretiene jugando al gran estadista internacional, preocupado por el estallido de una guerra nuclear desatada por Estados Unidos e Israel contra Irán, o por el asesinato inminente de algún amiguete del socialismo del siglo XXI perpetrado por la CIA. Convertido en una especie de Casandra caribeña, profetisa todas las catástrofes. Nadie le hace caso,  pero se preocupa tiernamente por el bienestar de sus hijos revolucionarios. Raúl, mientras tanto, simula que lo obedece y, obsequiosamente, repite como un mantra que sus iniciativas, en realidad, son todas de Fidel, algo que, sin duda, es falso.

Eso fue verdad en el pasado, pero ya no es así. Es una tragedia que les suele ocurrir a los ancianos cuando se deterioran ostensiblemente. Los que ayer se le subordinaban solícitos, dejan de hacerles caso. Periódicamente, sin embargo, Fidel suele reunirse con Hugo Chávez para aleccionarlo sobre técnicas de supervivencia política y para planear la conquista del planeta, como si fueran dos siniestros personajes escapados de un comic de Batman. Chávez, al contrario de Raúl, mantiene su deslumbrada admiración por el Comandante y se considera su hijo putativo y su heredero moral.

En todo caso, el Sexto Congreso se reunirá en la segunda quincena de abril del 2011. Su función será legitimar la voluntad de Raúl. Ya era hora. El Quinto se celebró hace 13 años, en 1997. El Cuarto transcurrió en 1991. De acuerdo con el reglamento del Partido, esos congresos generales deben realizarse cada cinco años, pero los hermanos Castro los reúnen cuando les parece útil. ¿Qué va a suceder en el próximo? Es importante describir lo que ocurrió en los dos congresos previos para poder predecir qué sucederá en el siguiente. Al fin y al cabo, los actores y el guión son casi los mismos.

Los congresos previos

El congreso de 1991 coincidió con la debacle del marxismo-leninismo. Fue una ceremonia ritual contra la perestroika dedicada a ajustar el régimen cubano a la nueva realidad. En 1989 los alemanes habían derribado el muro de Berlín, mientras se resquebrajaba todo el mundo comunista surgido tras la Segunda Guerra Mundial. En ese congreso, celebrado hace dos décadas, Fidel Castro, tras declarar lo que desde entonces se llama “periodo especial”, enfrentado al callado criterio de la clase dirigente y de casi todo el país, ratificó su adhesión al comunismo ortodoxo y aseguró que Cuba “se hundiría en el mar” antes que abandonar esta ideología. Con la fiereza que lo caracteriza, al final del Congreso dio los gritos rituales en favor del marxismo-leninismo, de la patria y de la muerte.

No obstante, el fin del subsidio soviético, entonces calculado en unos 5 000 millones de dólares anuales, obligaba al gobierno a hacer ciertas concesiones ante la crisis que atravesaba la Isla: el colectivismo había demostrado ser desastroso y el nivel productivo del país era tremendamente bajo. ¿Qué se podía hacer? Decidieron aceptar ciertas inversiones capitalistas foráneas, pero en sociedad con el gobierno cubano. Si algún inversionista extranjero quería beneficiarse de la mano de obra cubana o de ese mercado cautivo, tendría que asociarse al estado comunista para explotarlos conjuntamente. Con el objeto de premiar a sus partidarios más leales, y por su habitual paranoia política, el gobierno colocó como sus representantes en estas empresas mixtas a numerosos militares jubilados de los servicios de inteligencia.

