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Artigos: Cuba
Apuntes para la transición PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Lunes, 29 de Julio de 2013 15:23

Por A. G. Rodiles y A. Jardines.-

La reconstrucción democrática solo será posible si se involucra al mayor número de cubanos.  

- La oposición debe articularse y proyectarse dentro y fuera de la Isla con un peso cívico y político.  

- Debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, capaz de generar un entramado político y jurídico que llene cualquier vacío.  

El panorama político de la Isla se ha dinamizado en los últimos tiempos. En la arena internacional el hecho de mayor impacto ha sido sin dudas la muerte de Hugo Chávez y su sucesión materializada en Nicolás Maduro, un hombre con muy pocas herramientas políticas, que a pesar de muchos pronósticos ha logrado, por ahora, mantener cierto equilibrio.

Sin embargo, la difícil situación económica por la que atraviesa Cuba y el incierto escenario chavista, hacen que el totalitarismo cubano evite apostar todas sus cartas a Venezuela.  

Para la elite en el poder, el tiempo, como parte de la ecuación política, se convierte en la variable más importante. El relanzamiento de su posición en la arena internacional pasa a ser parte de sus prioridades. Mostrar un nuevo momento en las relaciones con Europa y Estados Unidos se vuelve vital en la búsqueda de nuevos socios económicos y políticos que le brinden estabilidad y legitimidad.  

En el interior de la Isla, las transformaciones en el sector económico no generan una nueva impronta dado los años de estatismo acumulado, la descapitalización y la precaria situación de múltiples sectores.

Un proceso de verdaderas reformas implicaría acciones más profundas que dinamicen una realidad que ya se anuncia como desastre social, reconocido incluso por Raúl Castro en su última intervención. Pero el miedo a perder el control se convierte en obsesión y principal obstáculo.  

La posibilidad de viajar de algunos opositores representa en este sentido el paso más audaz que ha dado la elite en el poder, una clara apuesta a mejorar su imagen en el exterior y sacudirse el estigma de la falta de libertad de movimiento. Es muy probable que esta movida esté manejada bajo el presupuesto de que algunos tragos amargos no serán más que eso, que la realidad seguirá metida en su habitual camisa de fuerza, porque los opositores no pasaremos del nivel mediático y al regresar a Cuba, el control absoluto de la Seguridad del Estado y la falta de articulación social, mantendrán todo en su lugar.  

Ante este escenario se hacen necesarias algunas preguntas: ¿Está la sociedad cubana en condiciones de pujar por mayores espacios de libertad e independencia?

¿Puede la oposición capitalizar políticamente sus viajes?

Entiéndase por capitalizar nuestra capacidad de articularnos y proyectarnos dentro y fuera de la Isla como fuerzas prodemocráticas con un peso cívico o político en cada caso. Proyección que nos permita también terminar con el nefasto juego de gato y ratón con el que la Seguridad del Estado, como brazo del sistema, nos ha mantenido ineficientemente ocupados.

Se vuelve entonces imprescindible madurar como oposición y sociedad civil, lograr expandir las grietas de un sistema agotado que sostiene el control y el ejercicio de la violencia de Estado como elementos de contención social.  

La experiencia de múltiples transiciones muestra la importancia de comprender el momento del cambio como un paso dentro del proceso de reconstrucción nacional, visto como un punto de inflexión no discontinuo.

En un escenario extremo como el que enfrentamos, una transición exitosa implicará necesariamente la activa participación de capital humano preparado, con un fuerte compromiso social y una clara visión de la nación que desea construir.  

Sin un tejido social que represente cuando menos un microcosmos del meso y macrocosmos que visualizamos, será muy difícil edificar una democracia funcional.

Los ejemplos fallidos son abundantes y resulta irresponsable omitirlos. La conocida “primavera árabe”, devenida “invierno”, es el caso más reciente que muestra que la instauración de un sistema político necesita un proceso de maduración y articulación de su sociedad civil.

Imaginar el cambio y la reconstrucción de un país roto, fragmentado, no solo en el aspecto físico sino también en su dinámica social e individual, resulta ejercicio primordial si pretendemos la construcción de una democracia que contenga los ingredientes de toda nación moderna. 

Como oposición debemos romper con paradigmas que impliquen regresión y copia de lo que se ha vivido, en el que símbolos gloriosos, épicos y personalismos juegan un papel significativo. Un imaginario que cifra demasiadas esperanzas en una “chispa” expansiva y que suele aplazar un trabajo efectivo con vistas al mediano y largo plazo.  

