Qué hay detrás del creciente conflicto entre Arabia Saudita e Irán Imprimir
Escrito por Tomado de INFOBAE   
Martes, 05 de Enero de 2016 13:27

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Desde principios de los 80, la guerra fría entre Teherán y Riad se transformó en una lucha peligrosamente sectaria, como se aprecia hoy. Tras la ejecución del clérigo chiita, se eleva la tensión

El viceministro de Relaciones Exteriores de Irán, Hossein Amir Abdollahian, declaró que "la ejecución por parte de Arabia Saudita del sheik Nimr al Nimr tendrá consecuencias nefastas para el reino".

Nimr Bakr al Nimr, también conocido como sheikh Nimr, era un religioso chiita residente de Al Awamiyah, una aldea situada al oeste de Riad, Arabia Saudita. Era muy popular entre los jóvenes y los chiitas de Arabia Saudita y un crítico de la monarquía y su gobierno. Su ejecución por parte del gobierno saudita tensó aún más las viejas diferencias entre el reino y Teherán, que hoy han roto relaciones diplomáticas.

Nimr al Nimr y muchos de sus partidarios acusaban al gobierno saudita de oprimirlos y perseguirlos religiosamente por ser chiitas. Su resistencia era del tipo terrorista sectario, según lo informo la agencia oficial de noticias del reino.

El analista político Fahd al Ghayadh explicó a la cadena de noticias Al Jazzira que Nimr al Nimr no era sino un clérigo que formaba parte de la inteligencia iraní trabajando en Arabia Saudita para aplicar la modalidad del Wilayat al Faqih -ولاية الفقيه,- (es decir, la jurisprudencia chiita de la ley de Alah por la cual se rige el guía supremo iraní).

Al Ghayadh considera que este acto tiene fines religiosos paganos e intolerables, ya que se utiliza para lograr intereses políticos. Y ello lo confirma la carta que años atrás envió Hashemi Ali Rafsanjani al fallecido rey Abdullah en la que pedía liberar Al Nimr de la prisión saudita, lo que fue tomado por el rey como "una intervención oficial iraní", al mostrar que Irán estaba satisfecho con el papel que Al Nimr estaba jugando en Arabia Saudita en apoyo a la jurisprudencia de Wilayat al Faqih.

Abdullah jamás respondió esa carta y declaró en Washington que Irán había demostrado su apoyo al terrorismo y que sus objetivos eran la promoción y ejecución de golpes de Estado sectarios para destrozar el equilibrio político y religioso en los países del Golfo, especialmente dentro del reino saudita.

Arabia Saudita y la Republica Islámica de Irán encabezan el grupo de los 24 países más restrictivos sobre el libre ejercicio de cualquier religión que no sea la islámica y encabezan la lista de países con mayor cantidad de ejecuciones y sentencias de muerte

Lo cierto es que el mundo árabe-islámico es una casa sin techo, como bien lo señala Hisham Melhem en un análisis publicado por Al Arabiya, especialmente luego del advenimiento de la revolución khomeinista en Irán a finales de los años 70 y principios de los 80, en que la guerra fría entre Teherán y Riad se ha ido recalentado a una escala peligrosamente sectaria, como se aprecia hoy.

Los fracasos de décadas de experimentación de los nacionalismos árabes y los intentos de dominación de las sociedades musulmanas a través de sus sectores mayoritarios (sunitas y chiitas), sumado al absurdo del socialismo árabe y su estrepitoso fracaso político y social, dio lugar al islam político en sus diversas formas. Todo ello fue confirmado escandalosamente por "las mal llamadas primaveras árabes" de años recientes, que no fueron más que revueltas sectarias.

Los movimientos islamistas, empezando por el más antiguo, la Hermandad Musulmana (establecida en Egipto en 1928), y los que tuvieron lugar en décadas posteriores comparten las mismas características no liberales de los nacionalismos y socialismos árabes. De hecho, Teherán y el régimen establecido por los khomeinistas es el hilo que conecta ese universo amorfo al que se suele llamar mundo árabe-musulmán.

El khomeinismo decidió enfrentar a la monarquía saudita con todas sus fuerzas políticas y religiosas, convirtiendo al mundo arabe-islámico en "una casa de muchas mansiones". Sin embargo, es muy difícil para la mayoría de sus habitantes admitir que viven en una casa sin techo. Las tensiones entre la suna (Riad) y el chiismo (Teherán) han demostrado que las paredes de todas esas mansiones tienen grietas profundas.

Tomó más de 30 años llevar a los musulmanes a este escenario sectario y violento y tomará muchas décadas arreglar esas grietas y construir un nuevo techo, ello en el supuesto de que la casa pueda ser salvada del colapso total, cuyo principio del fin comenzó en los años 80 con la guerra entre Irán e Irak.

En esta casa de muchas mansiones, los islamistas sunitas detestan al islam chiita, al que desean destruir por apóstata. Del otro lado, los khomeinistas piensan parecido y están bregando por neutralizar el sostén de ese islam sunita, que es nada menos que Arabia Saudita, y es probable que estas políticas de confrontación permanezcan en el futuro hasta que se rompa el statu quo y, con él, la fuerza política dominante.

Los islamistas que afirman que ellos son la única fuerza política auténtica en el mundo árabe son de ideas diferentes, aunque estas diferencias no son profundas. Ellos han dado forma a todos los levantamientos árabes. Han sido los islamistas sunitas y sus milicias financiadas por distintos anillos de poder desde Riad quienes derrocaron violentamente a Khadafi en Libia y son los mismos que hoy constituyen un enorme espectro de grupos radicales que tratan de derrocar al régimen de Assad en Siria, cuando no están peleando y matándose entre sí.

