Del anonimato al martirologio Imprimir
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 28 de Febrero de 2011 00:43

Por Yoani Sánchez

A veces algunos rostros anónimos se vuelven indispensables en la historia de los pueblos y el más insospechado de los individuos trastoca el curso nacional y cataliza fenómenos, ansias de transformación que estaban aletargadas. Un albañil, proveniente de la zona oriental del país, ha logrado remover en nosotros algo que ya creíamos secuestrado definitivamente por la policía política, esa sensación de que en algún punto tendrá que empezar a cambiar la realidad cubana.

El nombre Orlando Zapata Tamayo se hizo público por primera vez en el año 2002, junto con dos fotos suyas en un libro titulado Los disidentes , dedicado a descalificar a las figuras de la oposición cubana. No obstante, cuando su muerte –tras una huelga de hambre de 85 días– conmovió al mundo, la prensa oficial y hasta el mismísimo presidente de Cuba dijeron que aquel mulato de 42 años solo era un delincuente común y no un prisionero político. Esta versión ha sido repetida hasta el cansancio por nuestras autoridades, sin percatarse –o quizá sin querer recordar– que ellos mismos lo inscribieron en el selecto listado de “los enemigos ideológicos”.

Orlando Zapata fue apresado en marzo de 2003. Su nombre no aparecía ni siquiera en la lista de los 75 opositores que fueron condenados esa primavera negra a penas que oscilaban entre los 15 y 28 años de cárcel, ya que su detención y posterior condena a tres años de privación de la libertad ocurrieron como consecuencia de los actos realizados por él para protestar contra aquella oleada represiva. Una vez en prisión su actitud de permanente rebeldía lo condujo a ser juzgado nuevamente y condenado a casi 30 años de cárcel. Es precisamente bajo esas condiciones como a finales de 2009 se declara en huelga de hambre.

La versión oficial de los hechos argumenta que el reo había tomado esa decisión reclamando privilegios imposibles de complacer y que a pesar de los esfuerzos del personal médico que lo atendió no se le pudo salvar la vida.

La familia y algunos presos atestiguan que, una vez que se declaró en huelga de hambre para quejarse de las condiciones carcelarias y el abuso de que era objeto, sus carceleros lo encerraron en una celda de castigo y le negaron el agua durante 18 días. Cuando fue conducido al hospital, el deterioro de su salud se encontraba ya en un punto de no retorno. Nadie pone en duda el esfuerzo que realizaron los doctores encargados del caso, como tampoco está bajo discusión la crueldad y el desprecio a la vida humana demostrada por sus carceleros, que no han sido juzgado hasta el día de hoy.

A lo largo de los doce meses ya transcurridos, el pequeño cementerio del poblado de Banes en la provincia de Holguín ha sido testigo de numeras pruebas de intolerancia. Allí descansan los restos de Orlando Zapata y en varias ocasiones que su madre, la señora Reina Luisa Tamayo, ha pretendido visitarlo, ha sido impedida de hacerlo, a veces por personas vestidas de civil, otras por hombres y mujeres de uniforme, que forman una cadena humana en medio del camino. Todo esto acompañado de gritos, empujones e insultos contra la familia y los amigos de quien se ha convertido en un símbolo para miles de cubanos dentro y fuera de la isla.

Orlando Zapata Tamayo no era un miembro de la oligarquía que estuviera pretendiendo recuperar sus propiedades, sino un hombre sencillo del pueblo, un obrero mestizo nacido después del triunfo de la revolución. No fue el autor de una plataforma política ni se alzó en armas contra el régimen; fue una persona común y corriente, un cubano de a pie, que un buen día se percató de que carecía de derechos elementales y decidió que valía la pena hacer algo por alcanzarlos.

Muchas veces no es la vida de una persona sino su muerte la que le coloca en un sitial en la historia. Este es el caso de Mohamed Bouazizi, el joven tunecino que se prendió fuego frente a un edificio gubernamental porque la Policía le había confiscado las frutas que vendía en una plaza. Las consecuencias de su inmolación en todo el mundo árabe eran totalmente impredecibles y todavía hoy no se sabe hasta dónde se extenderá lo que se ha dado en llamar “el efecto dominó” desencadenado.

La muerte de este cubano, ocurrida el 23 de febrero de 2010, hace hoy un año, justamente la víspera en que Raúl Castro se aprestaba a celebrar su segundo año al mando de los timones de la nación, ha creado una incómoda efeméride en nuestro almanaque.

Ahora mismo son muchos los que se están preguntando cómo van a conmemorarla, mientras la Policía Política se prepara para contrarrestar las muestras públicas del recordatorio.

Lo que sí es seguro es que a lo largo de esta semana será más evocado el nombre del difunto Zapata Tamayo que el largo epíteto del general Presidente.

Este artículo fue originalmente publicado el miércoles 23 de febrero de 2011 en la edición impresa del diario La Nación de Argentina. http://www.lanacion.com.ar/1352195

Yoani Sánchez es cubana y filóloga. Creó el reconocido blog Generación Y 08:31 a.m. 26/02/2011