OTRA DE ESPÍAS Imprimir
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 14 de Febrero de 2011 13:06

Por León de la Hoz

Los cubanos siempre tenemos una película de espías en la moviola. La que nos ha salido de las manos de Julian Assange era de esperar ya que la historia de espías reales e inventados, a lo largo de las relaciones de la Revolución Cubana con los Estados Unidos, ha sido probablemente más larga que cualquier otra del siglo veinte. En cada americano hay un hipotético espía para el gobierno cubano y viceversa, además de un inmigrante para los yanquis. No les falta toda la razón a ninguno de los dos gobiernos que han incubado una paranoia que trasciende los límites de la higiene mental. Por esa regla nadie es inocente ni está exento de ser espiado o reprimido. Yo recuerdo a un diplomático español que donde veía un cubano veía un espía, da igual que fuera amigo íntimo o no, persona respetable o no. Y como en Madrid hay tantos cubanos terminó con una camisa de fuerza.

Un día en La Habana --durante una fiesta en la casa de un embajador extranjero, amigo durante y después de su trabajo, entrañable coleccionista de libros, buena, inteligente y querible persona-- otro amigo, antiguo diplomático cubano, con un vaso de whisky en la mano, me dijo con un susurro al oído: Ten cuidado con lo que dices, todos los diplomáticos son espías. De esa forma era imposible amasar una amistad como en cualquier lugar de vida normal por las cosas que habitualmente une a los amigos. Luego, cuando salí de La Habana, también se sucedían las historias de espías o las opiniones o las reservas que los otros tenían de terceros o de uno mismo. Comprendí que las películas de espionaje, la persecución, la represión y el miedo habían calado tan hondo en la sicología social del cubano, de dentro o de fuera, que nos costaría Dios y ayuda salir de esa escenificación de la guerra fría llena de espías y contraespías.

Hay gente que se alarma cuando oye estas revelaciones salidas de Wikileaks, como si todavía viviera en Cuba, y en ocasiones puede ser alguno desempeñando una gran actuación de espía en el reparto de un bando u otro, o los dos. A veces, cuando alguien me dice que tenga cuidado porque se sospecha que otro puede ser un espía, me río porque no sé qué interés puede tener para un gobierno cubano, americano o español, lo que habla un escritor que vive libre y dice o publica lo que piensa. La paranoia colectiva no tiene límites y refleja la falta de libertad y la represión como el instrumento que nos obligó a una manera de estar en la oscuridad e instalados en la doble moral para sobrevivir. No es una ficción. Las paredes, los teléfonos, los amigos, tienen oídos y  descubren a otros nuestros sentimientos reales e ideas diferentes a la norma. La enfermedad ya la conocemos y todos nos visto obligados a padecerla aunque hay quienes no terminan la curación.

Las revelaciones de Assange no prueban la existencia de espías, sino los comentarios de oficiales del servicio norteamericano sobre cubanos e instituciones del exilio, sin embargo tales comentarios que forman parte del trabajo diario de información para estructurar las relaciones y los pasos de futuro, se han convertido para algunos en señales inequívocas sobre personas que conocemos y hemos respetado, ya sea porque se les señala creando la duda sobre ellas o porque las caracterizan negativamente. Lindo favor se le hace al gobierno cubano que tiene su mejor aliado en la mediocridad del exilio, siempre listo para tirar heces a su espejo.

Ya lo he dicho, me da igual quien pueda ser o no espía, que seguro los habrá buenos, malos y mediocres. Ojalá tuviéramos los cubanos una KGB de Putin o un Graham Greene. No le presto atención a la chismografía de los despachos oscuros de la diplomacia, ya que tengo mi propio juicio de las personas que conozco. Y no me importa lo que piensan los diplomáticos ni los espías que también tendrán su panteón de cretinos. Vendrá la democracia y se ventilará ese país con la luz de la libertad bien entendida, con el paso del tiempo nos curaremos de la paranoia a la que nos han inducido y con la cual hemos vivido haciéndonos daño mientras repetimos el síndrome del reprimido, reprimir al vecino.

Tal vez lo peor no sean los espías, sino los mediocres, los oportunistas, los cobardes, los hijos de puta, los delatores, los traidores, los censores en democracia y los dogmáticos que no han aprendido a vivir en libertad y conviven con nosotros o esperan su momento dentro de la isla. Y los que hay en cada familia que tendrá que unirse y reencontrarse con un país destrozado moral, ética, económica y políticamente. Un país enfermo del cual no sabemos cuánta porquería habrá sumergida bajo los sótanos de la libertad. Un país al cual le hará falta un sicoanálisis y un buen equipo de terapeutas para salvarlo. Y, sobre todo, una familia fuerte, paciente, comprometida con los suyos, donde apoyarnos para empezar a labrar el futuro desde un presente oscuro, de traumas, crueldades y estupidez.

No hay que escandalizar con el oficio más viejo del mundo. La misma historia de la literatura está plagada de escritores espías como Chaucer, Quevedo, Marlowe y Defoe. Yo espero, por lo menos, que un día la vida nos sorprenda con un Graham Greene, Somerset Maugham, John Le Carré cubanos. Como diría Chesterton en El hombre que fue jueves, una novela que todo cubano debería leer, el enemigo siempre es de los nuestros, y en la cúpula del poder no hay quien no sea un traidor.