La vacuna de más democracia como antídoto a los males Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 15 de Junio de 2012 12:57

Por Dr. Darsi Ferrer.-

 

El reciente plebiscito aprobado en la República de Irlanda fue el procedimiento más racional para enfrentar los nuevos retos que trae consigo esta fase superior de desarrollo que se denomina Globalización. Y el cuerpo de transición más importante, precisamente porque define el destino de todos los implicados, es el mejoramiento y consolidación del Estado de Derecho y la democracia representativa, es decir, apelar a la voluntad popular claramente expresada en una votación, sobre un asunto tan significativo como resulta el apretarse el cinturón para sanear las finanzas y superar la crisis económica nacional.

Por eso, es de buen tino irse acostumbrando al cada vez más dinámico método de las consultas a los pueblos. Los conceptos de democracia representativa y Estado de Derecho, lejos de estar caducos, se renuevan con ese tipo de ejercicio democrático. Hay que utilizarlos cada vez que se presenten asuntos medulares, que comprometan el futuro de toda la población de un país. No se puede permitir que un grupo minoritario y virulentamente belicoso asuma para sí la representación de la sociedad por el simple expediente de plantarse en un sitio y protestar. Eso no es democracia, si no su tergiversación. Un ejemplo evidente lo constituye el Partido de los Independentistas Puertorriqueños, cuando hace años se proclamaba defensor y voz de la voluntad popular estrangulada por el “yugo yanqui”, y en diversos plebiscitos referidos al asunto de la soberanía se descubrió que apenas representaba algo más del 1 % de los votantes del Estado Libre Asociado.

Si los irlandeses se equivocaron al optar por ese mecanismo, nadie podrá decir que fue por una conjura secreta de un club de millonarios, argumento al que la izquierda crispada le echa garra constantemente para sostener acusaciones de gigantesca conspiración. Y si tenían razón los que por mayoría ganaron la consulta, quedará doblemente demostrado que era un error otorgarle la categoría de “voz del pueblo” a los “indignados” que se proclaman de tal modo, bajo la consigna 99 %.

Este referéndum popular ratifica la responsabilidad con que el pueblo y las autoridades de la República de Irlanda han emprendido el camino de la solución de sus presentes problemas. Es una consecuencia positiva y realista para enfrentar las dificultades surgidas por el reajuste económico devenido del tránsito hacia una fase superior de modernidad. Con sus resultados, la nación europea aceptó el mismo plan de medidas de austeridad al que aparentemente se niegan en masa los “indignados” griegos, españoles, norteamericanos… Es un procedimiento que no deja dudas sobre lo que piensa la mayoría sobre una cuestión de índole general. Como herramienta de soberanía, es impecable.

Muy distinta es la situación en otras naciones del viejo continente, donde el panorama desolador generado por la crisis económica, conlleva a que las élites políticas apelen a alternativas inadecuadas para lidiar con esos problemas y hallar soluciones viables y duraderas. En Grecia los políticos de izquierda, con el liderazgo de Alexis Tsipras se han lanzado a pescar en río revuelto, con la pretensión de aprovecharse de la desesperación y descontento de sus conciudadanos para atrapar el poder. Sin ningún recato utilizan discursos manipuladores, a base de promesas de no adoptar medidas de austeridad, y hasta desechar los acuerdos contraídos con las instituciones del Bloque a raíz de los millonarios préstamos financieros de los que se ha beneficiado su quebrada nación. En España andan por otro trillo también perjudicial. El gobierno derechista de Mariano Rajoy, al que el pueblo de ese país eligió masivamente en las elecciones hace apenas cinco meses, lejos de actuar con transparencia hace lo contrario. Por estos días negoció con las instituciones europeas un rescate financiero de 100 mil millones de euros y no le llama por su nombre. Habla de “ayuda ventajosa” que servirá para recapitalizar a la Banca, y sus declaraciones no convencen, sino que despiertan resquemores y la ira de muchos de sus compatriotas duramente golpeados  por las dificultades económicas.

