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Artigos: Mundo
Strauss Kahn, víctima de la tiranía de lo urgente PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Lunes, 16 de Mayo de 2011 19:11

Por Jacques Attali

La terrible acusación que pesa sobre Dominique Strauss Kahn (DSK) es la ocasión para recordar que nuestra sociedad, que se ha vuelto sin fronteras, vive ahora en cuatro escalas de tiempo simultáneas. De ello se desprende que reglas de juego contradictorias se entrechocan, calendarios distintos se superponen, ritmos diferentes se penetran unos a otros.

La primera escala de tiempo es la del derecho, la de la investigación policial y la del procedimiento judicial; su ritmo está a discreción de los investigadores y de los jueces. Se impone a priori sobre todos los demás.

La segunda escala de tiempo es la de la política, que obedece a un calendario electoral preciso, en general inmutable.

La tercera escala de tiempo es la de los mercados y los medios de comunicación: obedece a la exigencia de la respuesta inmediata, de la novedad permanente, de la impaciencia y de la competencia; más aún desde la aparición de Internet.

La experiencia demuestra que la escala de tiempo más rápida impone su ley a las otras. Así, los mercados y los medios imponen sus soluciones a los otros espacios; pueden destruir en pocos instantes una reputación económica, política y ética construida a lo largo de una vida: la realidad de un pasado no vale nada comparada con la apariencia de un presente.

El tiempo de los medios lleva, entonces, a considerar que todo defecto de los políticos, incluso no demostrado, merece ser denunciado y los excluye de la vida pública. Esto lleva a buscar hombres cada vez más perfectos para ejercer funciones cada vez menos importantes, en las cuales por otra parte son cada vez más fácilmente reemplazables.

Los mercados son los últimos beneficiarios de este fracaso de lo político.

Dominique Strauss Kahn es víctima de estas contradicciones: los medios quieren, respecto a su caso, obtener y dar respuestas inmediatas a interrogantes que la justicia tardará meses en resolver, lo que lo excluye de las instancias políticas por venir.

Incluso si un día es disculpado, en el plano judicial, del terrible crimen del cual se lo acusa, habrá sido ya irreversiblemente condenado en el terreno político. En detrimento de la causa por la cual DSK ha luchado siempre: un estado de derecho planetario y una gobernancia mundial democrática y justa que domine a los mercados.

Esta tiranía de lo inmediato se manifiesta también en otras circunstancias y explica ampliamente la anarquía de la mundialización. Así, en materia financiera, las exigencias de respuestas mediáticas renovadas sin cesar lleva a los políticos a descuidar las soluciones de fondo, a rechazar la puesta en marcha del derecho y de las instituciones jurídicas planetarias necesarias, en provecho de las fotos que permite el G20 para gran beneficio, aquí también, de los mercados financieros.

Más allá de este caos, una última escala de tiempo viene siempre, al final, a sacudir a las otras tres y a darles todo su sentido irrisorio: la de la enfermedad o la muerte. El destino del hombre es el de olvidar esto, para no pensar más que en actuar en el interior de los otros espacios, bajo la tiranía de lo urgente.

A menos que se tenga la audacia de proyectarse fuera de las rutinas, de pensar el mundo más allá de todo calendario y de atenerse, con obstinación, a sus sueños.

(Traducción de Infobae América)

Jacques Attali es un economista y escritor francés. Cofundador y editorialista de Slate.fr y columnista de la revista L'Express. Preside Planet Finance y es autor de numerosos libros, siendo uno de sus últimos títulos Crisis, ¿y después?

 
Siria: la apuesta por la libertad PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 14 de Mayo de 2011 15:00

