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Domingo, 08 de Mayo de 2011 18:13

Por Jorge Hernández Fonseca

La segunda muerte de Bin Laden --ésta reciente-- a manos de un comando estadounidense que hizo estallar su cerebro con un plomo fabricado en un taller norteamericano --quien sabe si cerca de lugar donde ordenó asesinar miles de hombres, mujeres y niños inocentes-- decreta, desde mi personal punto de vista, el entierro definitivo de la ideología que Bin Laden preconizaba contra occidente. Ningún ciudadano occidental que no profesara el islamismo se unió a Al Qaeda, porque los valores que esa organización terrorista pretendía implantar contradicen los valores que han permitido a occidente el grado de libertad y desarrollo actual.


La segunda muerte de Bin Laden

Jorge Hernández Fonseca

8 de Mayo de 2011

Terminó una cacería que comenzó hace casi diez años. Estados Unidos --herido en lo profundo de su sociedad civil-- ajustició finalmente al hombre que, por odio fundamentalista, mandó a matar más de 3 mil hombres, mujeres y niños inocentes en los fatídicos acontecimientos que se sucedieron el 11 de Septiembre del 2001 en Norteamérica y que provocaron dos sangrientas guerras que duran hasta hoy.

El conflicto terrorista liderado por Bin Laden contra Estados Unidos tiene una base netamente religiosa, aunque se intente decir lo contrario para atenuar el impacto. El terrorista saudita fundó una organización militar internacional conformada exclusivamente por musulmanes (aunque hay en su seno muchos musulmanes no árabes, no hay un solo cristiano, hebreo o budista en Al Qaeda) para librar lo que la religión musulmana llama de “yihad”, que no es más que una “guerra santa” de origen religioso. Más que contra EUA, el odio que destiló Bin Laden y su organización era contra los valores que representa la Civilización Occidental. Por eso Al Qaeda también atacó países de Europa, como parte de su plan para recuperar el “califato de Córdoba”, implantado en la Edad Media temprana durante la expansión musulmana, para reimplantar allí el fundamentalismo religioso –otra vez-- precisamente en la cuna de la Civilización Occidental.

La muerte violenta de Bin Laden (tan violenta como sus actos contra Occidente) tiene varias dimensiones: La faceta relacionada con el descabezamiento de su organización terrorista, que se valora de poco peso relativo ahora, en función de que ya Al Qaeda actúa más como células independientes que como una organización monolítica. Tiene la dimensión simbólica, que sin dudas asesta un golpe demoledor a la estructura semiótica de la lucha del islamismo extremista contra la cultura occidental de los “infieles”, que basó sus ataques precisamente en los elementos más simbólicos de Occidente. Y tiene también la dimensión “justicia”, relacionada con la deuda que Bin Laden tenía con Occidente en general --y con EUA en particular-- sobre cuya conciencia pesaban más de 4 mil inocentes asesinados en EUA, Europa, Asia y África.

El contexto actual sin embargo, en el que Bin Laden fue eliminado recientemente dista mucho de las circunstancias existentes cuando el 11 de Septiembre de 2001. El terrorismo de Bin Laden se centró en combatir valores occidentales considerados por él y sus seguidores como sacrilegios, propio de “infieles” y que implicaban el alejamiento de aquella religión que las cerradas sociedades musulmanas imponen de manera radical a sus ciudadanos y donde el culto religioso forma parte indisoluble de la sociedad civil, de la política y de la vida militar. Según esta concepción, la religión está por encima del hombre, de la sociedad y del estado.

Bin Laden se equivocó doblemente al iniciar su “guerra santa” contra los valores occidentales: Se equivocó en primer lugar porque la historia europea demuestra que el fundamentalismo religioso, sea este de origen cristiano (como lo fue el fundamentalismo cristiano durante la Edad Media europea con su “santa --otra vez ‘santa’-- inquisición”), o sea éste de origen musulmán, como el preconizado por Bin Laden. Ambos son estadios primarios de una religión en vías de modernizarse con los valores universales del iluminismo progresista: separación de la religión por un lado y la sociedad civil por otro (laicismo), democracia, libertad, igualdad y fraternidad.

Se equivocó en segundo lugar porque en vez de tratar imponer a Occidente --a sangre y fuego-- los viejos valores fundamentalistas de la religión musulmana, ha sido el avance ideológico de esa religión lo que ahora se impone en esas sociedades (tunecina, egipcia, yemenita, siria y un largo etcétera) abrazando algún tipo de “iluminismo musulmán” que separe la sociedad civil de la religiosa --actualmente fundidas-- y absorba los valores universales de libertad de conciencia, libertad social e igualdad para sus mujeres y democracia política para todos.