Sería saludable igualmente reajustar una idea que ha dominado nuestras mentes durante más de medio siglo postrepublicano: la anhelada unidad de la oposición como única vía de presión efectiva para promover el cambio. Consideramos que el protagonismo principal de la transición debe recaer sobre la sociedad civil, mientras la oposición, como actor político, con un discurso y una acción coherente, debe pujar porque su representatividad tenga el alcance y la penetración necesaria.    

El viejo Hegel llevaba razón al afirmar que “todo lo que un día fue revolucionario se vuelve conservador”. Las palabras pierden su sentido original y se resemantizan al cambiar el contexto que las alimentó y sostuvo, tan es así que la propia lógica de las revoluciones se vuelve en su contra.  

El acto verdaderamente revolucionario es un gesto brusco, un momento de ruptura que trastoca el orden establecido. Las revoluciones todas, incluyendo las científicas, están diseñadas para transformar,  socavar las bases del modelo o paradigma anterior y, de esa manera, echarlo abajo.  

Entonces, lo novedoso en nuestros días es entender esa posible brusquedad como un instante dentro de un proceso, que debe estar permeado de los ingredientes que conforman las sociedades modernas, el conocimiento, la información, el pensamiento, el arte, la tecnología. La revolución es un momento de la evolución, pero no a la inversa.  

En la segunda década del presente siglo no podemos pensar en ningún proceso social sin tomar en cuenta el carácter transnacional de los mismos. En nuestro caso sería imposible analizar un tránsito a la democracia y un proceso de reconstrucción sin involucrar a la diáspora y al exilio con sus actores políticos. Si bien ellos no están anclados en la cotidianeidad de la Isla, son elementos vivos de la nación y como tal gravitan en ella.

En eso el cubano de a pie no se equivoca. En el imaginario del cubano una parte importante de la solución de nuestros problemas está en Miami (como genéricamente se define a la diáspora). La visión moderna de las sociedades contemporáneas debe llegar y, en nuestro caso, componerse en gran medida a través de una constante retroalimentación entre la Isla y su diáspora.

La oposición y el exilio deben ser, justamente, la bisagra que haga posible tal articulación.   Y este es, a nuestro modo de ver, el otro elemento que terminaría encuadrando el escenario cubano: cómo se imbrica en lo adelante la oposición con una sociedad civil transnacional de tal modo que la lógica binaria de lo interno y lo externo, de las figuras del “cubano de adentro” y del “cubano de afuera” llegue a su fin, para lo cual no es suficiente con reconocer, en un plano discursivo (como también lo hace el régimen) que no hay diferencias entre nosotros, que somos iguales, etc. Es algo más: somos un solo e indivisible cubano y ese único cubano debe tener su derecho a ejercer el voto y a influir en el presente y el futuro político de su país no importa en qué lugar del planeta se encuentre o resida. Se trata, para la oposición y el propio exilio, no solo de un problema político, sino conceptual.  

Como actores políticos debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, exponer el capital humano del que disponemos, la capacidad que poseemos de generar un entramado político y jurídico capaz de llenar el posible vacío que dejaría la nomenclatura unipartidista; demostrar que podríamos garantizar la seguridad no solo para el país sino para toda la región y por último, aunque no menos importante, la capacidad para rebasar las campañas de los castristas en eventuales elecciones libres.

Este sería, quizás, el escenario más deseable en términos de expansión de la sociedad civil transnacional y del correlativo constreñimiento del Estado totalitario.

Estemos, pues, alertas para no confundir sucesión con transición; aprendamos a vernos y sentirnos como cubanos a secas y exijamos nuestros plenos derechos civiles y políticos, económicos, sociales y culturales como aparecen reflejados en ambos pactos de la ONU. Admitamos que para la transición es tan necesario el capital humano disperso por las instituciones del Estado como las habilidades, el conocimiento y capital financiero de aquellos que han tenido que crecer lejos ―aunque no fuera― de su patria.  

El problema de la nación cubana es hoy el problema de la transición y la reconstrucción democrática, proceso que será posible solo si se involucra al mayor número de cubanos, vivan donde vivan. No decimos que la patria es de todos, lo cual es una declaración de jure; decimos que todos, juntos, hacemos la nación cubana, lo cual es ya una declaración de facto.


29 de julio de 2013

 
Raúl Castro, 60 años después (del asalto al Cuartel Moncada) Por Carlos Alberto Montaner PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 26 de Julio de 2013 10:05

Por Carlos Alberto Montaner.-

Intento descifrar las percepciones de Raúl Castro, sesenta años después del ataque al cuartel Moncada.