En esa oportunidad, Fidel Castro aseguró que bajo su dirección la sociedad cubana no tardaría en recuperar los índices de consumo que le permitían sus privilegiadas relaciones con la Unión Soviética. Como entonces se acentuaba la falta de comida hasta el punto del hambre y la desnutrición, lo que provocó que unas 60.000 personas contrajeran neuritis óptica o neuritis periférica, y muchas quedaran ciegas, el Comandante se puso personalmente al frente de un llamado "plan alimentario" que supuestamente solucionaría el gravísimo problema de la comida en apenas dos años. Entonces aseguraban que en un quinquenio Cuba habría superado la crisis y el país quedaba como reserva ideológica comunista para cuando el planeta recobrara el camino del socialismo. Fue entonces cuando la oposición describió el experimento como la creación de “un parque jurásico del marxismo-leninismo”.

Por lo demás, las líneas maestras del plan de desarrollo pasaban por potenciar la industria azucarera, explotar intensamente el níquel, crear una gran infraestructura hotelera para recibir millones de turistas (a lo que se habían opuesto durante décadas para evitar la contaminación moral), y exportar masivamente productos de alta tecnología médica creados en los laboratorios del Estado. Al mismo tiempo, fomentarían el envío de remesas desde el exterior, para lo cual despenalizaron la tenencia de dólares y facilitaron las visitas de los emigrantes que hasta ese momento habían sido considerados traidores.

Fue el parto de los montes. La industria azucarera cayó en picado, las exportaciones de níquel, concesionadas a una empresa canadiense, dependían del oscilante precio de ese mineral y no generaban los ingresos esperados, las ventas de productos biotecnológicos fueron decepcionantes, y el turismo, aunque creció gradualmente, no le dejaba grandes ganancias al país porque casi todos los insumos debían adquirirlos en el exterior con moneda dura. A veces, tenían que importar azúcar, bananos y otras frutas de República Dominicana, dado que la agricultura cubana ni siquiera podía servir esos productos tradicionales.

Simultáneamente, la falta de mantenimiento, los huracanes frecuentes y la incuria de unos funcionarios a los que parecía no importarles el deterioro creciente de las ciudades y el campo, iban demoliendo paulatinamente el paisaje nacional al extremo de que los viajeros solían hablar de “un país bombardeado en el que no había ocurrido ninguna guerra”. Un ensayista y narrador cubano, Antonio José Ponte, escribió un magnífico texto llamado Un arte de hacer ruinas que luego sirvió de idea central de un laureado documental sobre la destrucción progresiva del país.

En 1997, cuando se celebró el Quinto Congreso, ya era evidente que la fórmula castrista para sostener el marxismo-leninismo no había dado resultados materiales. Seis años después del fin del subsidio soviético y de las nuevas directrices económicas, Cuba seguía empantanada en la miseria, aunque logró detener la caída de la ínfima calidad de vida que experimentaba la sociedad. Así que, poco antes de que se celebrase la reunión, el gobierno les pidió a los militantes que expresaran sus quejas, en lo que parecía ser un ejercicio del "centralismo democrático de abajo hacia arriba" que supuestamente norma las relaciones dentro del Partido. Decenas de miles de militantes se atrevieron a dar sus opiniones, descalificando el capitalismo estado, y pidiendo libertades para crear empresas o para salir y entrar del país sin necesidad de una autorización del gobierno. Si los extranjeros podían tener empresas en la Isla, aunque estuvieran asociados al gobierno, ¿por qué ellos no podían hacer lo mismo?

Todo fue inútil. El Quinto Congreso del partido reiteró la línea ortodoxa, Fidel Castro insistió en que el país no se apartaría un milímetro del marxismo-leninismo, separó del poder a los militantes que habían exhibido tendencias reformistas con demasiada vehemencia, y vaticinó el próximo fin de las sociedades capitalistas como consecuencia de sus contradicciones internas. Ni siquiera se tomó el trabajo de explicar por qué había fracasado el plan alimentario, por qué se estaba hundiendo la industria azucarera, y, en definitiva, que había pasado con aquellas promesas de recuperación económica forjadas en 1991. La sociedad cubana en su conjunto, y miles de militantes comunistas en particular, se sintieron decepcionados y, en muchos casos, traicionados. Escapar del país de cualquier forma se convirtió en el objetivo principal de millones de jóvenes.

