La epifanía del totalitarismo Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Sábado, 05 de Enero de 2013 12:40

Por Pedro Corzo.-

Cincuenta y cuatro años transcurridos, es tiempo más que suficiente para reflexionar sobre la extrema facilidad con la que un amplio sector de la ciudadanía fue seducido y posteriormente voluntariamente sometido, a un liderazgo que generaba conflictos sociales, sectarismo y victimización.

Controlar la conciencia individual y colectiva de un sector importante de la nación cubana y lograr una adhesión total de una parte significativa de la ciudadanía, incluidos la mayoría de los dirigentes de la época, a la persona de Fidel Castro y el proyecto que este personificó, fue un objetivo alcanzado que estableció las bases para la destrucción de la nación cubana.

Quizá la idea de que lo que estaba ocurriendo era providencial, fue debido a que un sector de la ciudadanía estaba desalentado, frustrado en sus proyectos como individuo y nación como consecuencia de los malos manejos gubernamentales y por lo tanto eran receptivos para un Mesías redentor, que purgara los errores y horrores de los que habían mancillado la República.

Pero el rasero con el que se analiza el pueblo llano y que podemos usar para excusarle en los excesos en que incurrió, no es válido para medir la conducta de aquellos que con responsabilidades en los asuntos nacionales, enceguecieron, prestaron, o facilitaron la mistificación de un individuo y su entorno en el que solo el Elegido decidía, mientras ellos, en una contemplación casi religiosa e indiferente ante el sufrimiento de las nuevas víctimas, le concedieron tiempo suficiente al supuesto redentor para que éste afirmase y acrecentase el mito, mientras sus seguidores más fieles se apropiaban de la nación

Por iniquidad, oportunismo o conversión sincera, fueron muchos los políticos, empresarios, intelectuales, profesionales y líderes que, junto a una mayoría ciudadana, prescindieron de sus capacidades críticas y acataron sin objeciones a un criminal disfrazado de libertador.

Aquella epifanía herética, causal o casual, pero cimentada en los errores de la República, que también contaba con muchos aciertos, conformó la magia suficiente para que una seducción tan masiva no impidiera que cada uno de los cautivados se creyese protagonista único y por lo tanto capaz de influenciar de manera determinante en los acontecimientos por venir.

Los que vivimos 1959 recordamos el fanatismo religioso de las multitudes. Tal parecía que se inauguraba un tiempo nuevo con todo lo que implica de sectarismo e intolerancia. Las familias se dividieron, los extremistas se hicieron presentes con la persecución a los no conversos. Anatemas, ofrendas y nuevos mandamientos aparecieron con los inaugurados dioses y pontífices que también eran intocables y omnipotentes.

Surgieron santuarios, ritos y cosas sagradas y como contraparte una herejía que en su mayoría había laborado y creído en el nuevo amanecer, pero que con estoicismo heroico rompió con sus sueños y pobló las prisiones o estrenaron una novedosa forma de crucifixión, los paredones de fusilamiento, porque fueron éstos los recursos más usados para aplastar a los incrédulos.

Lo sorprendente es que Castro, que supo interpretar los defectos de carácter y formación del pueblo cubano, encarnando promesas de pan y justicia, era un individuo de historias turbulentas, de claros antecedentes pandilleros, sin vida laboral que lo acreditase, sin valores familiares que le distinguieran y de un constante y conocido oportunismo político.

No obstante, el mito fue tan descomunal que devoró la realidad. En el imaginario popular el individuo sintetizó sueños y promesas. Con lenguaje popular, costumbre de vecino humilde, promesas infinitas y un tuteo personal que le hacía fieles seguidores, fue tendiendo una red donde los incautos cayeron voluntariamente y los rebeldes fueron atrapados sin piedad.

En realidad, más que la victoria de un sector político, lo que se produjo en el primer año de la nueva era fue una ascensión plena de misticismo. Repleta de entusiasmo y espontaneidad. Un sector del país no sólo le entregó al máximo líder el poder político, sino que lo estimuló a que personificase la nación y su destino aceptando su voluntad como un mandato final y confiando que el hombre nuevo prometido, los redimiría a todos de las vilezas que estaban cometiendo y por cometer.

La devoción atroz con la que se aceptó aquel alumbramiento dio origen a un fundamentalismo donde lo más significativo no era la doctrina acogida, sino el individuo que la representaba.

Las muchedumbres fueron manipuladas para transformarse en instrumentos de represión e intimidación hasta escindir el país entre devotos e impíos y en la nación se estableció un régimen totalitario en el que las libertades y derechos fueron extinguidos.

1959 fue un año en el que la siembra de esperanzas de un país mejor, solo resultó en una cosecha de destrucción material, sufrimientos, sangre y terror