Ese fue el episodio que colocó a los dos hermanos en el mapa político cubano y en las primeras páginas de todos los diarios. En ese momento, Raúl Castro, un joven de apenas 22 años, emocional e intelectualmente solo era un apéndice de Fidel. Fidel era la figura dominante.

El proceso de codependencia había comenzado mucho antes. Sus padres, como vivían en el otro extremo del país, durante la adolescencia de Raúl, dado que era un pésimo estudiante, se lo habían encargado a Fidel para que "lo enderezara".

Fidel no lo enderezó. Lo utilizó. Lo convirtió en su lugarteniente, lo introdujo en su mundillo de violencia pistolera y lo reclutó para conquistar primero Cuba, luego África, más tarde la galaxia. Por algo Fidel a los 18 años había sustituido legalmente su segundo nombre. Se quitó "Hipólito" y se puso "Alejandro".

En efecto, Raúl, aquel chico afectuoso y familiarmente tierno que describe su hermana Juanita, quien de niño soñaba con ser locutor de radio, dio un giro inesperado bajo la influencia de Fidel: se transformó en un eficiente matarife, mucho más organizado que su hermano, y en un aprendiz de comunista.

Es muy probable que la temprana vinculación de Raúl Castro al Partido Comunista haya sido una misión que le encargara Fidel. Raúl no tenía autonomía propia para tomar por su cuenta una decisión política de esa naturaleza, especialmente cuando ya Fidel planeaba el ataque al cuartel Moncada.

El corazón de Fidel estaba con el minúsculo Partido Socialista Popular (PSP), el de los comunistas, mas su cerebro y su inescrupuloso pragmatismo le indicaban que debía permanecer vinculado al Partido Ortodoxo, una formación mayoritaria, vagamente socialdemócrata, con opción real de llegar al poder. La manera de solucionar ese dilema, pues, era instalar a Raúl en el PSP, mientras él, formalmente, se mantenía dentro de la "ortodoxia".

En los primeros meses de 1953 Raúl, enviado por el PSP y con la anuencia de su hermano, viaja a un "Festival de la Juventud" en Viena. En rigor, era una de esas ferias políticas armada por Moscú para reclutar a sus futuros cuadros. En ese viaje Raúl traba su primera relación con el KGB. Conoce al agente Sergui Leonov.

Fidel —jefe, maestro, figura paterna— le aportaba el fuego, la adrenalina y una explicación sencilla de la realidad política. Leonov le ponía ante sus ojos el futuro luminoso de la humanidad: la gloriosa URSS.  Raúl mordió ambos anzuelos.

Ya Raúl lo tenía todo. La misión, el método, la visión, el modelo. Cuando Fidel lo hizo ministro de Defensa para que le cuidara las espaldas, llenó la pared con las reverenciadas fotos de los mariscales y generales soviéticos.

Han pasado 60 años. Raúl hoy es un viejo desilusionado, con 82 años en sus costillas magulladas por el güisqui. En esa larga vida aprendió varias lecciones y todas son decepcionantes. La URSS ya no existe. El marxismo tampoco.  Todo era un absurdo disparate.

Ahora entiende que su hermano era un buen operador político y un guerrero sagaz, pero también un desastroso gobernante, infantilmente obsesionado con vacas lecheras inagotables y con vegetales prodigiosos. Un tipo irresponsable, sumergido en un huracán de palabras vacías, que ha calcutizado a ese pobre país en una interminable sucesión de guerras, conspiraciones y arbitrariedades.

Para Fidel, como buen narcisista, la función de cada ser humano es servirle en su camino a la gloria. Eso, exactamente, fue lo que hizo con él, con Raúl: lo metió en el PSP, lo arrastró al Moncada, lo llevó a Sierra Maestra, primero lo hizo comandante, luego ministro y general, finalmente le asignó la presidencia. Le fabricó la vida. Una vida importante, pero ajena y lateral.

Es verdad que Raúl, sin la vara mágica de su hermano, tal vez hubiera sido insignificante, pero Fidel lo llevó a la cumbre porque necesitaba un segundo de a bordo que le fuera absolutamente fiel, aunque pensara que su "hermanito" era una figura menor penosamente limitada, sospecha o certeza que nunca ha dejado de herir en su amor propio al actual presidente.

