Cuba en el siglo XXI (el síndrome del ombligo del mundo) Imprimir
Escrito por Indicado en la materia   
Martes, 10 de Julio de 2012 11:45

Por Huber Matos Araluce.-

Cuba es hoy todo lo que no debe ser una nación en el primer siglo de la era digital. Cuba es importante para nosotros porque es nuestra  patria, pero en el contexto de la política y la economía mundial tiene poca relevancia.

En la isla prevalece una economía obsoleta y estatizada; dependiente de la subvención extranjera y del pago de salarios a nivel de miseria.  La Internet, una computadora y el poder de los modernos lenguajes de programación son sueños inaccesibles para la mayoría de la juventud.  La población está agotada y sin fe.

Pese a  esta situación, y en buena parte  por ella, los cubanos pensamos que lo que sucede en nuestro país debía ser de gran  interés para cualquiera en el planeta.

En alguna oportunidad bauticé este fenómeno de presunción exagerada como “el síndrome del ombligo del mundo”; algo que padecemos todos, pero que lo manifiesta en forma crónica el reducido grupo de procastristas que todavía defiende al sistema.

No hay nada más absurdo que leer a los blogueros del régimen reiterando los errores y las injusticias que en cualquier parte, como si ellos vivieran en una sociedad superior por la gracia de Fidel Castro.

Que los demócratas cubanos  creamos que  nuestros problemas requieren  la atención del mundo, no es descabellado,  siempre y cuando actuemos con diplomacia y, aunque parezca algo contradictorio, con realismo.

El origen de este síndrome comenzó con Cristóbal Colon el 28 de octubre de 1492 quien al llegar a Juana (Cuba) dijo que estaba ante “la tierra más bella”.

Se acentuó en extremo cuando por iniciativa del tirano Fidel Castro, nuestro país se convirtió en un instrumento de la URSS en su conflicto con los Estados Unidos.

Los castristas no lo vieron así.  Ellos quisieron creerse que eran la avanzada mundial en el combate contra  el “imperialismo yanqui”.   Ante la desintegración de la URSS, debía haberse impuesto la realidad, pero no sucedió.

La tiranía castrista se había quedado sin el escudo militar soviético, sin su escatología postcapitalista y aun peor, sin la subvención que la mantenía a flote, Pero el síndrome se impuso.

En lugar de adaptarse al nuevo mundo, Fidel Castro –el único que tenía derecho a pensar y a decidir – siguió creyendo que él (Cuba) seguía siendo el ombligo del mundo.

Por esta razón sus incondicionales necesitaron más de dos décadas, la ruina nacional y la decrepitud del tirano, para empezar a darse cuenta de que el experimento era un fracaso total  y que el poder que tenían peligraba.

Finalmente llegaron a la conclusión de que para sobrevivir  necesitan una relación política y económica normal con su vecino del norte, fuente de turismo, un mercado e inversiones importantes.  A pesar de esto no acaban de darse cuenta de que el exilio cubano es parte integral de los Estados Unidos.

Sin embargo, todavía creen que pueden obligar al gobierno en Washington  a negociar la libertad de un infeliz ingeniero estadounidense (Alan Gross), condenado a quince años de cárcel por tratar de facilitar a los miembros de la oposición en la isla el acceso a la Internet.

Los demócratas cubanos no estamos tan desubicados.  Nuestro síndrome es menos crónico.  Quisiéramos convencer a todos que de la libertad de Cuba –Venezuela incluida- depende la seguridad del Continente.  No es así.

No queremos aceptar que el antiyanquismo siempre ha existido con otros nombres.  El castrismo lo practicó  por medio siglo, pero existía desde mucho antes.  Cuando Chávez desaparezca, tarde o temprano otro “iluminado”  tomará esa bandera o lo que va quedando de ella.

En cierta forma vivimos del pasado.  Es como si ya no tuviéramos ni retos, ni ilusiones,  ni proyectos importantes por delante.  Nos conformamos con ser demócratas, anticastristas y anticomunistas.

Es un gran error, lo mejor de Cuba no quedó en el ayer, ni será necesariamente lo que vive el mundo de hoy. Lo mejor de Cuba está por hacer y le corresponde decidirlo a las generaciones que lo construirán con su esfuerzo.

Continuará