La urna a noventa millas Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Lunes, 12 de Noviembre de 2012 15:38

Por Yoani Sánchez.-

El viernes, la prensa cubana se lanzó, con una nota agresiva del Ministerio de Relaciones Exteriores, contra la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana (SINA). A la tradicional escalada verbal hacia el vecino del norte, le acompañaba esta vez una diatriba sobre el funcionamiento en su sede consular de una sala de Internet abierta al público. El lugar existe desde hace varios años y es visitado por disímiles personas: desde estudiantes que realizan investigaciones, pasando por periodistas independientes necesitados de publicar sus noticias, hasta familiares de exiliados que quieren contactarlos vía correo electrónico. En un país donde el acceso al ciberespacio es un lujo que disfrutan unos pocos, las largas filas para acceder al centro de Internet de la SINA molestan al gobierno.

Sin embargo, después de leer la altisonante declaración, una interrogante salta sobre cualquier otra: ¿por qué ahora? Si esas salas con servicio web funcionan desde casi una década ¿por qué aparecen en este momento en la portada del periódico Granma? La respuesta apunta hacia lo ocurrido este martes en las urnas norteamericanas. Se trata evidentemente de una jugada que se adelantaba a las elecciones en Estados Unidos. El margen entre Barack Obama y Mitt Romney era estrecho y el gobierno de Raúl Castro bien que lo sabía. De manera que, desde hace meses, había comenzado a ajustar los proyectiles verbales tanto contra un candidato como contra el otro. Para la propaganda oficial, el reelecto presidente estadounidense es el hombre que “ha recrudecido el bloqueo imperialista”, mientras que su contrincante republicano representa “la política anticubana”. De mal en peor, nos había advertido machaconamente.

Las miradas dentro de la Isla se dirigían, entonces, con curiosidad y expectación hacia las elecciones en el vecino del Norte. Había demasiadas cosas en juego al otro lado del Estrecho de La Florida. La política de la Plaza de la Revolución se define a partir de llevarle la contraria a Washington, lo cual establece una manera muy peculiar de dependencia. Raúl Castro lanza una apocada reforma migratoria y explica que no se pudo ir más allá porque somos una plaza sitiada por el Imperio. El permiso para legalizar otros partidos tampoco puede otorgarse porque “el Tío Sam acecha”, mientras el acceso a Internet tiene que hacerse paulatino y selectivo, para que “la guerra mediática del Pentágono” no nos afecte en demasía. Si se analiza esta perenne rivalidad, habría que concluir que nunca los destinos de los cubanos han dependido tanto de Estados Unidos como ahora. Jamás nuestra cotidianidad ha estado tan sujeta a lo que decida el inquilino de la oficina oval.

El acérrimo discurso antiimperialista del gobierno cubano ha concluido por morderse la cola. Durante semanas, en los medios oficiales se ha hablado más de los comicios estadounidenses que acerca de nuestras elecciones del Poder Popular. Abocados a sacar las aristas negativas de las presidenciales norteamericanas, los comentaristas televisivos han olvidado la máxima de que “nada hay más atractivo que lo prohibido”. Y así cada adjetivo agresivo, cada burla, cada diatriba contra Obama y Romney, provocaron una expectación inusual en torno a este primer martes de noviembre.

Todo esto marcado, además, por la progresiva pérdida de importancia de Cuba en la política de Estados Unidos. Por la marcada irrelevancia de esta Isla que ha quedado en evidencia durante la actual campaña presidencial, en la que apenas se le ha dedicado atención. Lejos ha quedado aquel octubre de 1962 cuando los cohetes nucleares obligaron al mundo a  estar atento de la mayor de las Antillas. Ahora la mirada de Obama se dirige hacia otros lugares y en su segundo mandato se profundizará esa tendencia. Tendrá que atender en primer lugar los problemas de la economía interna de Estados Unidos e intentar sanear sus finanzas. La crisis en Europa ocupará una buena parte de su atención y también la situación de Irak, Afganistán, Irán y ahora Siria.

Raúl Castro necesita volver a ganar protagonismo en la agenda de su eterno enemigo, pues le va el poder en ello. Su discurso hacia dentro y hacia fuera se basa en esa rivalidad, no puede existir sin ella. Por eso ya empiezan los síntomas de una escalada diplomática que obligará a un posicionamiento del recién ratificado presidente norteamericano. Al lenguaje político se le saca filo, a los insultos se les da lustre y se hunde el aguijón de la confrontación para que el mandatario reaccione. Son tiempos de tratar de colarse entre las prioridades del vecino del norte, cueste lo que cueste… pero esa estrategia ya no funciona.

Tomado de EL PAÍS; MADRID; ESPAÑA