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Artigos: Cuba
Prólogo del Epílogo comunista cubano PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 22 de Abril de 2011 03:06

Por Jorge Hernández Fonseca

Ha bajado el telón en la Habana. El último acto incluyó un “delfín” de 81 años. Todo un record, siquiera superado por la gerontocracia soviética de aquellos años de subsidios voluminosos. La pantomima terminó y con ella las esperanzas de los crédulos, los mismos de los que por suerte van quedando pocos en la isla. Sin embargo, las fuerzas externas que acompañan este parto con fórceps dan la bienvenida a los “cambios” en la ilusión de engañar al engañador. Europa, Brasil, EUA y un largo etcétera, se regocijan de ver “una voluntad de mejora”, que saben muy bien que reedita las prácticas lampedúsicas: “forzar cambios para que todo continúe igual”.

 

El comunismo cubano acabó y fue enterrado con este Congreso. Pero la dictadura comunista cubana continúa en el poder, ahora con Raúl a la cabeza. Los jóvenes cubanos que lucharon por la libertad y la democracia en la isla en los años 60 del siglo pasado --cuando se libró una poco conocida y menos publicitada guerra civil contra la dictadura-- han tenido que esperar medio siglo para ver esa auto-derrota escenificada como Congreso, sin dar el mérito merecido a la generación sacrificada entonces. A medio siglo de distancia, los fusiladores reconocen que no tenían razón, pero se empeñan en mantener arbitrariamente las riendas del poder.

 

Para un país en el que hace medio siglo las personas viven una vida doble, el Congreso del PCC fue un buen momento para la mejor práctica de la moral binaria: una que practica (el sálvese quien pueda) pero no predica, y la otra que predica (al son de las consignas oficiales) pero que no se practica ni siquiera en los nobles salones de los abastecidos palacios castristas.

 

Para el nuevo ‘reyecito’ en ejercicio, las cosas mejorarán por su fuerza de voluntad. Como (no) mejoró el abastecimiento de leche para los niños (su primera meta declarada, hace 4 años). Es una verdadera tristeza contemplar un equipo de “revolucionarios” queriendo que el pueblo cubano trabaje largas horas por amor al arte y sin intereses personales de progreso, sólo para enaltecer consignas vacías de militantes disfrazados de Reyes Magos y Hadas Madrinas, devenidos en distribuidores generosos de lo que otros crean con esfuerzo y sacrificio.

 

Raúl juró en el Congreso hacerlo todo, “menos volver al capitalismo…” como si lo que existiera en Cuba fuera otra cosa diferente que el peor de los capitalismos: aquel en el que el estado es dueño de todo, paga salarios de miseria, se apropia del resultado del trabajo, además de quedarse con las ganancias de todos los negocios. Un capitalismo en el que los únicos capitalistas son Raúl y su hermanísimo. ¿Dónde está el socialismo cubano?, ¿Dónde está la distribución igualitaria del esfuerzo del trabajador, que recibe sólo 12 dólares por mes?

 

Las personas en la isla sin embargo continúan haciendo lo que el ser humano ha hecho siempre, desde que el mundo es mundo: intentar “resolver” para sí y su familia lo que un sistema feudal e injusto no le proporciona de manera viable y permanente, a la espera de la “solución biológica”, que ahora implica, no a una, sino a dos personas de la familia real.

 

Es una verdadera vergüenza tener que escuchar a estas alturas que no hay relevo porque las ‘selecciones’ hechas previamente fueron –todas-- erróneas. Es de una hipocresía sin límites proponer, al cabo de más de medio siglo de dictadura, el establecer una limitación al ejercicio de “los otros”, dándose nada menos que 10 años de “gracia” como dictador, en el ejercicio de lo cual, lo único que ha hecho ha sido prometer, y que ahora choca con lo imposible.

 

Raúl continuará porque los cubanos no hemos sabido (o podido) estructurar una opción de poder a los ojos de las potencias mundiales, comenzando por EUA. Raúl cuenta también con oscuras fuerzas que desde el exilio preparan una avalancha de recursos financieros hacia la isla, supuestamente para “fortalecer la sociedad civil”, pero que sin dudas fortalecerán su dictadura. Tiene Raúl también de su parte el lobby que lucha a brazo partido en el Congreso de EUA, para permitir los viajes de turistas norteamericanos a la isla y con ellos, el dinero salvador.

