Cuba: El rey desnudo Imprimir
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Jueves, 21 de Abril de 2011 16:10

Por Vicente Botín

Gabriel García Márquez dijo en cierta ocasión que Fidel Castro era a la vez jefe del gobierno y de la oposición. Y no le falta razón. El Líder Máximo ha sido el fustigador más despiadado que ha tenido la revolución cubana. Pero las críticas nunca las dirigió contra sí mismo, dueño absoluto del poder. La culpa de sus propios desaguisados la tuvieron siempre, sus ministros, su partido, sus “parlamentarios”…, cocinados y devorados en la olla de la revolución para tapar los errores de ese Gargantúa insaciable que, a diferencia del rey de la fábula de Andersen, nadie, ni siquiera un niño, se atrevió nunca a decirle que estaba desnudo.

Raúl Castro, heredero de la corona, actúa como el anterior monarca al acusar al partido comunista de Cuba por su inmovilismo “fundamentado en dogmas y consignas vacías”, y por “entrometerse en las labores de gobierno y usurpar funciones que no le son propias”. El presidente cubano lanzó ese anatema en la inauguración del VI Congreso del PCC y parece olvidar que fue su hermano Fidel quien durante casi medio siglo se “entrometió” en las labores de gobierno y “usurpó” las funciones que la Constitución, en su título V otorga al partido comunista como “la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.

El partido comunista de Cuba fue desde su fundación, en 1965, un instrumento al servicio de Fidel Castro. Hasta hoy solo se habían celebrado cinco congresos, el último fue en 1997, a pesar de que sus estatutos establecen que debe convocarse cada cinco años. Ninguno de esos cónclaves fue precisamente un ejemplo de discusión democrática, sino un coro de ecos a la mayor gloria del Líder Máximo, igual que las reuniones de los Consejos de Estado y de Ministros y de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Fidel Castro actuó toda su vida como un autócrata, al margen de los órganos colegiados de poder calcados de la Unión Soviética. Incluso llegó a crear estructuras paralelas que dependían directamente de él, como el Grupo de Coordinación y Apoyo al Comandante en Jefe o la Batalla de Ideas.

Las broncas entre los dos hermanos por los intentos casi siempre inútiles de Raúl de embridar a Fidel, ha sido una de las señas de identidad de la revolución cubana desde sus inicios. La desesperación de Raúl Castro ante los desatinos de Fidel, sobre todo en materia económica, le llevaron muchas veces a refugiarse en su antiguo feudo de la Sierra Cristal, para ahogar sus penas en alcohol. Sin embargo, ahora que parece tener las manos libres para llevar adelante sus proyectos, recurre a la vieja fórmula de criticar duramente a aquellos que igual que él se sometieron a la tiranía de su hermano. “Se me cae la cara de vergüenza –ha dicho Raúl Castro– al tener que aceptar en público que las reformas aprobadas por congresos anteriores del PCC nunca fueron implementadas”.

Resulta sorprendente que Raúl Castro, hasta ahora número dos del partido comunista, se lamente por no contar con “una reserva de sustitutos debidamente preparados, con suficiente experiencia, madurez, para asumir las nuevas y complejas tareas de dirección en el partido, el Estado y el gobierno”, como si no hubiera tenido nada que ver con la defenestración periódica de los jóvenes cachorros de la revolución, no solo de Felipe Pérez Roque o Carlos Lage, sino de otros muchos como Carlos Aldana o Roberto Robaina, tronados en purgas anteriores.

En su nuevo papel de reformador, a Raúl Castro le parece “recomendable” ahora limitar a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años el desempeño de cargos políticos y estatales, pero debería predicar con el ejemplo y dar por amortizados los suyos después de medio siglo de desempeño. En lugar de eso, reemplaza a su hermano como primer secretario del Buró Político del PCC y otra “joven promesa”, José Ramón Machado Ventura, de 81 años, primer vicepresidente del Consejo de Estado, pasa a ocupar el puesto que deja vacante Raúl Castro como segundo secretario.

Raúl Castro quiere aligerar al Estado de su enorme carga y traspasar parte de ella a la iniciativa privada. La “actualización” incluye la ampliación del trabajo por cuenta propia, un masivo recorte de las abultadas plantillas públicas, más autonomía a la gestión de las empresas estatales y la eliminación de subsidios sociales, entre ellos la cartilla de racionamiento. También se va a permitir la compraventa de viviendas, una de las viejas aspiraciones de los cubanos.

Una Comisión Permanente del Gobierno será la encargada de implementar y desarrollar las normas y leyes necesarias para este “New Deal” que no es ni capitalista ni comunista sino todo lo contrario, porque primará la planificación, pero se tendrán en cuenta “las tendencias del mercado”. El propio Fidel Castro, relegado a simple “soldado de las ideas”, ha bendecido la fórmula: “La nueva generación –ha escrito- está llamada a rectificar y cambiar sin vacilación todo lo que debe ser rectificado y cambiado, y seguir demostrando que el socialismo es también el arte de realizar lo imposible”.

La tarea que se propone Raúl Castro para “actualizar” el modelo y garantizar la “irreversibilidad” del socialismo es compleja y según él va a requerir por lo menos un quinquenio. Es decir que cuando cumpla 85 años, en 1916, todavía le quedarán otros cinco años, hasta los 90, para retirarse a cultivar su huerto según su propia recomendación.