¿Hay socialismo en Cuba? Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 20 de Diciembre de 2013 23:35


Por Jorge Hernández Fonseca.-

Un buen artículo del amigo Alejandro Armengol, aparecido en Cubaencuentro y titulado “Una ilusión sin porvenir” ha provocado un acalorado debate de opiniones y puntos de vista respecto a un tema central para los cubanos en estos momentos: ¿hay, o hubo socialismo en Cuba?, a partir de la pretensión de los marxistas cubanos de encabezar la transición post Castro.


¿Hay socialismo en Cuba?

Jorge Hernández Fonseca

20 de Diciembre de 2013

Un buen artículo del amigo Alejandro Armengol, aparecido en Cubaencuentro y titulado “Una ilusión sin porvenir” ha provocado un acalorado debate de opiniones y puntos de vista respecto a un tema central para los cubanos en estos momentos: ¿hay, o hubo socialismo en Cuba?, a partir de la pretensión de los marxistas cubanos de encabezar la transición post Castro.

Coincido con Armengol cuando expresa que “los marxistas cubanos procuran cualquier asidero para justificar el “socialismo” en medio del fracaso de su aplicación en Cuba”. Sin embargo, no coincido con Armengol cuando expresa que “en Cuba nunca ha existido socialismo”. Veamos.

Antes de exponer mis puntos de vista creo necesario establecer algunas consideraciones. Hay un grupo de categorías que deben ser abordadas: marxismo, comunismo, capitalismo, dictadura, democracia y libertad. Junto a estas, otras categorías decurrentes de la aplicación de las anteriores como: leninismo, estalinismo, castrismo, asociadas a los caudillos que aplicaron estos postulados en sus países --en todos los casos-- en sociedades “socialistas”.

En un artículo de opinión no hay espacio para un trabajo que pretenda agotar el tema, sin embargo, es necesario establecer la caracterización de las categorías anteriores con un enfoque abarcador, dentro del consenso que los clásicos marxistas aceptan como ciertos.

Establecido lo anterior, se entiende como marxismo a un grupo de postulados de tipo económico, acompañado de métodos y técnicas de análisis de corte históricos-filosóficos, que se complementan con los postulados económicos para establecer la denominada “doctrina comunista”, como ideal final de la sociedad humana, a que se llegaría a través del establecimiento de una etapa “socialista”, posterior a las sociedades “capitalistas” actuales.

En los clásicos del marxismo --primer intento serio de acotar las categorías ”comunismo” y “socialismo”, escritos por Carlos Marx y Federico Engels-- el comunismo se entiende como un sistema socio económico ‘fin’, en el cual todas las personas trabajan por “voluntad propia” (sin presiones económicas o de otro tipo) y reciben (consumen) lo que necesitan. Se dice que es una sociedad “meta”, en la que los bienes materiales “sobran” y alcanzan “para todos” y que para lograrla habría que “provocar” un cambio en la “naturaleza humana”: el “hombre nuevo”.

El “socialismo” --en los clásicos-- es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el comunismo, en el que todas las personas trabajan según su capacidad y formación y reciben (consumen) de acuerdo al volumen de su trabajo. El socialismo es el encargado de “moldear la conciencia” de las personas para poder llegar al comunismo. En el socialismo los negocios se “estatizan” eliminando a los dueños, (“explotadores”) para borrar las categorías de “clases sociales”, definidas como siendo los dueños (siempre es la clase explotadora) y los trabajadores (siempre los explotados) según sea su relación de propiedad con los medios de producción.

El “capitalismo” --también según los clásicos-- es un sistema ‘injusto’, por el cual los “explotadores” tiran de los trabajadores (los explotados) una parte de los valores creados por su trabajo (el marxismo supone que los dueños del capital, así como de los medios de producción, máquinas y dispositivos productivos, no tienen derecho a ninguna fracción de los valores producidos) recibiendo (los trabajadores) un salario “de miseria”. Según los clásicos, esta sociedad es injusta porque los dueños se apropian de valores que son creados por los obreros.

Dictadura es un tipo de régimen político donde las estructuras de mando están en manos de un hombre o un partido. Según los clásicos, es el sistema político ideal para construir la sociedad socialista, que debe establecer lo que llaman “dictadura del proletariado”. Dictadura también existe en sociedades capitalistas, cuando un hombre, o un grupo de poder, monopoliza las riendas del estado de forma autoritaria, según sus intereses propios y no los de la sociedad.

