Socialismo y chirimbolos de guerra Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Martes, 23 de Julio de 2013 11:25

Por Raúl Rivero.-

Madrid – Los jefes del gobierno y la élite de sus ayudantías están dispuestos a privatizar la penuria que conquistó el estado en más de medio siglo. Pueden permitir que los cubanos compren y vendan sus casas y los carros que sacaron los abuelos de las agencias en los años 50. La necesidad los obliga también a dejar que, quienes tengan familias o amigos con recursos en el extranjero, improvise un bar o una fonda y ponga un trío a tocar guarachas de Ñico Saquito y bolerones en el garaje o en la terraza.

Aunque les moleste un poco, hay licencias relacionadas con el pan, el dulce de guayaba, las limonadas frías, el agua de coco, las croquetas enigmáticas y las tierras baldías que son ahora parte de la poderosa y arraigada monarquía del marabú. Están abiertos, cómo no, a estudiar la posibilidad de que la nuevas generaciones vean un caimito y comprueben la textura de las guanábanas.

Ahora sí, nada de cambios reales, ni de modernización de la sociedad, transformaciones esenciales para que los ciudadanos gestionen sin límite sus talentos para progresar, sean libres a la hora de elegir una opción política o ejerzan sus derechos a estar informados sin tutela ideológica. Eso sí que no.

Lo dijeron desde el primer momento quienes están allá, bajo el fragor de ese poder intolerante. Y lo explica la historia de supervivencia del socialismo en otros sitios donde los dirigentes del paraíso proletario hicieron reciclajes puntuales para seguir a la sombra del árbol de las manzanas y protegidos por la serpiente.

Los políticos que en Europa, en América o en cualquier lugar del planeta, por intereses económicos, oportunismo comercial y otras agendas sentimentales o secretas, quieren ver a toda costa vocación de cambio en el régimen, han tenido que mirar al cielo o cerrar los ojos por el conflicto internacional del barco norcoreano apresado en el Canal de Panamá.

La nave llevaba a bordo una colección de cohetes, aviones y otros cachivaches rusos de guerra cargados en un puerto cubano y ocultos bajo grandes camadas de sacos de azúcar turbinada.

El episodio del carguero del nieto de Kim Il Sung y el trasiego de armas en una operación torpe y desfasada es una muestra de que el régimen continúa con sus lealtades intactas al esquema de un sistema más obsoleto que los chirimbolos bélicos que llevaban a Corea del Norte.

Lo peor del asunto es que, ante el hecho, esos señores se pusieron a mirar las estrellas. Y cerraron los ojos, porque es un gesto natural, una práctica común, un ejercicio que hacen cada semana ante las palizas que reciben las Damas de Blanco. Es una indiferencia que anula sus discursos democráticos.

Esa represión permanente, el acoso, la violencia física y verbal, los arrestos arbitrarios y las condenas a los opositores pacíficos es otra evidencia clave de la fidelidad de la nomenclatura a sus esencias. Ellos no quieren cambiar nada. La intención de los camaradas es remover un poco la superficie para crear ilusiones. Siempre hay quien quiera perderse en esa espuma.


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