 

Cuba será libre de cualquier manera, porque el camino para su libertad está trazado. Pero será largo y sombrío. Los sagrados intereses del pueblo cubano del interior de la isla han dejado de coincidir con los intereses de las grandes potencias que lo deciden todo y que en el caso de Cuba ya han dado su veredicto. La libertad y la democracia para la isla vendrá a medio plazo, con los generales que sucedan a Raúl (el que podrá dormir en paz mientras viva, igual que su hermanísimo) para entonces comenzar un proceso de restitución de los derechos perdidos en la guerra civil cubana de los años 60, en la que tanta carne joven fue fusilada, encarcelada y trucidada en el altar de la patria, sin haber podido evitar el final traumático que hoy tenemos que soportar: el castrismo se ha auto-derrotado, pero continúa detentando las riendas del poder.

 

 

 

Artículos de este autor pueden ser consultados en http://www.cubalibredigital.com

Última actualización el Viernes, 22 de Abril de 2011 03:08
 
¿Por qué del VI Congreso?: ¡Socialismo o Muerte, aquí nadie tiene miedo! PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Viernes, 22 de Abril de 2011 01:35

Por HUBER MATOS ARALUCE

 

La soberbia de Fidel Castro no le hubiera permitido apelar a un congreso en momentos de crisis. Raúl Castro tenía demasiados problemas  como para no convocarlo.  Además, en el evento quería coronarse como nuevo faraón con el viejo enfermo presente.

 

Nunca antes los Castro habían estado en una situación tan difícil.  Desprestigiados en el mundo.  Un liderazgo sin legitimidad ni carisma.  La economía en ruinas.  El pueblo desmotivado.  La nomenclatura desmoralizada.  Había que reunir a la “vanguardia” y darle terapia.

 

La crisis económica mundial tiene al planeta en alerta.  No se  presta ni se vende a quien no paga.  Ni China ni Venezuela quieren financiar el salvamento castrista. Lula ya no está y la nueva presidenta tiene otras prioridades.

 

El futuro de Chávez es una incógnita.   Sin su petróleo, Cuba se detiene y los efectos sobre el turismo serían muy graves.   El gobierno quedaría dependiendo de las remesas de los exiliados.

 

Los diplomáticos occidentales  en La Habana comentan en privado que el país está en la quiebra.   Hasta el propio heredero admitió que  se encontraban al borde del precipicio.

 

Raúl Castro es en buena parte responsable del  desencanto.   Ante el desastre que le dejó su hermano, Raúl fue el primero en estimular las expectativas de cambio.  Se puso a prometer más de la cuenta, y la gente pensó que tal vez él tenía la solución en la mano.    Pero en lugar de recursos y voluntad política para el cambio, había temor y resistencia.

 

La situación empeoró.  El régimen anunció el despido de más de un millón de trabajadores.  La barca se hundía y fue como si el capitán ordenara: tiren los pasajeros al mar, no importa si hay tiburones.   Cundió el pánico a bordo.  Dieron la contraorden, pero en Cuba ya nadie se siente seguro.

 

El dócil pueblo que antes no se atrevía ni a chistar, ahora hace críticas hasta en lugares públicos.  ¿Qué ha pasado?   Hace algún tiempo no habrían ni abierto la boca.  Temen todavía, pero hoy menos que ayer.  Si siguen así podrían llegar a levantar el puño y volverse  locos.  En la locura cualquier cosa puede pasar.  Los exiliados repiten que el pueblo es cobarde, pero la dictadura piensa diferente.   Los esbirros  no sueltan el garrote, duermen con él en la mano.

 

La nomenclatura sabe que en el mundo exterior las cosas no andan bien.  Obama no acaba de aflojar como esperaban.   El manejo del asesinato de Orlando Zapata fue un desastre.  En la Unión Europea cuando se habla de Cuba, España ya no cuenta.  Moratinos se quedó sin puesto.  Alemanes,  checos, suecos, húngaros, polacos y franceses rechazan el castrismo.  La tiranía dice que la prensa occidental  los ha traicionado; hoy los critica.

 

Hay desencanto,  escepticismo y preocupación en las filas del régimen.  El aire huele a sálvese el que pueda.  Fidel no durará mucho.  Raúl se volvió cuento.   El VI Congreso fue el exorcismo colectivo para sacarle de adentro a la “vanguardia” castrista, el diablo del temor.   No importaba si el impacto exterior era negativo.  Había que cerrar filas y gritarse unos a otros: ¡Socialismo o Muerte, aquí nadie tiene miedo!

