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Fidel los prefiere extranjeros PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Martes, 21 de Febrero de 2012 12:51

Por Martín Guevara.-

En Cuba no tenemos libertad de prensa ni de expresión, le respondía Fidel Castro a Barbara Walters, en la primera entrevista que mantuvieron durante la década de los 70. Más recientemente Walters repitió la experiencia de entrevistarlo, pero ya con la URSS caída, el comandante no fue tan altanero en su reivindicación de la intolerancia, intentó explicarse mejor, aunque con similar resultado.

 

Durante los años en que viví en Cuba, Fidel sólo concedía entrevistas a periodistas extranjeros. Es una característica que mantiene tiempo ha: ya en la Sierra Maestra prefería desplegar sus encantos histriónicos frente a los cronistas  foráneos, norteamericanos de ser posible, como cuando para sacar de dudas a sus admiradores estadounidenses sobre su estado físico, concedió una entrevista a Herbert L. Matthews, en vez de a un periodista cubano.

 

Errol Flynn, el famoso actor de películas de Hollywood, llegó a sentirse atraído por la mística revolucionaria, y visitó a los rebeldes en sus campamentos. Fidel trabó amistad con él y sostuvo charlas con fines propagandísticos. Pero no profesaba ese nivel de simpatía por ningún periodista ni artista de la escena nacional.

 

El propio Che Guevara, a través Radio Rebelde, creada por él, atendió a periodistas cubanos que el jefe máximo no deseaba atender.

 

En años recientes he podido apreciar que ha sido entrevistado en más de una ocasión, en un  programa de televisión -al aire en la última década-, pero sin la más mínima incomodidad para el mandatario: No creo que criatura alguna se atreva a llamar periodismo a ese ejercicio de obsecuencia límite.

 

En una ocasión, pude ver a su conductor entrevistándolo, agachado, esbozando la sonrisa que cualquiera pagaría por esconder, una mueca de servilismo indescriptiblemente patética. No tengo nada contra ese trabajador de la información, valoro en su justa medida su trabajo al frente de aquel programa -La  mesa redonda-, que resulta dificil de ver completo desde la pluralidad de las sociedades injustas pero de libre opinión.

 

Luego fue Frei Betto, un fraile dominico brasileño, que escribió un libro, Fidel y la religión, en el cual a pesar de haber fustigado de mil maneras a todos los religiosos en la isla, el comandante se permitió hacer una loa de la educación que recibió de los Jesuitas. Yo, no estando seguro de la evolución ni de la creación,  pero siendo preferentemente ateo, no daba pábulo a lo que oía.

 

Más tarde leí un libro de Tad Szulc, periodista de origen polaco nacionalizado norteamericano: el mejor de los documentos que he leído, sin trazos sentimentales, netamente descriptivo y documental. Se trata de una serie de extensas entrevistas concedidas al periodista en La Habana, mientras cualquier periodista cubano se relamía por la milésima de lo que le había sido dado al bueno de Tad.

 

Incluso María Schriver, del clan Kennedy, le hizo una melosa entrevista en 1988, donde él declaraba que el poder lo vivía no sin pesadumbre, ya que su deseo oculto, eternamente postergado, era sentarse a tomar un helado en una esquina, tal como lo comentó alguna vez Gabriel García Márquez. Otro que carecía de carnet de identidad azul, al que Fidel dedicaba horas de entrevistas y charlas. Aunque éste, extrañamente, no era norteamericano como Oliver Stone, a quien concedió una larga entrevista filmada, convertida en conocida pelicula comercial.

 

Parece haberle asistido una fascinación inicial con Estados Unidos que en algún punto pudo haber sufrido una sensible quiebra, tal como lo revelan sus reiteradas visitas a ese país cuando era joven, en detrimento de cualquier país socialista o del tercer mundo, y su inclinación a sentirse refrendado en el respeto de los profesionales, gobernantes o artistas de aquel  país, pretendidamente enemigo.

 

Ernest Hemingway, tras su enfática determinación, dejó claro que no fue mutua la admiración y devoción de Fidel hacia su literatura y fama de aventurero, si bien tuvo una simpática respuesta en los primeros días de la revolución.

 

Recientemente, se presentó un libro de memorias, y se pudo ver a Fidel en una denodada lucha por terminar alguna de las frases que a duras penas comenzaba, mediante titubeos, preguntas difusas, peticiones de aclaraciones absurdas, y toda suerte de incoherencias; no hago una chanza sobre un ser senil, les dejo a ellos las burlas sobre los defectos de las personas, a las que quieren desautorizar. Opino que pudieron resultar patéticas las seis horas que duró la ponencia, con la totalidad de los asistentes asintiendo con la cabeza a cuanta incoherencia saliese de la humanidad ya reducida del amortizado geronte.

 

Un periodista acreditado al acto, cubano, debió soportar estoicamente una respuesta de diecisiete minutos, con una sonrisa pétrea que con toda probabilidad le causó primero dolor en las comisuras y luego adormecimiento, de modo que cuando Fidel la dio por terminada, el hombre se sentó con una cara idéntica a la que había sostenido en el tramo de balbuceos, durante el cual no voló una mosca. Y lo más probable es que con ese rictus lo haya encontrado su familia al arribo a su hogar, para alejar toda sospecha de la más mínima diferencia de criterio con el Comandante.

 

Desde afuera resulta fácil criticar, y sé que es un universo de dificultades tan sólo percatarse de lo bajo que se llega a caer con esa actitud. Cuando alguien crece en aquella sociedad, donde ese hombre-símbolo lo significa todo, desde la virtud hasta la última palabra sobre el destino de todos  los que allí habitan, resulta dificil discernir entre lo que es instinto de conservación y lo que es adoración ritual.  En cualquier caso, no resulta una situación envidiable.

 

Hoy el país espera impaciente la visita del Papa Benedicto XVI. La feligresía cubana en altísimo crecimiento, no sólo en comparación con la época en que era más que recomendable ser marxista y ateo, sino en comparación también con la era pre revolucionaria, se aviene a un halo de esperanza, sobre la cual me permito mantener mis reservas.

 

¿ Cuales serán las expectativas de Fidel?

 

¿Sentirá en los confines de su vida, cargada de actos que confesar, la llamada del sentimiento religioso, tal como lo asegura su hija Alina desde Miami? ¿Querrá limpiar el camino, atravesado de cierta maleza, hacia una eventual entrada en el paraíso?.

 

¿O hará una vez más movimientos de agilidad maquiavélica incomparable para situarse entre quienes hasta hace poco eran sus enconados enemigos?.

 

Una incógnita inquietante.

 

De lo que sí estoy convencido es de que, para cualquier cosa que termine decidiendo, no eligirá a un prelado compatriota. Será transmitida a través de un interlocutor extranjero. Tanto como lo puede ser un Papa alemán no demasiado familiarizado con el comunismo científico ni con la dictadura del proletariado, aunque sí, como Fidel, conocedor de las excelencias de la buena mesa, de los tronos duraderos y de los excelentes vinos que ayudan a cerrar los tratos más ventajosos.

 

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