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Escrito por Indicado en la materia   
Lunes, 29 de Julio de 2013 15:23

Por A. G. Rodiles y A. Jardines.-

La reconstrucción democrática solo será posible si se involucra al mayor número de cubanos.  

- La oposición debe articularse y proyectarse dentro y fuera de la Isla con un peso cívico y político.  

- Debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, capaz de generar un entramado político y jurídico que llene cualquier vacío.  

El panorama político de la Isla se ha dinamizado en los últimos tiempos. En la arena internacional el hecho de mayor impacto ha sido sin dudas la muerte de Hugo Chávez y su sucesión materializada en Nicolás Maduro, un hombre con muy pocas herramientas políticas, que a pesar de muchos pronósticos ha logrado, por ahora, mantener cierto equilibrio.

Sin embargo, la difícil situación económica por la que atraviesa Cuba y el incierto escenario chavista, hacen que el totalitarismo cubano evite apostar todas sus cartas a Venezuela.  

Para la elite en el poder, el tiempo, como parte de la ecuación política, se convierte en la variable más importante. El relanzamiento de su posición en la arena internacional pasa a ser parte de sus prioridades. Mostrar un nuevo momento en las relaciones con Europa y Estados Unidos se vuelve vital en la búsqueda de nuevos socios económicos y políticos que le brinden estabilidad y legitimidad.  

En el interior de la Isla, las transformaciones en el sector económico no generan una nueva impronta dado los años de estatismo acumulado, la descapitalización y la precaria situación de múltiples sectores.

Un proceso de verdaderas reformas implicaría acciones más profundas que dinamicen una realidad que ya se anuncia como desastre social, reconocido incluso por Raúl Castro en su última intervención. Pero el miedo a perder el control se convierte en obsesión y principal obstáculo.  

La posibilidad de viajar de algunos opositores representa en este sentido el paso más audaz que ha dado la elite en el poder, una clara apuesta a mejorar su imagen en el exterior y sacudirse el estigma de la falta de libertad de movimiento. Es muy probable que esta movida esté manejada bajo el presupuesto de que algunos tragos amargos no serán más que eso, que la realidad seguirá metida en su habitual camisa de fuerza, porque los opositores no pasaremos del nivel mediático y al regresar a Cuba, el control absoluto de la Seguridad del Estado y la falta de articulación social, mantendrán todo en su lugar.  

Ante este escenario se hacen necesarias algunas preguntas: ¿Está la sociedad cubana en condiciones de pujar por mayores espacios de libertad e independencia?

¿Puede la oposición capitalizar políticamente sus viajes?

Entiéndase por capitalizar nuestra capacidad de articularnos y proyectarnos dentro y fuera de la Isla como fuerzas prodemocráticas con un peso cívico o político en cada caso. Proyección que nos permita también terminar con el nefasto juego de gato y ratón con el que la Seguridad del Estado, como brazo del sistema, nos ha mantenido ineficientemente ocupados.

Se vuelve entonces imprescindible madurar como oposición y sociedad civil, lograr expandir las grietas de un sistema agotado que sostiene el control y el ejercicio de la violencia de Estado como elementos de contención social.  

La experiencia de múltiples transiciones muestra la importancia de comprender el momento del cambio como un paso dentro del proceso de reconstrucción nacional, visto como un punto de inflexión no discontinuo.

En un escenario extremo como el que enfrentamos, una transición exitosa implicará necesariamente la activa participación de capital humano preparado, con un fuerte compromiso social y una clara visión de la nación que desea construir.  

Sin un tejido social que represente cuando menos un microcosmos del meso y macrocosmos que visualizamos, será muy difícil edificar una democracia funcional.

Los ejemplos fallidos son abundantes y resulta irresponsable omitirlos. La conocida “primavera árabe”, devenida “invierno”, es el caso más reciente que muestra que la instauración de un sistema político necesita un proceso de maduración y articulación de su sociedad civil.