En el verano del 2006, Fidel Castro enfermó severamente y le entregó el poder con carácter provisional a su hermano Raúl, heredero designado desde 1959, Segundo Secretario del Partido y eterno Ministro de Defensa. Dos años más tarde, tras una zizagueante agonía que lo colocó varias veces al borde de la muerte, Fidel aceptó que no podía retornar al poder y renunció a la presidencia, mas, supuestamente, mantendría una gran influencia en las grandes decisiones estratégicas del país.

Aparentemente, Raúl se ocuparía de administrar la dictadura, pero la definición ideológica seguiría siendo la que Fidel concibiera, algo que casi enseguida comenzó a desmentirse con la discreta persecución de algunos connotados fidelistas. Tres de los más importantes funcionarios del gobierno –Carlos Lage, Segundo Vicepresidente del Consejo de Estado, Felipe Pérez Roque, Ministro de Relaciones Exteriores, y Fernando Remírez de Estenoz, su Viceministro, los dos primeros del entorno de íntimo de Fidel—fueron separados de sus cargos y humillados. A los tres, como trascendió públicamente, se les imputaban actitudes reformistas contrarias a las directrices del gobierno y comportamientos corruptos. En realidad, Raúl Castro quería manejar todos los hilos del poder con sus hombres de confianza: un puñado de militares de alta graduación que lo acompañaban desde hacía décadas. Los fidelistas eran un obstáculo para sus planes.

El Congreso que viene

Y llegamos a la víspera del Sexto Congreso. ¿Qué va a pasar? Probablemente, nada significativo, pese a la alharaca desatada. Los mismos líderes con las mismas ideas producen siempre los mismos o parecidos resultados. Ya el gobierno ha hecho circular un documento de 32 páginas en el que describe los nuevos planes económicos, y en el que deja muy claramente fijada su posición con relación al modelo comunista: la esencia del sistema seguirán siendo el colectivismo, la propiedad estatal de los medios de producción, y la planificación centralizada por parte de los burócratas del Partido. Explícitamente, ratifican la vieja estrategia enemiga de las libertades económicas. Ni siquiera se dignan mencionar las civiles y políticas.

Se permitirá, eso sí, el trabajo por cuenta propia, siempre que se ajuste a las 178 modalidades en las que tal cosa es posible: alquilar vestidos de novia, actuar como payaso de fiestas infantiles, reparar ruedas de autos, forrar botones y un largo y extraño etcétera. También se podrá montar ciertas microempresas familiares o con pocos trabajadores contratados, dado que el objetivo no es que crezcan y obtengan beneficios, sino que absorban la mano de obra desempleada que el gobierno planea echar próximamente de sus puestos de trabajo.

En los próximos meses, 500 000 trabajadores serán despedidos, pero en menos de tres años Raúl Castro planea aumentar ese número a 1 300 000, el 25% de la fuerza laboral. El general y sus corifeos alegan que las plantillas están sobredimensionadas con empleados innecesarios que obstaculizan la labor de las empresas, mientras la sociedad padece el “síndrome del pichón” y espera del papá-estado la solución de todos sus problemas, una acusación sorprendente tras medio siglo de implacable persecución a cualquier iniciativa individual. En definitiva, quiere que la economía sea productiva liberándola del peso muerto de estos obreros prescindibles.

Naturalmente, la idea de que en una sociedad aplastada por medio siglo de colectivismo, sin capital, sin insumos, sin experiencia, mediante un decreto presidencial, se puede crear súbitamente una franja importante de trabajadores por cuenta propia o adscritos a microempresas –todos sujetos a una severa presión fiscal y a limitaciones en el crecimiento para que no acumulen excedentes--, no tiene pies ni cabeza, pero forma parte de las nuevas fantasías revolucionarias de un señor que tiene una idea muy vaga sobre cómo se crea la riqueza, cómo se malgasta o cómo se conserva.