Por Dr. Darsi Ferret

Pese al ejército disparando con tanques, cañones y francotiradores, y a la acción de la policía política haciendo constantes razias en los hogares y secuestrando a conocidos opositores o sospechosos de participar en las manifestaciones contra el régimen, el valiente pueblo sirio continúa manifestándose cada viernes de oración, pidiendo el fin del régimen asadita.
La brutalidad de la represión se ha sostenido en parte por la ausencia de una decidida condena internacional, y las más que acostumbradas dubitaciones de un Consejo de Seguridad de la ONU que todavía está atenazado por el fiambre de la realpolitik de la Guerra Fría. Los cálculos de conveniencias geopolíticas y las componendas de pasillo se vuelven más infortunados ante la masacre de una revolución verdaderamente popular, pacífica y que clama por el triunfo de los valores occidentales de libertad y democracia.
La persistente brutalidad de la cúpula gobernante de Siria parece haber domeñado el pánico de Bashar al Asad, el que hace apenas unas semanas se apresuró a firmar por decreto el fin del Estado de Emergencia que implantara su padre. Envalentonado por las facciones recalcitrantes en el poder, y por la falta de enérgica condena unánime en la arena internacional, la que deberían encabezar EEUU y la Unión Europea con sanciones drásticas de corte político-económico, el dictador sirio se ha lanzado a por todas contra su propio pueblo.
El mundo árabe, revuelto por las mismas premisas libertarias que protagonizan el verdadero principio del siglo XXI, está pendiente de esa lucha desigual. ¿Hasta que punto podrá mantenerse el conflicto en suelo sirio sin una ruptura en uno u otro sentido? Por un lado el ejército está ante la contradicción de estar matando a sus propios coterráneos que juraron defender, y por el otro el pueblo es masacrado a mansalva y la comunidad internacional no lo apoya con decisión abrumadora.
Los argumentos de “defensa del Estado ante la agresión de extremistas islámicos” que blande la dictadura siria para justificar su barbarie no se sostienen como creíbles. Al igual que en todos los casos recientes en el mundo árabe e islámico, la presencia masiva de la población en las calles lo que clama es libertad y democracia, no la ley islámica ni un estado teocrático.
Todo indica que el punto de quiebra del pueblo avasallado de Siria ya quedó atrás. Lo estimula la lucha a brazo partido que sostienen en las calles y plazas contra el feroz dictador. No se puede concluir otra cosa al valorar la corajuda decisión popular de afrontar la feroz represión y muertes, y hacerlo incrementando la intensidad y participación en las protestas.
Y es que lo que está ocurriendo es una acción de la sociedad civil, que se multiplica cada vez en más ciudades, a pesar del incremento de la violencia gubernamental que intenta aplastarla. Con la matanza, ahora en el pueblo prima la justa cólera y en ella se ha galvanizado la decisión de quitarse de encima el odiado régimen. Su admirable resistencia va provocando grietas irreversibles en el ejército. Y  ante la heroica resistencia de la ciudadanía es probable que en la institución armada estén ocurriendo purgas y que empiecen a abundar las ejecuciones sumarias, anotándolas como víctimas de unos supuestos “terroristas” que actúan contra el Estado. Pero ni siquiera la teoría de la fidelidad a toda prueba del ejército de corte personalista puede salvar las contradicciones abismales a las que está siendo arrastrado por la dictadura.
El aparato de la policía política siempre resulta el más cruelmente comprometido con un régimen dictatorial. La tradicional  brutalidad represiva de la que hacen gala se dirige contra todo el que se oponga o dude. Sin embargo, su estructura interna es frágil para sostenerse en esa posición. La caída de todos sus iguales casi intactos en el derrumbe del llamado Campo Socialista dejó al descubierto cuáles son los puntos débiles de estas temidas estructuras de poder.
La resistencia a manos descubiertas de la población siria va a tener un límite de control. De persistir la represión, el pueblo se va a lanzar a una desgastante guerra civil, tal como ocurre en Libia. Entonces los sueños de “estabilidad en la región”, que han guiado a los diplomáticos interesados en frenar cualquier acción de enérgica condena a la dictadura de Al Asad se quebrarán con la sangre y la violencia.
El régimen de los hermanos Castro debe mirarse bien en ese espejo y meditar. Los tiempos son de cambios, pero no atenazados con remiendos inútiles y convenientes desde y para la cúpula. Los pueblos son los que dictan las condiciones de su futuro, no las llamadas “élites revolucionarias”, mucho menos cargadas con ancianos que representan un  poder envilecido.

La Habana, Cuba. 12 de mayo de 2011.