Imaginar el cambio y la reconstrucción de un país roto, fragmentado, no solo en el aspecto físico sino también en su dinámica social e individual, resulta ejercicio primordial si pretendemos la construcción de una democracia que contenga los ingredientes de toda nación moderna. 

Como oposición debemos romper con paradigmas que impliquen regresión y copia de lo que se ha vivido, en el que símbolos gloriosos, épicos y personalismos juegan un papel significativo. Un imaginario que cifra demasiadas esperanzas en una “chispa” expansiva y que suele aplazar un trabajo efectivo con vistas al mediano y largo plazo.  

Sería saludable igualmente reajustar una idea que ha dominado nuestras mentes durante más de medio siglo postrepublicano: la anhelada unidad de la oposición como única vía de presión efectiva para promover el cambio. Consideramos que el protagonismo principal de la transición debe recaer sobre la sociedad civil, mientras la oposición, como actor político, con un discurso y una acción coherente, debe pujar porque su representatividad tenga el alcance y la penetración necesaria.    

El viejo Hegel llevaba razón al afirmar que “todo lo que un día fue revolucionario se vuelve conservador”. Las palabras pierden su sentido original y se resemantizan al cambiar el contexto que las alimentó y sostuvo, tan es así que la propia lógica de las revoluciones se vuelve en su contra.  

El acto verdaderamente revolucionario es un gesto brusco, un momento de ruptura que trastoca el orden establecido. Las revoluciones todas, incluyendo las científicas, están diseñadas para transformar,  socavar las bases del modelo o paradigma anterior y, de esa manera, echarlo abajo.  

Entonces, lo novedoso en nuestros días es entender esa posible brusquedad como un instante dentro de un proceso, que debe estar permeado de los ingredientes que conforman las sociedades modernas, el conocimiento, la información, el pensamiento, el arte, la tecnología. La revolución es un momento de la evolución, pero no a la inversa.  

En la segunda década del presente siglo no podemos pensar en ningún proceso social sin tomar en cuenta el carácter transnacional de los mismos. En nuestro caso sería imposible analizar un tránsito a la democracia y un proceso de reconstrucción sin involucrar a la diáspora y al exilio con sus actores políticos. Si bien ellos no están anclados en la cotidianeidad de la Isla, son elementos vivos de la nación y como tal gravitan en ella.

En eso el cubano de a pie no se equivoca. En el imaginario del cubano una parte importante de la solución de nuestros problemas está en Miami (como genéricamente se define a la diáspora). La visión moderna de las sociedades contemporáneas debe llegar y, en nuestro caso, componerse en gran medida a través de una constante retroalimentación entre la Isla y su diáspora.

La oposición y el exilio deben ser, justamente, la bisagra que haga posible tal articulación.   Y este es, a nuestro modo de ver, el otro elemento que terminaría encuadrando el escenario cubano: cómo se imbrica en lo adelante la oposición con una sociedad civil transnacional de tal modo que la lógica binaria de lo interno y lo externo, de las figuras del “cubano de adentro” y del “cubano de afuera” llegue a su fin, para lo cual no es suficiente con reconocer, en un plano discursivo (como también lo hace el régimen) que no hay diferencias entre nosotros, que somos iguales, etc. Es algo más: somos un solo e indivisible cubano y ese único cubano debe tener su derecho a ejercer el voto y a influir en el presente y el futuro político de su país no importa en qué lugar del planeta se encuentre o resida. Se trata, para la oposición y el propio exilio, no solo de un problema político, sino conceptual.  

Como actores políticos debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, exponer el capital humano del que disponemos, la capacidad que poseemos de generar un entramado político y jurídico capaz de llenar el posible vacío que dejaría la nomenclatura unipartidista; demostrar que podríamos garantizar la seguridad no solo para el país sino para toda la región y por último, aunque no menos importante, la capacidad para rebasar las campañas de los castristas en eventuales elecciones libres.

Este sería, quizás, el escenario más deseable en términos de expansión de la sociedad civil transnacional y del correlativo constreñimiento del Estado totalitario.