¿Qué se propone, en definitiva, Raúl Castro? El general-presidente tiene dos objetivos fundamentales que están íntimamente ligados entre sí. El primero, es asegurar la sucesión dentro del sistema y con su propia gente. Es falsa la idea de que a los Castro no les interesa el futuro de Cuba una vez que ellos hayan muerto. Los Castro tienen un claro sentido de la historia personal y del país. Han concebido una fantástica narración en la que vinculan la guerra de independencia de fines del siglo XIX con la aventura de la Sierra Maestra. Fidel se percibe como el único heredero de Martí y Raúl se ve como el único heredero de Fidel. Quieren el gobierno revolucionario perdure. Pretenden que la generación de los hijos de los dirigentes recoja el bastón de mando y continúe la obra revolucionaria.

Pero, para lograr ese objetivo Raúl cree que el gobierno tiene que lograr que la sociedad cubana sea más productiva y competitiva. Raúl no ignora que la situación económica del país es terrible, circunstancia que ha producido un absoluto distanciamiento entre la inmensa mayoría de la isla, la cúpula dirigente y la mitología revolucionaria. En su primer discurso como jefe del estado, se preguntó enojado por qué la leche era tan poca que los niños cubanos sólo podían tomarla hasta los siete años. Pero esa pregunta podía extenderla a los otros aspectos básicos de la convivencia civilizada en un país moderno: por qué son tan escasas y de tan baja calidad la alimentación, el agua potable, la ropa y el calzado, la vivienda, el transporte, el suministro de electricidad y las comunicaciones. Raúl teme, y con razón, que muertos Fidel y él, nadie podrá evitar que quienes les sucedan en el poder, por las buenas o por las malas, echen abajo “la obra revolucionaria” como consecuencia de la miseria generalizada que padece la población.

¿Cómo se soluciona o alivia el inmenso inconveniente del fracaso material del país? Es obvio: con un sistema económico más productivo. Hasta Raúl Castro, tras medio siglo de absurdas chácharas revolucionarias, entiende que las sociedades desarrolladas y prósperas, dotadas de un buen nivel de vida, han alcanzado ese perfil como consecuencia de su aparato productivo. Viven mejor porque producen más y porque lo hacen a precios competitivos. El problema, pues, desde la perspectiva de Raúl y sus camaradas íntimos, consiste en hacer más eficiente el sistema comunista de manera que la sociedad cubana admita de buen grado la sucesión dentro de la revolución cuando haya desaparecido totalmente la generación de los padres fundadores.

El fracaso de la reforma

Pero eso es pedirle peras al olmo. El comunismo es improductivo por su propia naturaleza. La planificación centralizada, la propiedad estatal de los medios de producción, el control de los precios y la ausencia de libertades individuales para crear y acumular riqueza, inevitablemente conducen a la improductividad y la pobreza.

Además, el pacto social entre los gobiernos comunistas y las sociedades no está basado en la promesa de una gestión pública eficaz y resultados materiales apreciables (esas son categorías del mundo capitalista), sino en una distribución igualitaria de los poquísimo bienes y servicios que se producen y en la condena y escarnio del que descuelle y posea mejores formas de vida. Sin duda es lamentable, pero el comunismo real es eso.

Cuando Fidel gobernaba, el país vivía miserablemente, mas la defensa retórica de su gestión administrativa contaba con tres ejes: todo el mundo tenía un trabajo, acceso a la educación y a los servicios de salud. A Fidel no le importaba que las empresas perdieran dinero y la producción y la productividad fueran mínimas, sino que todos los cubanos tuvieran un puesto de trabajo y recibieran un salario, aunque fuera casi simbólico. Tampoco le importaba que el sistema de salud se hundiera en hospitales sin anestesia o sin hilos de sutura, o que el educativo careciera de buenos maestros y útiles escolares. Los servicios podían ser pésimos, pero estaban ahí y él se ufanaba de esa presencia constantemente. La legitimidad de la dictadura dependía de ese discurso, convertido en un incesante instrumento propagandístico.