 
La segunda muerte de Bin Laden PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Domingo, 08 de Mayo de 2011 18:13

Por Jorge Hernández Fonseca

La segunda muerte de Bin Laden --ésta reciente-- a manos de un comando estadounidense que hizo estallar su cerebro con un plomo fabricado en un taller norteamericano --quien sabe si cerca de lugar donde ordenó asesinar miles de hombres, mujeres y niños inocentes-- decreta, desde mi personal punto de vista, el entierro definitivo de la ideología que Bin Laden preconizaba contra occidente. Ningún ciudadano occidental que no profesara el islamismo se unió a Al Qaeda, porque los valores que esa organización terrorista pretendía implantar contradicen los valores que han permitido a occidente el grado de libertad y desarrollo actual.


La segunda muerte de Bin Laden

Jorge Hernández Fonseca

8 de Mayo de 2011

Terminó una cacería que comenzó hace casi diez años. Estados Unidos --herido en lo profundo de su sociedad civil-- ajustició finalmente al hombre que, por odio fundamentalista, mandó a matar más de 3 mil hombres, mujeres y niños inocentes en los fatídicos acontecimientos que se sucedieron el 11 de Septiembre del 2001 en Norteamérica y que provocaron dos sangrientas guerras que duran hasta hoy.

El conflicto terrorista liderado por Bin Laden contra Estados Unidos tiene una base netamente religiosa, aunque se intente decir lo contrario para atenuar el impacto. El terrorista saudita fundó una organización militar internacional conformada exclusivamente por musulmanes (aunque hay en su seno muchos musulmanes no árabes, no hay un solo cristiano, hebreo o budista en Al Qaeda) para librar lo que la religión musulmana llama de “yihad”, que no es más que una “guerra santa” de origen religioso. Más que contra EUA, el odio que destiló Bin Laden y su organización era contra los valores que representa la Civilización Occidental. Por eso Al Qaeda también atacó países de Europa, como parte de su plan para recuperar el “califato de Córdoba”, implantado en la Edad Media temprana durante la expansión musulmana, para reimplantar allí el fundamentalismo religioso –otra vez-- precisamente en la cuna de la Civilización Occidental.

La muerte violenta de Bin Laden (tan violenta como sus actos contra Occidente) tiene varias dimensiones: La faceta relacionada con el descabezamiento de su organización terrorista, que se valora de poco peso relativo ahora, en función de que ya Al Qaeda actúa más como células independientes que como una organización monolítica. Tiene la dimensión simbólica, que sin dudas asesta un golpe demoledor a la estructura semiótica de la lucha del islamismo extremista contra la cultura occidental de los “infieles”, que basó sus ataques precisamente en los elementos más simbólicos de Occidente. Y tiene también la dimensión “justicia”, relacionada con la deuda que Bin Laden tenía con Occidente en general --y con EUA en particular-- sobre cuya conciencia pesaban más de 4 mil inocentes asesinados en EUA, Europa, Asia y África.

El contexto actual sin embargo, en el que Bin Laden fue eliminado recientemente dista mucho de las circunstancias existentes cuando el 11 de Septiembre de 2001. El terrorismo de Bin Laden se centró en combatir valores occidentales considerados por él y sus seguidores como sacrilegios, propio de “infieles” y que implicaban el alejamiento de aquella religión que las cerradas sociedades musulmanas imponen de manera radical a sus ciudadanos y donde el culto religioso forma parte indisoluble de la sociedad civil, de la política y de la vida militar. Según esta concepción, la religión está por encima del hombre, de la sociedad y del estado.

Bin Laden se equivocó doblemente al iniciar su “guerra santa” contra los valores occidentales: Se equivocó en primer lugar porque la historia europea demuestra que el fundamentalismo religioso, sea este de origen cristiano (como lo fue el fundamentalismo cristiano durante la Edad Media europea con su “santa --otra vez ‘santa’-- inquisición”), o sea éste de origen musulmán, como el preconizado por Bin Laden. Ambos son estadios primarios de una religión en vías de modernizarse con los valores universales del iluminismo progresista: separación de la religión por un lado y la sociedad civil por otro (laicismo), democracia, libertad, igualdad y fraternidad.

