El silencio de los corderos y el aullido de los lobos Imprimir
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Domingo, 12 de Septiembre de 2010 03:27

Por PEDRO CORZO

La muerte de Orlando Zapata Tamayo, los abusos a las Damas de Blanco y su grupo de apoyo, el posterior acoso a Reina Luisa Tamayo, madre del ultimo mártir del totalitarismo insular, es una infamia que se viene repitiendo desde los primeros días de enero de 1959, porque para el régimen y sus partidarios las calles son de Fidel y las cárceles y la muerte para los opositores.

El castrismo y sus métodos han sobrevivido en parte por la debilidad moral de un amplio sector de la sociedad. Una mayoría silenciosa que aunque consciente de lo injusto y el fracaso del proyecto, acata sus mandatos o finge aceptarlos.

Entre ellos se encuentran los que prefieren no ver ni escuchar. Los que cumplen el oficio de sordos y ciegos. No importa lo que suceda en la casa vecina, lo que le ocurrió al amigo de la infancia, al compañero de trabajo o al familiar. Pueden no actuar en su contra, hasta compadecerse, pero se distancian con un lapidario ``se lo buscó''.

Pero no hay dudas de que la columna vertebral del despotismo insular son las fuerzas armadas. Los cuerpos armados sirvieron en las guerras mercenarias, exportaron la subversión imperialista que patrocinó el castrismo por décadas y en su momento sustituyeron a las elites del Ministerio del Interior, que en la opinión de muchos era el principal sostén del régimen. Ambas fuerzas siempre se han complementado y el resultado han sido décadas de terror, miseria y opresión.

De esta ecuación no se pueden excluir los funcionarios. Los que implementan las políticas administrativas del gobierno, estructuran las relaciones internacionales en base al chantaje y el soborno, y la nomenclatura intelectual que arropa con talento asalariado las acciones más vergonzosas de la jerarquía. Entre estos últimos se destacan los que integran el aparato de propaganda del régimen, periodistas, escritores y artistas, que con sus inventivas confunden e intimidan a una parte de la población y desinforman al mundo exterior.

También están los cómplices con rostros, los que respaldan la dictadura a sangre y fuego. Hacen el trabajo sucio. Atemorizan, usan la violencia. Represores de oficio. Esbirros de corazón. Imparten las órdenes e interpretan a la perfección la voluntad de sus superiores, y si estas no llegan a tiempo, no dudan en aplicar la fuerza para la que están entrenados. Morder, desgarrar, es su vocación de fe.

Pero lo que más repercute en el control absoluto de la sociedad cubana por su capacidad de intimidación, son las turbas divinas de la opresión. Sin ser un pilar fundamental amedrentan a los ciudadanos y ejercen influencia en la opinión pública mundial. Ellos han asumido la doble moral como práctica de vida. En esa sumisión activa gritan, predican, vejan y hasta matan para lograr sobrevivir sin rasguño alguno la opresión que también les agobia continuando así una existencia de corral que les equipara a carneros, pero con colmillos de lobos.

Esos cómplices anónimos, esa multitud sin identidad que cambia de sujetos según las circunstancias, la localidad y el tiempo, pero que siempre está dispuesta a aplastar y destruir a todo aquel que defiende su derechos de vivir a su manera y de rendirle culto y obra a sus convicciones, son quienes visten al régimen con una legitimidad que no es genuina porque es consecuencia del miedo colectivo, de un oportunismo ramplón que concluye que es mejor ser victimario que victima. Aguantar a cualquier precio es su consigna y aquellos que no lo hagan deben ser execrados porque rompen el equilibrio del sometimiento.

sa masa anónima, de número variable, de rostros comunes, con el compromiso de hacer miserable la vida de los otros, es la carne, músculo y hueso del totalitarismo. Ellos son más importantes para la imagen pública del régimen que el burócrata que administra, que los oficiales que comandan las tropas, coordinan la represión o dirigen una prisión. Sin ellos no estarían Fidel y Raúl Castro, Ramiro Valdés o Ramón Machado Ventura. Esa masa mezquina mata física y moralmente. Para ellos no hay fronteras en el abuso. Esa es la principal herencia del totalitarismo cubano.



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Última actualización el Domingo, 12 de Septiembre de 2010 03:28