 
EL CUARTICO ESTÁ IGUALITO PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Jueves, 21 de Abril de 2011 19:28

Por Pedro Corzo

El Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba, el piso teórico de la dictadura militar cubana, con independencia de las declaraciones y comunicados que ha generado, es el acto central de las exequias del totalitarismo insular, porque tal y como han afirmado reiteradamente los dirigentes de esa ficción, es el último en el que los moncadistas tienen un papel protagónico, y capacidad para imponer sus puntos de vistas en el futuro del país.

La nomenclatura aparenta ser optimista porque considera que lo exitoso de la sucesión, una realidad en lo que a conservar el poder respecta, garantiza la herencia totalitaria que con iguales criterios a los de sus predecesores, en su opinión, deben administrar las nuevas generaciones.

No obstante, es de suponer que como todo lo que sucede en Cuba, el Sexto Congreso fue una pieza teatral que contó con excelentes actores que conocen perfectamente un guión que para sobrevivir interpretan con extrema maestría, en un escenario preparado para cumplir con toda la liturgia que demanda la postrera misa del castrismo.

La doble moral de los congresistas que trasciende la prudencia y el miedo, le hizo, siempre ha sido así, el juego al núcleo duro del régimen que por interés o complicidad, es el único con voluntad para tratar de mantener el actual modelo de gobierno.

La unanimidad en el evento partidario, el silencio de los delegados ante los fracasos del régimen y la falta de voces que expusieran la realidad nacional, pueden ser el aviso que si la sucesión fue un triunfo, la continuidad de la farsa hace imposible que siga la misma puesta en escena de los últimos cincuenta y dos años.

Los delegados conocen perfectamente que la estructura gubernamental esta corroída y que el gobierno ha fracasado en el ejercicio vital de auto reformarse para evitar el fin. Son conscientes de que el gobierno esta pereciendo por consunción, tal y como le ocurre a su principal conductor, y han decidido, con un aguzado sentido de la oportunidad, continuar actuando en la trama para cuando llegue el inevitable final estar sobre el escenario.

El hecho de que no haya habido disentimientos, críticas y reparos a las decisiones de la nomenclatura, no es por falta de comprensión de la situación de parte de los congresistas, sino porque la frustración y la desesperanza, ha penetrado lo más profundo del sistema.

El inmovilismo de la corte, la falta de arreglos que viabilicen cambios orgánicos, permiten percibir el fin de la sucesión y el inicio de un proceso inédito que puede deparar situaciones para las que no estemos preparados. Esa falta de resultados puede ser el factor clave para impulsar las pugnas intramuros, porque  el desencuentro de generaciones, junto a la codicia, propicia la inestabilidad generadora de conflictos.

Las secuelas del encuentro de los afiliados al castrismo son factores suficientes para afectar  la voluntad de cambio de los sectores que favorecían las reformas, en el marco de los conceptos del caudillo.

El entramado de intereses de la burocracia, junto a un aparato militar particularmente poderoso en recursos bélicos y económicos, ambos enemigos de transformaciones radicales, son factores que ahora pueden coincidir dramáticamente a favor de un proceso de Transición, que Raúl Castro, profundo conocedor de lo que ocurrió en la Unión Soviética, debería percibir.

Por otra parte el inmovilismo en el mando central es frustrante para el sector más ambiciosos y menos temerosos en la búsqueda de cambios en la jerarquía, y ajustes en el discurso ideológico, por lo que es de esperar que un  liderazgo emergente muestre disposición a procurar una legitimidad  que le posibilite seguir siendo en alguna medida protagonista, lo que determinaría la configuración  de una realidad nacional  menos ortodoxa y mas inclusiva en la que factores ajenos al poder podrían participar.

 
Cuba, la estructura biológica del comunismo PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Jueves, 21 de Abril de 2011 16:44

Por RAFAEL ROJAS

En el VI Congreso del partido, Raúl Castro planteó su reforma económica. Pero poco se podrá hacer si permanecen los mismos dirigentes en los cargos y no hay ninguna renovación generacional en la cúpula.