Se equivocó en segundo lugar porque en vez de tratar imponer a Occidente --a sangre y fuego-- los viejos valores fundamentalistas de la religión musulmana, ha sido el avance ideológico de esa religión lo que ahora se impone en esas sociedades (tunecina, egipcia, yemenita, siria y un largo etcétera) abrazando algún tipo de “iluminismo musulmán” que separe la sociedad civil de la religiosa --actualmente fundidas-- y absorba los valores universales de libertad de conciencia, libertad social e igualdad para sus mujeres y democracia política para todos.

Las revoluciones que ahora se suceden en incontenible catarata en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Irán, Yemen, Emiratos Árabes, Marruecos, Argelia, entre otros países musulmanes, que incluye (o incluirá futuramente) a todas las sociedades musulmanas --sean árabes o no-- demuestra que la historia nunca marcha hacia peores épocas, como preconizaba erróneamente Bin Laden, sino que avanza hacia el progreso ideológico, el crecimiento, la libertad y la democracia.

Las primaveras libertarias a las que asistimos en el mundo musulmán (es en el mundo musulmán y no en el mundo árabe solamente, porque los reclamos llegaron con fuerza a Irán, que no es un país árabe, es un país persa) son el equivalente al iluminismo occidental del Renacimiento, y significa el despertar de la cerrada sociedad musulmana a los valores que 5 siglos antes adoptó occidente, creando su cultura de desarrollo actual, en la cual la religión juega un papel importante, pero no se impone al ser humano, centro del iluminismo.

Las revoluciones del mundo musulmán son la demostración más patente de que la juventud de los países oprimidos por una ideología religiosa --que ahorca homosexuales y lapida mujeres-- está en franco retroceso. Son los jóvenes los que claman por valores adoptados antes por la cultura occidental (no porque occidente es mejor o peor, sino porque el iluminismo creó, basado en la libertad de conciencia individual, la ciencia y la tecnología, herramientas insustituibles en la lucha del hombre en su medio, lo que se constituye en un valor universal, casi antropológico).

La primavera musulmana a la que asistimos actualmente es realmente la derrota de las ideas retrógradas defendida por Bin Laden y se constituyó sin dudas en su muerte ideológica. Muerte decretada por la misma juventud que supuestamente debería seguirlo en su cruzada contra los valores del mundo occidental, pero que en realidad ahora son reclamados a gritos, sangre y fuego, en las calles de El Cairo, Argel y Damasco, entre otras tantas ciudades musulmanas.

Esta primera muerte de Bin Laden y su ideología no fue preparada por la CIA o el Pentágono. Fue cocinada con el mismo condimento intelectual con fue cocido el iluminismo occidental 5 siglos atrás y seguramente culminará con el triunfo de las posiciones progresistas en las sociedades musulmanas ahora oprimidas por principios rechazados de plano por su juventud.

No se trata de la derrota de la religión islámica. Se trata de la derrota del fundamentalismo musulmán que envía hombres bombas a asesinar otros hombres inocentes, mujeres y niños, para convertirse en una religión verdaderamente de paz, progreso y bienestar, muy lejos de la opresión que significa la aplicación de leyes medievales que lapidan ahorcan y mutilan. Es el mismo proceso que 5 siglos atrás sufriera el fundamentalismo cristiano a manos del iluminismo.

La segunda muerte de Bin Laden --ésta reciente-- a manos de un comando estadounidense que hizo estallar su cerebro con un plomo fabricado en un taller norteamericano --quien sabe si cerca de lugar donde ordenó asesinar miles de hombres, mujeres y niños inocentes-- decreta, desde mi personal punto de vista, el entierro definitivo de la ideología que Bin Laden preconizaba contra occidente. Ningún ciudadano occidental que no profesara el islamismo se unió a Al Qaeda, porque los valores que esa organización terrorista pretendía implantar contradicen los valores que han permitido a occidente el grado de libertad y desarrollo actual.

Si la muerte de Bin Laden hubiera ocurrido diez años antes, asociada al inicio de la guerra que EUA inició en Afganistán, es posible que el sentimiento de justicia en occidente hubiera sido más pleno, porque la barbarie que provocó estaba más presente. Sin embargo, entonces no estaba maduro el sentimiento de la juventud musulmana abrazando los valores universales del iluminismo, que previamente habían sido adoptados en el mundo occidental 5 siglos antes, pero que en realidad son propios de la naturaleza humana: la libertad de conciencia individual que ahora el mundo musulmán reclama en sus calles. Su muerte entonces hubiera enviado a la juventud musulmana un mensaje simbólico equivocado, asociado a un “martirologio heroico” y quién sabe si este despertar musulmán actual a los valores iluministas hubiera sido retardado.