Las revoluciones que ahora se suceden en incontenible catarata en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Irán, Yemen, Emiratos Árabes, Marruecos, Argelia, entre otros países musulmanes, que incluye (o incluirá futuramente) a todas las sociedades musulmanas --sean árabes o no-- demuestra que la historia nunca marcha hacia peores épocas, como preconizaba erróneamente Bin Laden, sino que avanza hacia el progreso ideológico, el crecimiento, la libertad y la democracia.

Las primaveras libertarias a las que asistimos en el mundo musulmán (es en el mundo musulmán y no en el mundo árabe solamente, porque los reclamos llegaron con fuerza a Irán, que no es un país árabe, es un país persa) son el equivalente al iluminismo occidental del Renacimiento, y significa el despertar de la cerrada sociedad musulmana a los valores que 5 siglos antes adoptó occidente, creando su cultura de desarrollo actual, en la cual la religión juega un papel importante, pero no se impone al ser humano, centro del iluminismo.

Las revoluciones del mundo musulmán son la demostración más patente de que la juventud de los países oprimidos por una ideología religiosa --que ahorca homosexuales y lapida mujeres-- está en franco retroceso. Son los jóvenes los que claman por valores adoptados antes por la cultura occidental (no porque occidente es mejor o peor, sino porque el iluminismo creó, basado en la libertad de conciencia individual, la ciencia y la tecnología, herramientas insustituibles en la lucha del hombre en su medio, lo que se constituye en un valor universal, casi antropológico).

La primavera musulmana a la que asistimos actualmente es realmente la derrota de las ideas retrógradas defendida por Bin Laden y se constituyó sin dudas en su muerte ideológica. Muerte decretada por la misma juventud que supuestamente debería seguirlo en su cruzada contra los valores del mundo occidental, pero que en realidad ahora son reclamados a gritos, sangre y fuego, en las calles de El Cairo, Argel y Damasco, entre otras tantas ciudades musulmanas.

Esta primera muerte de Bin Laden y su ideología no fue preparada por la CIA o el Pentágono. Fue cocinada con el mismo condimento intelectual con fue cocido el iluminismo occidental 5 siglos atrás y seguramente culminará con el triunfo de las posiciones progresistas en las sociedades musulmanas ahora oprimidas por principios rechazados de plano por su juventud.

No se trata de la derrota de la religión islámica. Se trata de la derrota del fundamentalismo musulmán que envía hombres bombas a asesinar otros hombres inocentes, mujeres y niños, para convertirse en una religión verdaderamente de paz, progreso y bienestar, muy lejos de la opresión que significa la aplicación de leyes medievales que lapidan ahorcan y mutilan. Es el mismo proceso que 5 siglos atrás sufriera el fundamentalismo cristiano a manos del iluminismo.

La segunda muerte de Bin Laden --ésta reciente-- a manos de un comando estadounidense que hizo estallar su cerebro con un plomo fabricado en un taller norteamericano --quien sabe si cerca de lugar donde ordenó asesinar miles de hombres, mujeres y niños inocentes-- decreta, desde mi personal punto de vista, el entierro definitivo de la ideología que Bin Laden preconizaba contra occidente. Ningún ciudadano occidental que no profesara el islamismo se unió a Al Qaeda, porque los valores que esa organización terrorista pretendía implantar contradicen los valores que han permitido a occidente el grado de libertad y desarrollo actual.

Si la muerte de Bin Laden hubiera ocurrido diez años antes, asociada al inicio de la guerra que EUA inició en Afganistán, es posible que el sentimiento de justicia en occidente hubiera sido más pleno, porque la barbarie que provocó estaba más presente. Sin embargo, entonces no estaba maduro el sentimiento de la juventud musulmana abrazando los valores universales del iluminismo, que previamente habían sido adoptados en el mundo occidental 5 siglos antes, pero que en realidad son propios de la naturaleza humana: la libertad de conciencia individual que ahora el mundo musulmán reclama en sus calles. Su muerte entonces hubiera enviado a la juventud musulmana un mensaje simbólico equivocado, asociado a un “martirologio heroico” y quién sabe si este despertar musulmán actual a los valores iluministas hubiera sido retardado.

La segunda muerte de Bin Laden cierra de manera definitiva una era en la cual el fundamentalismo religioso musulmán se resistía a desaparecer --insistiendo en los métodos terroristas-- y tira del escenario un personaje sangriento, ya derrotado ideológicamente precisamente por la juventud musulmana a la que antes convocara, pero que podría en vida proyectarse de manera brutal contra el imperfecto mundo occidental, que además de contener los mecanismos pacíficos e intelectuales para su continuo desarrollo y perfeccionamiento, hemos visto también que contiene, por suerte para todos, los medios efectivos para su defensa.

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