Hizo bien el Gobierno de Raúl Castro en enmarcar el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba en el cincuentenario de Playa Girón. No fue en enero de 1959 sino en abril de 1961, cuando la construcción del totalitarismo cubano tuvo a la mano todos sus elementos necesarios.

En las 45 iniciativas ciudadanas excluidas están las ideas del reformismo y la oposición

La reunión confirma que el modelo cubano es más cercano al soviético que al chino o al vietnamita

Además de un orden institucional de partido único, economía de Estado e ideología marxista-leninista, inscrito en la órbita soviética, era indispensable la localización de un enemigo. Un enemigo que debía ser nacional y foráneo a la vez, un monstruo en el que pudieran fundirse la maldad del imperio y la vileza de los traidores.

Desde entonces, la justificación última del comunismo cubano ha sido defensiva: la patria está en peligro, por lo que la unidad política es imperativa. Nada más unitario, en efecto, que un partido único, el control estatal de la sociedad y la economía y un líder perpetuo. Medio siglo después de aquella proclamación del carácter "socialista" de la revolución, el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba comenzó con un desfile militar, a la manera soviética o norcoreana, y con un mensaje del convaleciente máximo líder en el que decía sentir "dolor" al comprobar que los jóvenes que desfilaban lo buscaban, infructuosamente, en la tribuna.

El largamente postergado congreso de los comunistas cubanos -debió celebrarse en 2002- fue un mero trámite. Lo importante, desde el punto de vista práctico, tuvo lugar en los debates en las bases locales y regionales y en la elaboración de los Lineamientos de política económica, que han sido aprobados con ligeras modificaciones.

Lo decisivo fue lo que se excluyó antes del congreso mismo: las 45 propuestas que, según Raúl Castro, se rechazaron porque implicaban la "concentración de la propiedad", que está "en abierta contradicción con la esencia del socialismo". Frase, cuando menos, mal redactada, ya que si en algún país del mundo la propiedad está concentrada es en Cuba, solo que allí está en manos del Estado.

Es en ese medio centenar de iniciativas ciudadanas excluidas donde habría que encontrar las ideas del reformismo y la oposición cubanas. Ideas que ni siquiera pasaron la aduana de la cúpula insular y que, por tanto, no fueron debatidas en el congreso, a pesar de que las mismas no proponen una privatización neoliberal sino, apenas, una apertura de la pequeña y mediana empresa privadas, con mayores posibilidades de contratación de trabajadores y de impulso al mercado interno que las 178 modalidades de trabajo por cuenta propia.

Con la exclusión de esas ideas, las élites cubanas confirmaron que su horizonte de expectativas se mantiene, todavía, más cerca del modelo soviético que del chino o el vietnamita.

Aunque en la convocatoria a este congreso se impuso una interdicción a temas ideológicos y políticos, en el Informe Central, también aprobado y que tendría implicaciones jurídicas de la mayor importancia, Raúl Castro privilegió el problema de la sucesión. Su propuesta de que el tiempo de permanencia en cargos públicos se ajuste a los quinquenios -y que no pase de dos consecutivos-, la declaración de que el máximo liderazgo carece de relevo y la sugerencia de que para acceder a funciones de Estado o Gobierno no sea indispensable la militancia en el partido, adelantan las primeras modificaciones institucionales, de tipo político, que podrían adoptarse en Cuba desde 1976.

La permanencia de los dirigentes en los cargos y la ausencia de renovación generacional en la cúpula, están interrelacionadas, aunque Raúl Castro las presentó aisladas. La justificación de que la permanencia de Fidel y él mismo durante más de medio siglo, en la máxima jefatura del país, era necesaria por la agresión del enemigo -ahora parece no serlo dadas las "nuevas condiciones"- choca con el mensaje oficial de que la hostilidad del imperio sigue intacta. Esas "nuevas condiciones" no tienen que ver, por tanto, con la presidencia de Barack Obama o con el giro a la izquierda de América Latina, sino con algo más concreto: la ancianidad y la enfermedad de Fidel Castro.

Sin embargo, al abordar el problema de "no contar con una reserva de sustitutos debidamente preparados", Raúl Castro reconoció una "promoción acelerada de cuadros inexpertos e inmaduros a golpe de simulación y oportunismo", con lo cual reiteró el infame juicio de Fidel Castro sobre las "mieles del poder", tras las destituciones de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque.