Los yihadistas están activos en la superficie y bajo tierra en todo el mundo árabe-islámico. Los islamistas radicales dominantes en Líbano, Siria, Irak y Yemen son chiitas patrocinados por Irán. Los combatientes contra ellos son islamistas –también– pero de mayoría sunita. Todos ellos comparten el antiliberalismo occidental y la mayoría no tolera la educación liberal, la igualdad de género, los plenos derechos, la igualdad de las minorías y sólo buscan instaurar un gobierno bajo la ley de la sharia.

A juzgar por la constelación de movimientos islamistas y grupos terroristas del Medio Oriente apoyados por Irán y Arabia Saudita en su guerra indirecta por imponer sus visiones del islam, la lucha actual es de vida o muerte.

El elemento que agrava esta confrontación es la ausencia de estructuras institucionales que permitan debatir temas islámicos y reformas en libertad de ideas. Es difícil ver en el corto plazo la aparición de un islam político moderado y, menos aún, una conciliación entre la suna y la chía (entre Arabia Saudita y la Republica Islámica de Irán). Ambos contendientes en esta guerra fría están confrontando con los imperativos de la modernidad y el liberalismo que asociamos con los Estados democráticos modernos.

Aunque esto no debe ser visto como una llamada a rendirse. En las últimas décadas, muchos juristas árabes y musulmanes reformistas retaron a los dogmas de las autoridades políticas y religiosas hacia una reforma y una hermenéutica diferentes entre los musulmanes. Algunos de ellos pagaron con su vida el intento o acabaron en el exilio o en la cárcel. Pero el intento de muchos se mantiene en la memoria de miles de ciudadanos árabes que profesan el islam y desean vivir en paz.

Algunos esperaban que las comunidades musulmanas de Europa proporcionaran el impulso y vigor intelectual necesario para efectuar una autocritica dentro de las sociedades musulmanas o las comunidades musulmanas de Occidente; pero los actos terroristas cometidos en los últimos meses por musulmanes nacidos en Europa y la resultante de estos actos no alientan esperanzas, más bien revelan que los musulmanes europeos todavía tienen un largo camino por recorrer para integrarse plenamente a las sociedades de acogida.

La diversidad que ha mostrado el islam en la historia del conflicto entre Irán y Arabia Saudita se explica por su capacidad fenomenal para adaptarse a los diferentes entornos culturales en los que se están enfrentando en la región, ello desde Líbano, pasando por Siria, Yemen, Pakistán y hasta en el Golfo mismo.

Algunos de los grupos terroristas más sangrientos como ISIS o Hezbollah son –desde algún lugar– apoyados y sostenidos por Arabia Saudita e Irán

La forma de confrontación que el islam desarrolló en el Levante, Egipto y el norte de África es diferente y mucho menos peligrosa que la forma en que se desarrolla entre Teherán y Riad. Sólo puritanos o fanáticos islámicos se niegan a reconocer esta diferencia e insisten –en contra de la historia y de los hechos– en que hay un islam único y uniforme. Y en verdad, la guerra fría en curso entre ambas potencias muestra todo lo contrario desde la historia y los hechos, más allá de los discursos de los ideologizados hasta el fanatismo o los puritanos sectarios.

Después de cada acto de terrorismo en Europa, el mundo se preguntaba: ¿dónde están los musulmanes moderados? ¿cuándo veremos la indignación en el mundo musulmán? o ¿por qué es que muchos árabes musulmanes no admiten que el ISIS tiene profundas raíces en las tradiciones árabe-musulmanas?

A pesar de estas duras verdades, hay millones de árabes y musulmanes que viven en la negación y, por lo general, dan una respuesta estándar que saca a relucir las endemias pasadas del colonialismo occidental, la denuncia de discriminación, el apoyo a Israel y el despotismo árabe a modo de poner las cosas en el contexto histórico de los pecados occidentales. Cuando, en realidad, ignoran deliberadamente sus propios pecados y ofrecen con esas conductas una peor imagen de sí mismos.

Lo cierto es que los musulmanes deben enfrentar algunas tristes verdades acerca de la mayoría de sus sistemas políticos y sus sociedades, principalmente sobre los mullahs iraníes y la monarquia saudita. Ello, sencillamente, porque es desde donde se desprende la mayoría de los problemas del mundo árabe-islámico en su totalidad.

De acuerdo con un estudio reciente, realizado por Pew Research Center (2015), Arabia Saudita y la Republica Islámica de Irán encabezan el grupo de los 24 países más restrictivos sobre el libre ejercicio de cualquier religión que no sea la islámica y encabezan la lista de países con mayor cantidad de ejecuciones y sentencias de muerte por razones que en el mundo moderno no tendrían lugar tales ejecuciones.

Algunos de los grupos terroristas más sangrientos como ISIS o Hezbollah son –desde algún lugar– apoyados y sostenidos por Arabia Saudita e Irán. Las verdades, por mas duras que sean, no pueden ocultar la realidad que llevan intrínsecamente. Es cierto que no hay instituciones autónomas en el mundo árabe donde los reformistas musulmanes pueden desarrollar y defender sus puntos de vista, pero el hecho es que hay reformistas musulmanes en el mundo árabe y en Occidente. Y lo concreto es que esta es una batalla que Occidente no puede y no debe luchar por los árabes y los musulmanes.

La lucha contra el ISIS como contra Hezbollah y cualquier forma de represión religiosa o de extremismo radicalizado requiere no sólo del aspecto militar, sino también de ideas y palabras honestas. El desafío es grande y peligroso. Sin embargo, tanto Irán como Arabia Saudita lo primero que tienen que decir es sí a la vida y al diálogo honesto. De no hacerlo, los problemas de la región no tendrán retorno y la escalada armamentista y bélica podría ser devastadora.