PERUCHO Imprimir
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 25 de Julio de 2011 15:45

Por Santiago Cárdenas

 

Debajo de un aguacatero, en la casa de campo de los Hermanos de la Salle, Renté, al otro lado de la bahía santiaguera, cuatro villareños oian la apasionada exposición del curita joven. Hablaba acerca de una revolución que nunca terminaría: la religiosa; y de un verdadero comandante, que nunca traicionaría: CristoJesús .

 

- "  ? Quién es "? preguntamos.

-  " Perucho. El secretario del obispo Pérez Serantes. Se ordeno en 1954."  Nos respondió Manote, el manzanillero.

 

Eran términos apropiados, pero atrevidos, siendo el mes de febrero de 1959, en plena euforia revolucionaria  Y era la reunión de restructuración de la Juventud Estudiantil Católica, la JEC, después  de la debacle del batistato.

 

Hasta allí se llegaron en tren de palo, el lechero, que salió de la estación "Marta Abreu" de Santa Clara:  Ferrer, Espina, Roberto Jiménez y Santiago Cardenas. Todos adolescentes. Todos bienvenidos por el obispo, que enviaba helados de fruta, para merendar, en ferries expresos desde Santiago de Cuba.

 

Así, anónimamente, conocimos a Pedro Meurice y Estiú. El sanluisero.

 

EL OBISPO.

 

Por una de esas "casualidades providenciales" de la vida, estando  en Preston, el  ahora llamado Central Guatemala, Pérez Serantes nos informó que había designado a su sucesor: el padre Maurice. Monseñor Enrique quería que todos los congregantes fuéramos a su ordenación en el Cobre.

 

Pérez Serantes, un gallego de estirpe, estaba enfermo. Obeso, diabético, hipertenso, incontinente. Esto último lo señalaba el charco de orina que dejaba bajo el altar de la parroquia de Santa Teresita, en uno de los centrales más grandes de Cuba. El obispo viajaba cientos de kilómetros, atravesando toda la provincia de Oriente, de sur a norte. Un esfuerzo ciclópeo para la época, en un anciano acabado, que hacía un viaje de cinco horas ida y cinco de vuelta, con escazes de gasolina y la ayuda de una silla de ruedas y un chofer asmático. El cómo, y el por qué de ese celo pastoral con la iglesia de Preston, es otra historia. Bien triste, por cierto.

 

La comunidad no pudo asistir. No obstante, cinco personas alquilamos un botero, y el día de la ordenación episcopal hubo una presencia de prestonianos en el Cobre. Recuerdo a Meurice muy feliz, y recuerdo a mi señora, Gloria, que estaba en la antesala del parto de Chaguito, el primogenito, decirle, imprudentemente, al viejo obispo que: "como Simeón, ya podía  morir tranquilo"

 

EN ORIENTE Y LA HABANA.

 

Pedro Maurice visitó el ingenio, meses despues, y nos prometió designar un sacerdote fijo para la capilla. Luego, supe de él ,-- a través de un sacerdote del lejano oriente, que ya murió: El padre Lorenzo y Rodicio, -- de Sagua de Tánamo , donde me radiqué. Resulta que Meurice fue citado a la marchas de entrenamiento del servicio militar obligatorio. Cada semana, Perucho marchaba por las calles de Santiago. Cuando le preguntaban el por qué hacia eso, respondía que el era un ciudadano más, que no tenía privilegios. La  embarazosa situación fue resuelta por una intervención anónima, ante el gobierno cubano, de la nunciatura Apostólica en la capital..

 

Regresé a mi casa, después de terminar el Servicio Médico Rural. No tuve más noticias de Meurice, luego de la muerte de Serantes. Pero, "la vida te da sorpresas", como dijo otro Pedro, de apellido Navajas. Resulta que Monseñor Maurice fue designado años después, como obispo de la Habana, "sede plena". En otras palabras: con  la catedra, o la silla episcopal ocupada. Algo así como una suplencia indefinida. Puedo testimoniar el trabajo apostólico de este hombre, que gobernó pastoralmente, al unísono, las dos diócesis más grandes de la isla. Como su predecesor, viajaba de un extremo a otro, de punta a cabo, ocupándose, cada quince días, de la compleja situación de la iglesia en una Cuba revolucionaria. Los viajes lo hacía por la carretera central. Le tenía miedo a los aviones. Cuentan que le ofrecieron varias veces la diócesis de la Habana, para su tranquilidad, pero que nunca quiso abandonar su querido Santiago.

 

EL POLÍTICO.

 

Una imprudente petición al episcopado cubano, fue hecha por Oswaldito Payá Sardinas. Eran los inicios del Mov. Cristiano de Liberación. Fue respondida en forma tajante, un tanto descortés, y en forma personal. El encargado de hacerlo fue Monseñor Meurice, que lo citó a un convento de la Vicaría Cerro -Vedado. El tono empleado por Maurice, no fue muy diplomático que digamos. Se decía, entonces, que por su rectitud y claridad en el habla, era el obispo designado para zanjar ciertos asuntos "importantes o delicados ".

 

Años después, cuando se hizo la declaración del Cobre, en 1991, a los pies de la Virgen, la actitud de Pedro Meurice, fue totalmente distinta. Un chofer del arzobispado fue enviado a recojer a los firmantes en la terminal ferroviaria, y los llevó hasta el Santuario. Allí los alojaron. En la tranquilidad y el aislamiento del lugar, se produjo una larga entrevista entre  el obispo y Oswaldo José. Lo tratado alli, nunca ha sido divulgado. Solo que Maurice, tuvo gestos y signos muy especiales hacia el MCL, durante las jornadas sociales de la iglesia en Cuba, y destacó la presencia de varios de sus líderes, cuando le asignaba posiciones importantes, durante la liturgia.

 

Moseñor Pedro Maurice , sorprendió a la Iglesia Católica, urbi et orbi, cuando su antológica homilía en Santiago de Cuba en la presencia del Papa.

 

No quiero  insistir en lo conocido. Fue en 1998. Ya me encontraba en el exilio. La vi por television. Era espectador; y no actor.

 

Continúo afirmando, atrevida, y un tanto locamente --como hice en un programa de  television en PBS-- que no despedimos y enterramos  a un obispo cualquiera, sino a un cardenal in pectore de la iglesia universal. El tiempo me desmentirá; o  no.

 

SANTIAGO CÁRDENAS

 

Última actualización el Lunes, 25 de Julio de 2011 16:45