El problema de la falta de relevo, por tanto, no es de ellos, es de la baja catadura moral de sus herederos, de la terrible agresión imperialista que no les dio tiempo a pensar en la sucesión o de la equivocada injerencia -establecida en la propia constitución de 1976, ¡reformada en 1992!- del Partido Comunista en la Administración pública.

Tal y como se esperaba, la renuncia de Fidel Castro a ser reelegido al Comité Central facilitó la elección de Raúl Castro como primer secretario por los próximos cinco años, tiempo en que se aspira a "resolver" el problema del "relevo" generacional.

El nombramiento de José Ramón Machado Ventura, número dos del Estado y el Gobierno, como segundo secretario, reprodujo la misma jerarquía de la Administración en el partido, fundiendo, una vez más, ambas ramas del poder, en contra de las mismas modificaciones propuestas en el Informe Central. Con esa concentración de la autoridad, la generación histórica se coloca fuera de los propios cambios políticos que podría generar el régimen, como si poseyera derechos patrimoniales sobre la nación cubana, solo equivalentes a los del estalinismo.

La propia idea de que los máximos cargos públicos de un país sean pensados en términos de "relevo" o "sucesión", y que la circulación de los mismos se cronometre de acuerdo con el tiempo de vida activa que queda a los líderes históricos, remite a la estructura biológica del comunismo cubano.

En política, lo mismo que en economía, el socialismo insular no transita, aún, por la vía vietnamita o la china, ya que en estas últimas el partido comunista cortó el cordón umbilical que lo ataba a los líderes históricos y se institucionalizó sobre bases meritocráticas. Fidel, Raúl y Machado Ventura, con independencia de cuál sea la evolución de su régimen en los próximos cinco o 10 años, han demostrado ser más fieles a Stalin que a Mao.

La aspiración a que el Partido Comunista herede el liderazgo de Fidel Castro no solo es contraria a la escasa institucionalización de esa entidad sino a la pretensión de que la misma limite gradualmente sus atribuciones públicas.

Los dilemas y las soluciones políticas -no tanto las económicas, que tendrán un moderado efecto favorable en la población- planteadas por Raúl Castro, además de contradictorias, tienen la dificultad de ubicarse a años luz del entorno democrático que rodea a la isla y del que, cada vez más, depende para su subsistencia. Bajo esos esquemas, los jóvenes políticos cubanos que aspiren a "relevar" a Fidel y a Raúl seguirán basando su legitimidad en un misticismo histórico, ajeno a la política global del siglo XXI.

Al final, la preeminencia de la continuidad sobre el cambio, de la conservación de estatus fundacional de la élite histórica sobre la libre circulación de proyectos nacionales alternativos y de líderes autónomos de la sociedad civil, podría convertir las soluciones de Raúl Castro en fábricas de nuevos problemas.

Mientras más se retrase el cambio de legitimidad del liderazgo político, la apertura de la esfera pública y el reconocimiento de una oposición legal, más difícil les será a los herederos reclamar legado alguno y más complicado les resultará, a los propios socialistas honestos, defender una opción de futuro ante la ciudadanía y el mundo.

Rafael Rojas es historiador cubano.

Última actualización el Jueves, 21 de Abril de 2011 16:54
 
Cuba: El rey desnudo PDF Imprimir E-mail
Escrito por Fuente indicada en la materia   
Jueves, 21 de Abril de 2011 16:10

Por Vicente Botín

Gabriel García Márquez dijo en cierta ocasión que Fidel Castro era a la vez jefe del gobierno y de la oposición. Y no le falta razón. El Líder Máximo ha sido el fustigador más despiadado que ha tenido la revolución cubana. Pero las críticas nunca las dirigió contra sí mismo, dueño absoluto del poder. La culpa de sus propios desaguisados la tuvieron siempre, sus ministros, su partido, sus “parlamentarios”…, cocinados y devorados en la olla de la revolución para tapar los errores de ese Gargantúa insaciable que, a diferencia del rey de la fábula de Andersen, nadie, ni siquiera un niño, se atrevió nunca a decirle que estaba desnudo.