Democracia, es una categoría del ámbito político (no del ámbito económico) y establece que la voluntad soberana radica en la mayoría de la sociedad. Tiene en cuenta también los intereses de la parte minoritaria de la sociedad, que no pierde sus derechos. Para el establecimiento de la democracia es precondición la existencia de la libertad, indispensable para su éxito social.

Libertad es un don de la naturaleza humana, que implica tener todas las posibilidades de acción sin perjudicar a terceros y que, como se ha dicho, es la base de una sociedad democrática. Maltratada por los clásicos, que proponen sacrificar la libertad en aras de construir la sociedad socialista primero, para poder llegar al comunismo, donde finalmente todos serán “libertados”.

Agotadas las definiciones de las categorías consideradas importantes podemos asegurar que en Cuba se intentó implantar una sociedad comunista a largo plazo, para lo cual se estableció previamente un régimen “socialista”, que cumple todas las reglas establecidas en los clásicos.

Como los marxistas entienden que su ideología es ‘justa’, se resisten a comprender que el socialismo no es solamente postulados teóricos. Socialismo es también la aplicación de esos postulados en la realidad social. En ninguna de las muchas sociedades socialistas, el “experimento” ha resultado exitoso. Por eso insistimos en que socialismo también es el resultado de los horrores de Pol Pot en Camboya, de Stalin en Rusia, de Chauchescu en Rumanía, de Mao en China, de Fidel en Cuba, etc… Un verdadero baño mundial de sangre, al tratar de crear el “hombre nuevo”, que acepte sin chistar un supuesta “dictadura buena”.

Socialismo no es lo que pasa por la cabeza de algún académico marxista. El socialismo es plenamente identificable con la filosofía que se enseña en Cuba en las escuelas y universidades, se filtra en todos los discursos de Fidel Castro, en las arengas sangrientas del Ché Guevara y en “los intentos capitalistas de preservar el socialismo” de Raúl Castro.

En la Cuba actual, lo que hay es un interés por parte de “las viudas del desastre socialista cubano” para posicionarse como opositores --no al socialismo “en sí”-- sino al desastre supuestamente causado por la incompetencia de Fidel Castro. Pero hay un problema, ¿por qué también el socialismo fracasó en la Unión Soviética, donde Castro no dirigía? ¿Por qué fracasó en Alemania Oriental con trabajadores y dirigentes alemanes, fracasó en China, donde hubo que cancelar el experimento, en Norcorea, en Bulgaria, Rumanía, Albania y un largo etcétera?

No hay un solo caso de socialismo exitoso reportado en toda la literatura sobre el tema. Socialismo no es lo que alguien imagina, socialismo es estatización, dictadura del proletariado, racionamiento de alimentos, represión política, entre otras vicisitudes. Otra cosa es la social democracia, separada del socialismo hace un siglo, como un sistema capitalista en la economía, con libertad política y económica de todo tipo, que para nada aspira a cambiar la “naturaleza humana” ni el “hombre nuevo” y menos a establecer una dictadura del proletariado.

Si lo que quieren los marxistas cubanos arrepentidos, es una social democracia, que creen un partido y que “juren por su madre” que no implantarán una dictadura. Ahora bien, eso no es lo que quiere Raúl y sus generales para Cuba. Ellos quieren un capitalismo salvaje, sin sindicatos, con exportación total, de ganancias para los dueños extranjeros, eliminación de impuestos y un sin número de medidas draconianas para continuar explotando al pueblo de Cuba, sometiendo a todos los trabajadores de la isla al mismo régimen de los médicos cubanos en el exterior, tal y como pretenden hacer en la Zona Franca del Mariel, para vergüenza de todos los cubanos.

Artículos de este autor pueden ser encontrados en http://www.cubalibredigital.com

 

A continuaciuón el artículo mencionado de Alejandro Armengol:


Una ilusión sin porvenir

Por Alejandro Armengol

Sorprende el afán de los marxistas cubanos por encontrar asideros en un mundo que sobrevive en medio de las ruinas. Habitan un país con un sistema que no llegó a derrumbarse —como ocurrió con el socialismo en Europa Oriental—, pero que lo único que ha logrado es una salvación fragmentada. Alguien con un convencimiento verdadero en la existencia de un porvenir para el socialismo —no viene al caso referirse a los montones de oportunistas— se enfrenta a la paradoja de vivir en una nación cada vez más alejada de este sistema político. Al tiempo que su vida es regida por un gobierno alabado como símbolo de la resistencia anticapitalista, encuentra que mencionar esa resistencia es uno de los pretextos más socorridos para no emprender las transformaciones imprescindibles para salir de la crisis económica y social en que está inmersa la Isla. Al final, la retórica que impide hablar de reformas y cambios —y se limita a señalar una pálida actualización— es un cubo de agua fría que cae a diario sobre los cubanos. Da la impresión que los planteamientos sobre el futuro, que hacen estos supuestos herederos de Marx, resultan más bien una racionalización para justificar el aferrarse al pasado.

