Lecturas en tiempo de peste Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 15 de Marzo de 2020 00:13

Un tren en China.

Por ANDRÉS REYNALDO.- 

En 1772, Daniel Defoe publicó Diario del año de la peste. Lo leí en la primera semana de abril de 1981 cuando iba y venía en el ómnibus entre Nueva Jersey y Nueva York para trabajar (no tardarían en botarme) en el MacDonald's de Times Square.

Doy testimonio de la fecha porque entonces marcaba los días que me tomaba un libro, agobiado por un trabajo que se me hacía brutal y hoy es una jocosa anécdota de la supervivencia en el exilio. Súbitamente proletario, viviendo en un nido de ratas en West New York y apenas con dinero para twinkies y perros calientes, mi ánimo no encajaba tanto en las babilónicas avenidas de Manhattan como en las sórdidas callejuelas del Londres de la Gran Peste de 1665.

Ahora, la memoria de la plaga literaria resurge en la vivencia de la plaga concreta. El COVID-19 es mi peste. Una peste de exiliado, con un brote en Miami y otro en Cuba. Demasiado cercanas la patria real y la patria adoptiva para que no formen parte de la misma noticia. Igual temeroso del daño que aquello pueda causarnos acá. ¿Quién confía en un Estado que ametralla en alta mar a sus prófugos y embarca por la fuerza a locos y niños autistas en un éxodo masivo?

La movilización contra la plaga exige una voluntad totalitaria. Trato de explicárselo a mis hijos. Pocas trampas más eficaces que las del bien común. Por supuesto, agradecemos que la Guardia Nacional vigile el barrio y nos traiga la comida a la puerta. Sobre todo, porque estamos seguros del carácter contingente de la situación. Asimismo, las directrices sobre el abastecimiento atentan contra el habitual equilibrio del mercado, que es la escena donde Dios provee. A mí, al menos, me inquieta que el administrador del supermercado de la esquina decida cuántos rollos de papel toalla puedo llevar, cuántas latas de bonito del norte para dormir tranquilo, cuántas barritas de chocolate. Ya sabemos lo que ocurre cuando la satisfacción de la demanda se resuelve con la socialización de la oferta.

Defoe fue un escritor de extraordinario encanto. Robinson Crusoe (1719) es el libro más traducido después de la Biblia. A conveniencia del momento, una biblia del sobreviviente. Encanto, decía Borges, es todo lo que debe pedirse de un escritor. La crítica moderna, embarrancada en la metatranca del post-estructuralismo y otros virus marxistas que enferman el lenguaje, ha vuelto a discutir si Diario del año de la peste debe considerarse novela histórica, no-ficción o no-ficción novelada, cualquiera que sea lo que esto signifique. En tiempos de la peste es importante andar por los senderos de las palabras claras. Mucho Borges y nada de Derrida.

Argelino como Derrida, aunque en su sano juicio, Albert Camus publica La peste, en 1947. El genio de la obra, quizás la mayor de Camus, reside en develar una casi inmediata conexión entre el contagio físico y el contagio moral. "Cada uno lleva en sí mismo la peste", dice Camus. Agrega en la siguiente página: "Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro" (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991, pags. 234-235).

Camus estudió la información disponible sobre el comportamiento, origen y tratamiento de la peste. Un exergo de Defoe abre su libro: "Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra es representar algo que existe realmente por algo que no existe". (Entre escritores, toda admiración nace de una deuda). Defoe define la enfermedad como prisión metafísica; Camus como prisión política. Uno habla de la soledad del hombre frente a Dios; el otro de la soledad frente al poder. No me extrañaría que en Cuba muchos estén lidiando a la vez con ambos problemas.

Para que no sea una peste, para reducir la desgracia a la categoría de malestar, todos, o casi todos, debemos sufrir contagio. Tarde o temprano, la línea de propagación descenderá en curva y atravesará mi patio. El COVID-19 será otra clave de mi naturaleza, como la bacteria Yersinia pestis. Me arriesgo a arruinar el comentario con una vulgar perogrullada: lo que no mata, engorda. Hace un siglo el virus de la influenza española mató a cien millones. Sin embargo, Leviatán quedó reducido a un simpático fonema: el "flu".

Espero, pues, por mi peste. A imitación de Defoe (o el personaje que según Derrida no quiere que sepamos que es Defoe) "me quedaré en la ciudad, bajo la protección del Todopoderoso". A fin de cuentas, "si Él no considera pertinente entregarme a la peste, mi destino seguirá en sus manos". Robinson no pierde la fe.

Tengo una idea de los libros que voy a releer en cama.

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Martes, 24 de Marzo de 2020 05:09