La segunda muerte de Bin Laden cierra de manera definitiva una era en la cual el fundamentalismo religioso musulmán se resistía a desaparecer --insistiendo en los métodos terroristas-- y tira del escenario un personaje sangriento, ya derrotado ideológicamente precisamente por la juventud musulmana a la que antes convocara, pero que podría en vida proyectarse de manera brutal contra el imperfecto mundo occidental, que además de contener los mecanismos pacíficos e intelectuales para su continuo desarrollo y perfeccionamiento, hemos visto también que contiene, por suerte para todos, los medios efectivos para su defensa.

Artículos de este autor pueden ser consultados en http://www.cubalibredigital.com

 
El significado de la captura y muerte de Bin Laden PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Sábado, 07 de Mayo de 2011 12:19

Por Sergio Bitar

En Washington se puede apreciar y entender mejor el tremendo impacto en  los norteamericanos de la captura y muerte de Ben Laden.  Que el propio presidente Obama lo señalara  a sus ciudadanos un domingo a las 11:30 de la noche,  fue un acontecimiento sin precedente. ¿Por qué tal impacto?  Porque el significado de este hecho es el equivalente al triunfo, aunque sea  simbólico, en  una guerra.

La guerra contra el terrorismo, declarada en 2001, luego del  ataque a Nueva York y Washington, y la muerte de tres mil personas inocentes, abrió una década traumática para Estados Unidos. Durante casi diez años, con todo su poder, no pudo localizar a quien organizó o inspiró ese ataque. Se embarcó en la invasión a Afganistán, donde supuestamente se escondía Ben Laden,  persiguió gente por el mundo entero, abrió Guantánamo como prisión, desafiando al mundo y a su propia tradición y normas legales,  modifico la cultura y las practicas de seguridad en el planeta.

Aprovechando  el  manto  de  impunidad que proveía este ataque aberrante, Bush invadió Irak, con el pretexto de la existencia  armas de destrucción masiva y, en su defecto, para instalar y promover la democracia. Y los resultados han sido pobres.

La desaparición de Ben Laden traerá  alivio a los deudos, que se agruparon de inmediato en las zonas donde murieron sus familiares y para quienes se cierra un ciclo,  dará satisfacción a la gran mayoría de los norteamericanos y creará mayor confianza en la gestión de su  gobierno. Y también  habrá otras consecuencias nacionales e internacionales: el riesgo de represalia de una organización como Al Qaeda, que seguirá actuando y cuya capacidad de infligir golpes es desconocida; un eventual deterioro de las relaciones con Pakistán; la critica a una acción de Estados Unidos en territorio de otros países.

Lo esencial, sin embargo, es el significado más profundo de este acontecimiento para el pueblo norteamericano. A mediano y largo plazo los efectos pueden ser positivos para Estados Unidos.

Por  un buen tiempo se ha venido advirtiendo que la llamada guerra contra el terrorismo es un concepto difuso, con un enemigo disperso que opera en las sombras y que ha desviado la atención de Estados Unidos de los temas fundamentales de su futuro. Creo que los nuevos hechos pueden poner término a la estrategia de “guerra contra el terrorismo”,  y dar  respaldo a una nueva orientación  de la seguridad nacional, para encarar  los nuevos y enormes desafíos.

Estados Unidos se halla  acechado por deudas ingentes, guerras inconclusas y costosísimas, en vidas y dinero, crisis económica provocada por el cuasi colapso de su sistema financiero, su educación y su infraestructura se encuentran debilitadas y  amenazado su poderío económico por la competencia de nuevas naciones, como China.

Se pueden crear ahora circunstancias favorables  para Obama. En los últimos años se ha gestado una aguda polarización política en Estados Unidos que ha paralizado muchas de sus  iniciativas para superar las dificultades que  se ciernen sobre su país. Ahora Obama podría lograr mayor racionalidad, en un debate interno que sorprende a un extranjero por su superficialidad, y acometer aquellas tareas  necesarias para afianzar la base económica, tecnológica y la competitividad de la economía de Estados Unidos que, en definitiva, es la que sostiene su influencia internacional.

