VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba: la última jugada de la vieja elite castrista Imprimir
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Viernes, 26 de Marzo de 2021 13:06

Sesión del VII Congreso del PCC.

Por LUCÍA ALFONSO MIRABAL.-

Próxima la fecha de celebrarse el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, la elite dirigente castrista está planteándose los puntos a exponer e imponer sin mucho debate en una reunión que podría ser histórica.

Histórica porque el apellido Castro dejará —si se cumple la promesa de su actual primer secretario, Raúl Castro— de formar parte de la dirección del único y supraconstitucional órgano de dominio político de Cuba, que opera a partir de los postulados establecidos en 1976, en el mejor estilo del aparato partidista de la URSS, y que se ha mantenido sin variaciones sustanciales en las dos constituciones que desde entonces el régimen ha redactado y aprobado.

Dejar el puesto principal de mando no es decisión simple, sobre todo en un escenario de relevo convulso donde un error puede costar caro a la sobrevivencia de la llamada Revolución cubana y a la seguridad, tranquilidad y libertad de las familias de la elite, herederos fácticos del poder.

Los acontecimientos que se producen en Cuba desde el 27 de noviembre de 2020 han demostrado al PCC que la batalla ideológica está prácticamente perdida. El socialismo como modelo de desarrollo y la pésima gestión de gobierno, desarrollada sin apenas pragmatismo político, tiene a la casta dirigente arrinconada en la sede del Consejo de Estado, el Comité Central, tras las apuntaladas murallas de cada unidad policial y en los cuarteles de las brigadas de inteligencia y contrainteligencia militar.

No solo pierden peleas y legitimidad en los medios de información oficial, sino también en las redes sociales, en los barrios y centros laborales. Las antiguas organizaciones de masas existen únicamente en forma de espíritu molesto, pues han dejado de existir en esencia, gastando en burocracia y reuniones infinidad de recursos sin conseguir atraer atención. Se pertenece a la CTC, a la FMC, a los CDR y a infinidad de asociaciones profesionales por inercia, sin conciencia y por temor a consecuencias. Bostezar y perder la atención ante sus dirigentes, autómatas parlantes, es la regla y no la excepción.

Los retos son inmensos, en especial enfrentar los anhelos de libertad y de respeto de los derechos individuales que el oficialismo alega defender, pero que administra a su antojo, y hacer obedecer a la nueva generación de artistas, intelectuales y profesionales ante una institucionalidad que no aporta resultados presentes ni da esperanza de un futuro mejor. El escenario les es adverso, pues la parte de la sociedad cubana que no emigra se ha ido despojando del temor a la expresión y a la manifestación.

La disyuntiva está entonces en cómo seguir adelante reafirmando un "socialismo irreversible", como dictan las consignas del PCC por estos días. Visto que no desean dialogar ni escuchar las voces pacíficas que argumentan cambios, no queda más remedio que claudicar, reformar o guerrear.

¿Rendirse o quemar las naves?

Rendirse, al parecer, mientras esté vivo el general de Ejército hermano de Fidel Castro no es una opción. Tramar a sus espaldas será visto como un acto grave de traición, para el cual las leyes vigentes prevén la pena de muerte. Reformar tampoco, pues tanto la Constitución de abril de 2019 como la producción normativa posterior que la complementa han servido para el perfeccionamiento de la dominación, si bien ni siquiera una sola disposición ha sido para beneficio de la población.

Tras incumplir el cronograma legislativo establecido en 2020 por la Asamblea Nacional del Poder Popular y postergar por un año la aprobación de disposiciones como la Ley de Reclamación de los Derechos Constitucionales ante los Tribunales, la Ley sobre los Tribunales Populares, la Ley de Procedimiento Administrativo, la Ley de Procedimiento Penal, y la Ley de Procedimiento Civil, Laboral y Económico, que garantizarían a la ciudadanía la protección del ejercicio de derechos reconocidos en la Constitución, el texto se ha convertido en un gesto simbólico.

La calificación de Cuba como un "Estado socialista de derecho" queda por tanto en suspenso. De ahí que guerrear a través de mecanismos dictatoriales de represión sea la opción. Ello supone la fase final de liquidación de la llamada Revolución.

Quemar las naves puede ser la última jugada a la cual la vieja dirección del PCC esté apostando. Ante la falta de voluntad clara de diálogo con los presuntos "apátridas y mercenarios", la histórica elite dejará claro a los militantes reunidos en el Congreso que una retirada es imposible. Es de esperar que traten de calcular hasta dónde será posible poner en práctica los efectos destructivos de legitimar la violencia que autoriza el Artículo 4 de la Constitución.

Debe esperarse también que den orientaciones a su relevo acerca del riesgo que entraña el incumplimiento del "deber de defender la patria socialista" que se ha impuesto en el texto constitucional, y que en la práctica significa enfrentar pueblo contra pueblo.

Mientras tanto, es previsible que continúe la caza selectiva de talentos contestatarios, líderes y presuntos "intransigentes", que estos sean criminalizados en procesos arbitrarios y sometidos a la agresión mediática a su persona e imagen.

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Sábado, 03 de Abril de 2021 12:54