Por otra parte, en vista de que el tejido productivo era irremediablemente raquítico, había dos maneras de justificar esa forma abominable de vivir: el embargo económico de Estados Unidos y, paradójicamente, las bondades de la austeridad revolucionaria. ¿Para qué quería más bienes materiales un buen revolucionario? El consumismo dejaba de ser una aspiración legítima de los trabajadores y se convertía en un pecado propio de la pervertida codicia capitalista instigado por el imperialismo, las multinacionales y otros monstruos de parecido pelaje. Los consumidores, o quienes aspiraban a serlo, eran calificados como amantes de la pacotilla (“pacotilleros”)  atontados por el capitalismo corruptor.

La propuesta de Fidel era cruel, pero al menos se sustentaba sobre un sofisma poseedor de una cierta coherencia. La de Raúl es un puro absurdo: quiere que una parte sustancial de los cubanos produzcan como capitalistas, dentro de un sistema esencialmente comunista, abandonando, de hecho, el pacto social entre el estado y los individuos preconizado por la retórica marxista, mientras renuncia al igualitarismo y acepta el surgimiento de la desigualdad y el consumismo en la manera de vivir de los cubanos.

¿Para qué y por qué defender un modelo de estado comunista si la forma de gobernar se aleja totalmente de los supuestos marxistas-leninistas? El comunismo tiene una lógica interna: el Partido va a construir una espléndida sociedad, el paraíso del proletariado, en la que los medios de producción serán colectivos y las personas, cuando se logre, cuando se llegue a la fase superior del comunismo, como profetiza Marx en la Critica al Programa de Gotha, “(trabajarán) cada cual, según sus capacidades, (y recibirán) cada cual según sus necesidades”. Para llegar a ese punto, naturalmente, hay que atravesar la incómoda fase de la “dictadura del proletariado”, hasta arrancar del corazón de las personas los malditos hábitos y costumbres arraigados en ellas tras varios siglos de feudalismo y capitalismo.

Nada de eso queda en pie con las reformas de Raúl. Según su razonamiento, tras renunciar al “síndrome del pichón”, muchos cubanos se ocuparán de ganarse la vida según su talento, suerte y recursos, al margen del estado, y obtendrán por ello los mejores resultados que puedan, aunque su desempeño económico los alejen del modo de vida general de la nación.

La pregunta obligada que se desprende de todo esto es inocultable: si ya los objetivos no son edificar una sociedad comunista de acuerdo con los postulados de la secta, ¿para qué se conserva el modelo de estado de partido único y dictadura del proletariado prescritos por el marxismo-leninismo como fórmula de construir ese modelo de convivencia?

No creo que en el Sexto Congreso del Partido Comunista Cubano nadie formule esas incómodas preguntas. Como hicieron en el Cuarto y en el Quinto, los delegados aplaudirán, repetirán consignas y respaldarán sin chistar lo que Raúl Castro decida que se debe aprobar, pero entre los asistentes y entre la sociedad cubana quedará muy claro que la revolución comunista fracasó totalmente y que será imposible mantenerla a flote de manera permanente tras la extinción de la generación de quienes la pusieron en marcha en 1959.

Con razón, los pocos comunistas ortodoxos que quedan en Cuba se sentirán traicionados por Raúl Castro, mientras la inmensa mayoría del pueblo pensará, también con razón, que el hermano de Fidel les ha venido a traer lo peor de ambos mundos: un comunismo sin dádivas clientelistas y un capitalismo maniatado que no permite, realmente, el desarrollo individual y colectivo. No hay un pueblo latinoamericano más desesperanzado y con menos ilusiones que el cubano. Eso es triste.