Raúl Castro, heredero de la corona, actúa como el anterior monarca al acusar al partido comunista de Cuba por su inmovilismo “fundamentado en dogmas y consignas vacías”, y por “entrometerse en las labores de gobierno y usurpar funciones que no le son propias”. El presidente cubano lanzó ese anatema en la inauguración del VI Congreso del PCC y parece olvidar que fue su hermano Fidel quien durante casi medio siglo se “entrometió” en las labores de gobierno y “usurpó” las funciones que la Constitución, en su título V otorga al partido comunista como “la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.

El partido comunista de Cuba fue desde su fundación, en 1965, un instrumento al servicio de Fidel Castro. Hasta hoy solo se habían celebrado cinco congresos, el último fue en 1997, a pesar de que sus estatutos establecen que debe convocarse cada cinco años. Ninguno de esos cónclaves fue precisamente un ejemplo de discusión democrática, sino un coro de ecos a la mayor gloria del Líder Máximo, igual que las reuniones de los Consejos de Estado y de Ministros y de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Fidel Castro actuó toda su vida como un autócrata, al margen de los órganos colegiados de poder calcados de la Unión Soviética. Incluso llegó a crear estructuras paralelas que dependían directamente de él, como el Grupo de Coordinación y Apoyo al Comandante en Jefe o la Batalla de Ideas.

Las broncas entre los dos hermanos por los intentos casi siempre inútiles de Raúl de embridar a Fidel, ha sido una de las señas de identidad de la revolución cubana desde sus inicios. La desesperación de Raúl Castro ante los desatinos de Fidel, sobre todo en materia económica, le llevaron muchas veces a refugiarse en su antiguo feudo de la Sierra Cristal, para ahogar sus penas en alcohol. Sin embargo, ahora que parece tener las manos libres para llevar adelante sus proyectos, recurre a la vieja fórmula de criticar duramente a aquellos que igual que él se sometieron a la tiranía de su hermano. “Se me cae la cara de vergüenza –ha dicho Raúl Castro– al tener que aceptar en público que las reformas aprobadas por congresos anteriores del PCC nunca fueron implementadas”.

Resulta sorprendente que Raúl Castro, hasta ahora número dos del partido comunista, se lamente por no contar con “una reserva de sustitutos debidamente preparados, con suficiente experiencia, madurez, para asumir las nuevas y complejas tareas de dirección en el partido, el Estado y el gobierno”, como si no hubiera tenido nada que ver con la defenestración periódica de los jóvenes cachorros de la revolución, no solo de Felipe Pérez Roque o Carlos Lage, sino de otros muchos como Carlos Aldana o Roberto Robaina, tronados en purgas anteriores.

En su nuevo papel de reformador, a Raúl Castro le parece “recomendable” ahora limitar a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años el desempeño de cargos políticos y estatales, pero debería predicar con el ejemplo y dar por amortizados los suyos después de medio siglo de desempeño. En lugar de eso, reemplaza a su hermano como primer secretario del Buró Político del PCC y otra “joven promesa”, José Ramón Machado Ventura, de 81 años, primer vicepresidente del Consejo de Estado, pasa a ocupar el puesto que deja vacante Raúl Castro como segundo secretario.

Raúl Castro quiere aligerar al Estado de su enorme carga y traspasar parte de ella a la iniciativa privada. La “actualización” incluye la ampliación del trabajo por cuenta propia, un masivo recorte de las abultadas plantillas públicas, más autonomía a la gestión de las empresas estatales y la eliminación de subsidios sociales, entre ellos la cartilla de racionamiento. También se va a permitir la compraventa de viviendas, una de las viejas aspiraciones de los cubanos.

Una Comisión Permanente del Gobierno será la encargada de implementar y desarrollar las normas y leyes necesarias para este “New Deal” que no es ni capitalista ni comunista sino todo lo contrario, porque primará la planificación, pero se tendrán en cuenta “las tendencias del mercado”. El propio Fidel Castro, relegado a simple “soldado de las ideas”, ha bendecido la fórmula: “La nueva generación –ha escrito- está llamada a rectificar y cambiar sin vacilación todo lo que debe ser rectificado y cambiado, y seguir demostrando que el socialismo es también el arte de realizar lo imposible”.

La tarea que se propone Raúl Castro para “actualizar” el modelo y garantizar la “irreversibilidad” del socialismo es compleja y según él va a requerir por lo menos un quinquenio. Es decir que cuando cumpla 85 años, en 1916, todavía le quedarán otros cinco años, hasta los 90, para retirarse a cultivar su huerto según su propia recomendación.

 
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