En primer lugar, en Cuba nunca ha existido socialismo. Fidel Castro, por conveniencia política circunstancial, jugó la carta de situar su gobierno dentro del campo del comunismo soviético. Lo demás son diferencias, matices que vale la pena estudiar y semejanzas bastante conocidas. El comunismo ―tal como se conoce y como se puso en práctica en la desaparecida Unión Soviética― es un sistema malsano por naturaleza, como en su momento lo fue la esclavitud. No tiene ni nunca tuvo salvación. El engendro que llevó a la práctica Vladimir I. Lenin fue el de un sistema totalitario cruel e inhumano. Desde hace largas décadas muchos defensores del comunismo han buscado en las características personales lo que no es más que el fundamento de un programa que desprecia al individuo y encadena a toda una sociedad bajo un mando despótico. En lo que se refiere a forma de gobierno, Stalin no fue ni un desvío torpe y sanguinario, ni tampoco el hijo putativo de Lenin. El estalinismo fue el fruto y el logro de la práctica leninista. Por supuesto que existen diferencias tácitas y estratégicas entre el modelo adoptado por el primero, al inicio de la revolución rusa, y la puesta en marcha después por el segundo de una teoría centrada en la URSS y fundamentada en un nacionalismo ajeno a los planteamientos de Lenin, pero en cuanto a la maquinaria del poder, esta comenzó a edificarse tras la toma del Palacio de Invierno. Hay quizá una paranoia y un antisemitismo propios de Stalin que llenan su biografía, pero sólo en algunos aspectos particulares podrían trazarse diferencias. Lo demás es aplicar al estudio de la historia una de las mejores tramas novelescas jamás creadas: Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Considerar al estalinismo como una desviación del comunismo, y no como el resultado a partir de su esencia, es un argumento repetido una y otra vez en las argumentaciones que muchos marxistas cubanos continúan sosteniendo. Tal asidero ―que ya no resulta conflictivo como años atrás― encierra una esperanza: que en un futuro justificaría trasladar igual tesis a la mayor parte del mandato de Fidel Castro o incluso de su hermano. Así, todo se limitaría a definir el momento de desvío dentro del proceso revolucionario cubano y a partir de ahí hablar de un Fidel o un Raúl similares a Stalin, pero al mismo tiempo salvaguardando el ideal leninista.

Cualquier estudioso del marxismo que trate de analizar el proceso revolucionario cubano descubre que se enfrenta a una cronología de vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia, revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en un ajiaco condimentado según la astucia de Fidel Castro. No se puede negar que en la Isla existiera por años una estructura social y económica —copiada con mayor o menor atención de acuerdo al momento— similar al modelo socialista soviético. Tampoco se puede desconocer la adopción de una ideología marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista de Cuba (PCC) como órgano rector del país. Todo esto posibilita el análisis y la discusión de lo que podría llamarse el “socialismo cubano”, pero no por ello libra de moverse en un modelo fantasioso.

Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no se termina. Su esencia es la indefinición, que ha mantenido a lo largo de la historia: ese llegar último o primero para no estar nunca a tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a medias. No se cae, no se levanta.

Por eso la pregunta de ¿por qué no se cayó el socialismo cubano? puede ser respondida en parte con otra interrogante: ¿qué socialismo? Y luego complementada con otra más correcta: ¿por qué no se cayó el castrismo? La desaparición de un caudillo no es igual a la de un sistema. En Cuba el PCC nunca ha funcionado como una estructura monolítica de poder real, que actua con una verticalidad absoluta, sino era y es más bien un instrumento de poder del gobernante

Son muchas las contradicción en que viven quienes aún defienden una vía socialista para la Cuba del futuro. Quizá la más importante es que la cúpula de gobierno que dice constituir la principal garantía para impedir el establecimiento de un capitalismo, al estilo norteamericano, es a la vez el principal obstáculo a la hora de buscar soluciones de acuerdo a un pensamiento revolucionario.


Última actualización el Sábado, 28 de Diciembre de 2013 10:00