 

Publicado en Letras Libres

México y España

Enero de 2011

 
(4) Del Cairo a La Habana: el efecto tunecino PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Miércoles, 09 de Febrero de 2011 18:16

Por HUBER MATOS ARALUCE

Un cambio democrático en Cuba no tiene que ser el resultado de una revolución violenta o pacífica en las calles, pero negar esa posibilidad  es  tan arbitrario como afirmar  que es inevitable.

 

En Alemania del Este las manifestaciones dieron el empujón final al comunismo en ese país.  El ejército en Rumania terminó fusilando al dictador Ceasescu en 1989.   En Cuba puede pasar cualquier cosa.

 

La revuelta popular que ha estremecido a Egipto en las últimas dos semanas nos ha dado la oportunidad de  examinar  un desenlace similar en Cuba.   Hay diferencias y similitudes.

 

En Egipto Mubarack no entendió la importancia de que el 40% de la población vive  en la pobreza mientras él coleccionaba residencias en las capitales más famosas del mundo.  Tampoco le importó que cada año un millón trescientos mil jóvenes se sumaran al mercado laboral en busca de trabajo.

 

En Cuba más de cuatro millones de personas trabajan para el estado.   La mayor parte de la población vive en la pobreza.  El régimen cree que con cambios cosméticos y la tolerancia que le tiene Occidente podrá seguir en el poder.

 

Occidente ha advertido al gobierno egipcio que no aceptará la violencia  como arma para eliminar las protestas pacíficas. Ha declarado que tampoco acepta el status quo y que los cambios democráticos tienen que iniciarse ya.  En buena parte se debe a que  Egipto tiene una importancia estratégica, sobre todo para los Estados Unidos, Cuba no la tiene.

 

En Cuba la crisis económica, política y moral del sistema obliga al gobierno a  hacer cambios con el fin de integrarse a la economía capitalista y evitar el desastre final.  Esos cambios económicos no son una concesión a nadie sino una estrategia de supervivencia del régimen.

 

La Unión Europea ha exigido al castrismo una transición hacia la democracia como condición a un mejoramiento de las relaciones políticas; esto es una forma de decir que Cuba tendrá ayuda económica de la UE si el régimen se transforma.

 

Los Estados Unidos han planteado que sin ese cambio hacia la democracia no se levantará el embargo comercial.  No es una política igual a la de la UE, pero en esencia condiciona a la tiranía a hacer cambios políticos fundamentales.

 

El error de ambas políticas es que han puesto en las manos del régimen castrista la iniciativa.  Si la tiranía no cede en lo fundamental - la transición democrática - puede seguir atropellando indefinidamente al pueblo cubano sin ninguna consecuencia adicional.

 

En estas condiciones la población cubana se siente desamparada.   La solidaridad internacional es algo remoto para los cubanos.  El pueblo está  amordazado y los medios de comunicación, bajo el control de la dictadura.

 

El gobierno de Obama debe entender que  su propósito de acomodarse al castrismo es interpretado como una muestra de debilidad por la tiranía y por un amplio sector de la población.

 

Washington y Bruselas deben modificar su política de esperar a que el régimen se decida a cambiar, por una estrategia proactiva.   La tiranía debe pagar un precio cada vez mayor por no proceder a una transición democrática.  Las opciones son múltiples.

 

Por una cuestión de principios, la solidaridad activa de la Unión Europea y los Estados Unidos hacia  la democracia egipcia  debe ser replicada en Cuba, aunque la isla no tenga ni remotamente la importancia estratégica de Egipto.

 

El silencio de las democracias ante la represión contra  quienes tienen la audacia de protestar en las calles alienta a los tiranos y desmoraliza a los valientes.  Cuando las pequeñas manifestaciones de Reina Luisa Tamayo son reprimidas brutalmente y en Bruselas o en Washington callan, la tiranía se fortalece y se convence de que no tiene que ceder en nada.   Esto debe cambiar.

 

Continuará…

 
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