Washington, 2 de mayo 2011
Infolatam

 
La enfermiza indecisión del Consejo de Seguridad¨ PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Jueves, 05 de Mayo de 2011 21:32
Por DARSI FERRER 

Hay una cuota significativa de cinismo que ronda con frecuencia las decisiones del
Consejo de Seguridad de la ONU. Su incapacidad para condenar los asesinatos masivos
que está cometiendo el régimen de Bachar al-Assad en las calles y plazas de las
ciudades sirias, muestra muchas similitudes a los titubeos que permitieron que el
dictador libio, Muammar al-Gaddafi, recuperara la iniciativa, permitiéndole
consolidar una guerra civil empantanada hasta ahora.
¿Qué imaginan los representantes de los países que integran el Consejo de Seguridad?
¿Qué hay que dejar solos a esos disparejos contendientes en Siria, para que arreglen
sus diferencias sin injerencia extranjera y con estricto apego a la soberanía
nacional? ¿Acaso intuyen que alguno se va a cansar y optará por abandonar el
conflicto: el régimen dictatorial de al-Assad con sus tanques y fusiles de asalto o
el indefenso pueblo sirio que está poniendo los centenares de muertos?
Es una situación que apunta a una sola dirección. El régimen de Damasco y sus
compinches no van a cejar en la aplicación de medidas criminales para aplastar toda
manifestación o reclamo devenido de las multitudes populares que exigen libertades y
la apertura a un sistema democrático.
El silencio cómplice de la comunidad internacional, la falta de consenso para
adoptar una condena firme ante las matanzas ordenadas por al-Assad y el devaneo
diplomático, sólo conduce a un callejón sin salida, además de animar a los genocidas
que disparan contra su propio pueblo o reprimen de modo indiscriminado a sus
opositores.
Una condena unánime del mundo civilizado es más que urgente. Y mucho más las medidas
diplomáticas y sobre todo económicas, que hagan presión efectiva sobre esta cúpula
de asesinos que dirigen por sus fueros el país sirio. Ningún argumento político de
representantes diplomáticos sobre la conveniencia o no de la caída del régimen sirio
y la supuesta desestabilización que provocaría en la región, amén de tener
exageradamente en cuenta el disgusto del impresentable régimen iraní, es algo válido
ante la represión y asesinatos impunes de una población martirizada y vejada desde
hace décadas.
Otra vez se hace necesario recordar que los regímenes dictatoriales viven muy
pendientes de cómo se manifiesta la comunidad internacional con alguno de ellos
cuando cometen sus fechorías. Y actúan en consecuencia, ante la unánime condena o la
desavenencia pasillera,  con temor histérico o envalentonamiento psicópata. 
En lo que le toca a los cubanos, el régimen de los Castro, recién reverdecido en un
cónclave gerontocrático más que frustrante para las esperanzas y anhelos de la
población, también observa con atención las dubitaciones de los que deben ser
celosos y responsables en el Consejo de Seguridad. Acostumbrados a las bravatas y a
la brutalidad, la cúpula gobernante oculta cuidadosamente sus temores y fragilidad
ante una futura y directa condena de ese Consejo de la ONU, tomando como referencia
el caso de que en algún momento se vean necesitados de actuar salvajemente contra
una población lanzada a las calles en reclamo de sus derechos, al igual que lo hace
en estos momentos su amigo, el dictador sirio.
La actitud indecisa del Consejo de Seguridad y de otros importantes actores
políticos internacionales, como el bloque de las 27 naciones de la Unión Europea,
ante hechos injustificables de masacres de civiles como los que ocurren en Siria,
debe de cesar de una buena vez. Los pueblos sometidos por dictaduras se están
sacudiendo de su letargo y se muestran decididos a transformar el futuro de sus
naciones con sus propias  manos, a un costo indecible en sangre, represión y
sufrimientos.  Y eso no puede ser obviado con desaciertos diplomáticos o
conveniencias de realpolitik.
Última actualización el Jueves, 05 de Mayo de 2011 21:45
 
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