De modo general, en todas estos naciones sucede que los inconformes se niegan a aceptar el fin de una serie de prebendas y beneficios sociales que ya no pueden cubrirse porque carecen de respaldo monetario, aunque este no es el dilema fundamental. El eje del asunto radica en la propia inviabilidad del Estado como gigantesco creador de Bienestar Social. La práctica histórica ha demostrado que ese esquema sólo sirve para generar, mediante un mecanismo populista de apoyo, desde empleo innecesario e improductivo hasta subsidios absurdos y fondos mal administrados con corrupción aledaña. Y lo que es peor, todo ello justificado por la representatividad delegada cada cuatro o cinco años, sin previa consulta con el pueblo, el genuino dueño de ese dinero. Sólo un pequeño grupo de personas de la clase política en el gobierno de turno es la que maneja los recursos públicos a su estrecho criterio o conveniencia. Esta situación privilegiada de las élites gobernantes provoca un despilfarro de recursos recaudados mediante impuestos, aranceles y otros, en inversiones de beneficios dudosos que pudieran ser mejor concebidas y administradas. Como efecto, muchas personas de sectores vulnerables, completamente desvalidas que existen en toda sociedad, se quedan sin la ayuda que realmente necesitan. Son las víctimas más dolorosas, pero no las únicas.

La población también participa festinadamente en el Estado de Bienestar sin preguntarse mucho o lo suficiente para saber dónde van a parar los recursos que de ellos se recauda. Con demasiada facilidad se dejan engatusar por pequeñas concesiones contempladas como “conquistas sociales” y por el beneficio de subsidios que le hacen la vida supuestamente más llevadera. Acomodados a entregar su voto en las elecciones para que se les cumplan las gratuidades prometidas, le dan la espalda al cuestionamiento de por qué sus insatisfacciones y limitaciones económicas y legales persisten, y hasta se incrementan.

Esta realidad tiene lugar precisamente porque los ciudadanos participan del ejercicio de apariencia democrática, pero que oculta un serio desbalance cómplice entre el soberano y el grupo que los representa por un período de gobierno. Tal desequilibrio no pudiera existir sin el contubernio de un votante interesado en favorecerse de la zanahoria de gratuidades, ni tampoco sin su contraparte, una maquinaria política de partidos de corte democrático que se acomodan y tornan arrogantes y elitistas en el poder. En correspondencia, se crea un círculo vicioso donde todos se corrompen y buscan la manera de beneficiarse de ese maná.

Con posterioridad a la 2da Guerra Mundial, a la par del proceso de crecimiento de naciones democráticas, ha ido consolidándose el esquema de supuesta justa redistribución del ingreso público. Pero el tremebundo resultado general al que ahora se llega por el aceleramiento que imponen las nuevas dinámicas globales, es que la retroalimentación de este proceso tergiversador acumula una deuda cada vez más incosteable, con mayores subsidios, corrupción y burocracia que cubrir.

Los avances de la Globalización como un integrador que nadie gobierna pero que refleja de manera firme y segura las preferencias mundiales, impactan contra aspectos caducos que se resisten a desaparecer de los modelos de civilización. De igual manera que en otras épocas muchos se negaban a abandonar el alumbrado de gas por el fluido eléctrico, que el caballo fuese sustituido por el vehículo motorizado, o la dictadura del proletariado por la sociedad abierta y liberal, en el presente hay quién contempla como un horroroso retroceso el fin de una Sociedad de Beneficencia y Subsidios, de “conquistas sociales” como salarios mínimos, subsidios de desempleo garantizados por generaciones, aumentos salariales generales y la ausencia de una correspondencia entre lo que se produce y consume.

Muchas personas en Grecia, España, Portugal, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países de economías de mercado están atrapadas en las contradictorias condiciones que la nueva era pone en entre dicho por ser completamente inviables. Hoy vive una plena crisis el modelo de Estado Benefactor, dueño y ejecutor de los ingresos públicos. Las leyes de la oferta y la demanda, el castigo y el premio a la buena o mala ejecutoria política, aunque parezcan  despiadadas, son patrones de medición más firmes y seguros de ese caballo mustango que es la economía de todos. Pero para llegar a ese consenso, como en el caso irlandés, se requiere expresarlo de manera clara y contundente en todos los aspectos que sean importantes.

Nunca antes como ahora existen las posibilidades tecnológicas para que los plebiscitos puedan dejar de ser un engorroso y costoso proceso de consulta popular. Los medios modernos de comunicación cada vez hacen más real la denominada Súper-Carretera Informativa, donde coinciden los diversos medios de trasmisión y recepción con vastas redes sociales y otros artilugios que de seguro se sumarán. La mejor inversión que puede hacer una nación es establecer el mecanismo especializado para que, sin temor a engaños o manipulaciones, la consulta de la nación en los asuntos vitales sea cada vez más frecuente y precisa. Así se evitarían las trampas que en el presente no sólo se han provocado a sí mismos el clientelismo popular y el elitismo de los partidos, si no lo más importante, se evitaría el sufrimiento, las pérdidas económicas y de propiedad, el rencor y la ira de los más perjudicados.

La Habana, Cuba. 13 de junio de 2012.