Estemos, pues, alertas para no confundir sucesión con transición; aprendamos a vernos y sentirnos como cubanos a secas y exijamos nuestros plenos derechos civiles y políticos, económicos, sociales y culturales como aparecen reflejados en ambos pactos de la ONU. Admitamos que para la transición es tan necesario el capital humano disperso por las instituciones del Estado como las habilidades, el conocimiento y capital financiero de aquellos que han tenido que crecer lejos ―aunque no fuera― de su patria.  

El problema de la nación cubana es hoy el problema de la transición y la reconstrucción democrática, proceso que será posible solo si se involucra al mayor número de cubanos, vivan donde vivan. No decimos que la patria es de todos, lo cual es una declaración de jure; decimos que todos, juntos, hacemos la nación cubana, lo cual es ya una declaración de facto.


29 de julio de 2013

 

Comments  

 
0 #4 JuanValer 2013-07-30 10:14
Y por supuesto, el compromiso que adqueran los políticos, debe ser garantizado, donde un programa electoral, debe ser tratado como un contrato mercantil, donde no vale el ofertar unos servicios y suministrar otros. El pueblo cubano está harto de promesas incumplidas, sin que dichos incumplimientos tengan consecuencia alguna sobre los estafadores que las hicieron, en un País, donde el acceso a "la política" el único bienestar que se ha generado, ha sido para los "políticos" donde sería toda una novedad, el que los que proponen soluciones, estuviesen dispuestos a pagar por el incumplimiento.
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0 #3 JuanValer 2013-07-30 10:03
Qué quieren elecciones?.
El que pretende que haya elecciones y concurrir a ellas, lo primero que necesita es, UN PROGRAMA ELECTORAL presentado por UN GRUPO O AGRUPACIÓN POLÍTICA.
El programa electoral debe ser agresivo, anunciando la disposición a combatir el pecado, sin mencionar al pecador, del cual son todos los ciudadanos conscientes.
La ciudadanía cubana no ha cambiado tanto en los últimos 54 años, como para no adherirse a la solicitud de "paredón" contra los tiranos ladrones y sus cómplices.
El programa electoral, debe tan bien abordar otros temas de preocupación general, la sanidad, la educación, la propiedad privada, la dimensión del "estado",
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0 #2 JuanValer 2013-07-30 10:02
la reindustrializa ción, la inversión extranjera, nacional y del exilio, el cooperativismo, la normalización de relaciones con USA, la propiedad de la tierra, la atención a la vejez, la administración de justicia, la confiscación de los bienes en Cuba y el extranjero de los corruptos de la tiranía, el retorno a la Constitución del 40 y su modificación, o la convocatoria de una constituyente, para redactar una nueva, la reubicación de los excedentes del sector público y un largo etcétera.
En cuanto a la agrupación que presente dicho programa electoral, no puede ser un solo partido político y si, una agrupación de ellos, los cuales convocarán al pueblo a través de Internet, para la elaboración de dicho programa electoral, de tal manera que, no se escape ningún asunto del interés general, sin ser reflejado en el programa electoral.
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0 #1 JuanValer 2013-07-30 09:56
El programa electoral debería redactarse en dos partes, la primera de forma telegráfica con las propuestas y una segunda parte, que desarrollase cada una de las propuestas, con la extensión que sea precisa, de tal manera que, el lector, pueda visualizar los puntos de su interés, para con posterioridad y si lo considera oportuno, enfrascarse en su lectura, sin tener que aburrirse el la lectura de un basto documento, para extraer los asuntos que le interesan.
Si se consiguiese que UN PROGRAMA ELECTORAL circulase de mano en mano en Cuba, si fuese presentado a los medios y gobiernos extranjeros y si dicho PROGRAMA ELECTORAL reflejase las inquietudes o preocupaciones de la ciudadanía, ofreciendo soluciones razonables y razonadas para los males que les aquejan, evitar las elecciones, con la participación al menos de la AGRUPACIÓN POLÍTICA que presente el programa electoral, sería poco menos que imposible.
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