A Brasil no le basta con remiendos en la política Exterior Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 27 de Abril de 2014 11:54

Por Sergio Fausto.-

“Antes, (estaba) Chávez, (que) era amigo de Lula. Cuando se encontraban, destrababan los pagos. Ahora las cosas se complicaron”. Así se expresó una fuente citada en el periódico Valor Económico, en la edición del 5 de marzo sobre los atrasos en los pagos a empresas brasileñas en Venezuela. En el caso de las grandes contratistas, la cantidad alcanzaría los US$ 2.000 millones. La complicaciones actuales derivan de la profundización de la crisis económica en el país vecino y de la pérdida del privilegiado canal político-diplomático entre los dos expresidentes. La declaración espanta, no por revelar algo que no se supiese, sino por indicar hasta qué punto llegó la mezcla de intereses políticos y empresariales en la política exterior brasileña para América del Sur en los últimos diez años.

El gobierno de Dilma maneja mal, sin estrategia alternativa, el legado de problemas heredados del hiperactivismo ad hoc de su antecesor inmediato. La influencia del gobierno brasileño en Venezuela va cuesta abajo. No logra hacerse oir de manera más asertiva por el gobierno de Maduro y es mal visto por la oposición. Lo mismo se puede decir respecto a la influencia del gobierno brasileño en Bolivia. Las relaciones entre los dos países dependían mucho de la interlocución personal entre Lula y Evo Morales. Aunque la estrecha relación directa entre ambos no impidió al primero mandar al ejército boliviano a ocupar militarmente la refinería de Petrobras ni evitó que Brasil se viese envuelto en el conflicto en torno a la controvertida construcción de una carretera que corta un parque nacional indígena.

Mejor hubiera sido que las agencias del Estado brasileño – comenzando por el BNDES, que concedió el préstamo a una contratista brasileña encargada de la obra- hubiesen evaluado el riesgo ambiental, político y financiero del proyecto, sin presiones de la “diplomacia presidencial”. También en el caso de Bolivia pasamos del hiperactivismo ad hoc, con Lula, a la vacuidad de la política externa bajo Dilma. Allí estamos sin embajador desde el incio del segundo semestre del año pasado.

Tampoco se puede decir que la influencia brasileña haya aumentado en la Argentina. Enredados en el manejo puntual de las recurrentes barreras de la relación bilateral, sin un nuevo horizonte para el Mercosur salvo en el plano retórico, Brasil y sus empresas sufrieron, como cualquier otro y a veces hasta más, las consecuencias de la gestión arbitraria de los gobiernos Kirchner, a pesar de la aceitada relación entre los presidentes de los dos países, especialmente durante la vigencia de la dupla Lula-Nestor.

La pérdida de influencia de Brasil en América del Sur no se limita a esos tres países, donde supuestamente invertimos nuestros mejores esfuerzos en los últimos diez años. En verdad, es un fenómeno generalizado en la región. El gobierno fracasó en el propósito de liderar el bloque bolivariano y, en torno a ese eje, organizar la integración sudamericana. Al mismo tiempo asistió a la formación de la Alianza del Pacífico, que comprende a tres países sudamericanos (Chile, Perú y Colombia) y a México, en contrapunto a la política exterior brasileña de estructurar la integración regional a partir de un Mercosur formalmente ampliado (pero sustancialmente empobrecido).

Sin decirlo y mucho menos admitirlo, el propio gobierno Dilma ya emite señales de que reconoce la necesidad de cambiar la política exterior, valga como ejemplo el empeño en hacer avanzar el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea. El movimiento, sin embargo, es relativo e incompleto. El nuevo esfuerzo en dirección a los europeos resulta más del temor ante el riesgo que suponen para las exportaciones brasileñas nuevos acuerdos de la Unión Europea con grandes aliados del norte (por ejemplo con Canadá o peor aún, con Estados Unidos) que de una revisión más amplia de la política Sur-Sur que guió a Brasil en los últimos diez años.

Una nueva política exterior requiere establecer el papel de Brasil en la región en otros términos, para generar reglas estables y horizontes previsibles en las relaciones entre los Estados y no apenas entre gobiernos eventualmente afines.

En el plano regional, aunque menos dispuesto a dar cabida a las idiosincrasias de Argentina, el gobierno permanece preso en un Mercosur que ni va ni viene. La matriz del pensamiento continúa siendo la misma. Además de eso, Dilma ni delega ni asume el papel de liderazgo en el área de política exterior. El hecho es que necesitamos una nueva política exterior y no remiendos de la actual.

Una nueva política exterior requiere establecer el papel de Brasil en la región en otros términos, para generar reglas estables y horizontes previsibles en las relaciones entre los Estados y no apenas entre gobiernos eventualmente afines. Ese cambio debe hacerse mirando hacia la nueva configuración de la economía y de la geopólitica mundiales. No podemos aceptar un nuevo Tratado de Tordesillas y dejar que se profundice la división entre la Amérca del Sur del Atlántico y la del Pacífico. Va contra los intereses nacionales de largo plazo que parte importante de la región pase a girar fundamentalmente en torno a las relaciones económicas y geopolíticas, cada día más fuertes, de la Gran Cuenca del Pacífico, bajo la coexistencia competitiva de dos gigantes, China y Estados Unidos. Brasil no tiene como anular esta tendencia, pero puede hacerle contrapeso.

Como ya apuntó correctamente el experimentado embajador José Botafogo Gonçalves, es preciso avanzar de modo más radical y rápido en el derribo de las barreras arancelarias y principalmente no arancelarias, al comercio y las inversiones entre Brasil y los países sudamericanos del Pacífico. Se trata de un paso en la dirección correcta, pero no será suficiente. Debemos volver a pensar en el espacio latino-americano y dar prioridad a un amplio acuerdo de comercio e inversión con México, como parte de un proceso más amplio de inserción de Brasil en la economía internacional, lo que no implica tirar por la borda el Mercosur.

No es solamente por razones económicas que debemos hacerlo. La aproximación entre Brasil y México puede dar a ambos y a América Latina mejores condiciones para lidiar con temas relativos a la seguridad y a la política de las Américas y del mundo a partir de perspectivas y realidades distintas a las de los dos gigantes mundiales.

INFOLATAM

Última actualización el Domingo, 27 de Abril de 2014 11:59