A los 60 años del Moncada y 82 años de edad, Raúl tiene la mala conciencia del desastre total que ha contribuido a provocar en su país. Por fin comprendió la verdadera dimensión de su hermano, no ignora el fracaso del comunismo, aunque sabe que no le alcanza la vida para rectificar el rumbo.

El daño, sencillamente, es muy profundo. Mantiene el poder, pero ha ayudado a convertir a Cuba en una lacerante escombrera. Supongo que morirá inmensamente avergonzado por lo que ha hecho y, sobre todo, por lo que no se atreve a hacer.

Tomado del DIARIO DE CUBA

Última actualización el Lunes, 29 de Julio de 2013 10:03
 
Misión Imposible :La leche que Mujica le promete a Raúl PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 28 de Julio de 2013 15:34

Por Pablo Alfonso.-

José Mujica quiere darle una mano a Raúl Castro para producir leche. Para mí es una misión imposible teniendo en cuenta la experiencia productiva del castrismo. La propuesta del presidente de Uruguay es, sin duda, elogiosa y hasta evangélica. Ayudar al que lo necesita, dar de comer al hambriento, ser solidario y compasivo con el prójimo




"Tenemos que dar una mano en la lechería" y "hacer todo lo posible, o producir un cuadro de leche con el respaldo de los gobiernos para que se transforme en leche en polvo, y ayudar a su vez a multiplicar la productividad acá", dijo Mujica a los periodistas, tras colocar el jueves una ofrenda floral en el monumento al héroe uruguayo José Artigas en un parque de La Habana Vieja.

Una buena intención pero un esfuerzo destinado al fracaso. El problema del castrismo no es de ayuda o falta de ellas, es sistémico. Es el sistema el que no funciona. El que no produce en abundancia ni leche, ni viandas, ni hortalizas, ni granos, ni frutas. Un sistema parasitario que ha sobrevivido gracias a los subsidios, primero de los soviéticos y ahora de los chavistas.

Mujica, y su esposa, la senadora Lucía Topolansky, viajaron a Cuba en visita oficial y participan en los festejos para conmemorar el 60 aniversario del fracasado asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba  el 26 de julio de 1953.

Hace seis años, un dia como hoy, en un discurso pronunciado en la ciudad de Camaguey, para conmemorar ese descalabro, Raúl Castro prometió un vaso de leche para cada cubano.

“Hay que borrarse de la mente eso de hasta los siete años, llevamos 50 años  diciendo que hasta los siete  años. Hay que producir leche para que se la tome todo el que quiera tomarse un vaso de leche” dijo Raúl.


Aceptando que ese deseo no fuera pura demagogia habría que concluir , seis años más tarde, que esa buena intención ha quedado en el empedrado camino de la ineficiencia socialista.

Por eso digo que a sus 78 años, Mujica, un curtido revolucionario tupamaro que ha madurado en el ejercicio democrático de la política, puede tener la mejor voluntad, pero ya no puede darle la mano que quisiera a Raúl. No es nada personal, es el sistema.



Por lo demás parece que Mujica disfrutó en La Habana un encuentro personal con Fidel Castro que lo definió así:

“Una conversación demasiado arborescente, hablamos de todo, qué se yo, pero me encontré con un anciano que sigue siendo brillante, siempre promotor de ideas", dijo Mujica a varios medios de prensa, a propósito de su reunión con Castro en la noche del miércoles.

El mandatario uruguayo, destacó que Fidel "está enfrascado en impulsar una experimentación en biología" para "encontrar vegetales del área tropical que sirvan para la fabricación de pienso para la comida de los animales".

"Atrás de esta idea: dejar la mayor cantidad de granos posible para la alimentación humana", aseveró Mujica, al comentar que el expresidente cubano "está lleno de semillas, de plantas, de variedades que está impulsando y le da un motivo a la existencia".

Bueno en eso de los experimentos de Fidel, el pobre Mujica no creo que esté muy al tanto. Es un vicio que ya le viene de tiempos atrás. Y ahora que hablamos de leche es bueno recordar que este Fidel que hoy experimenta para darle un motivo a su existencia como dice Mujica, le prometió a los cubanos el 2 de enero de 1969, durante un discurso en La Habana:

“Y habrá algo más de un litro no solo para todos los niños, sino para todos los ciudadanos de este país y en fecha ciertamente  no lejana"

Tomado de EL TIMBEKE BLOGSPOT

Sin duda que los Castro tienen un sentido muy particular de la lejanía.

Publicado por en 19:34

 
Intriga en el Canal PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Sábado, 27 de Julio de 2013 19:54

Por Pedro Corzo.-

El reciente incidente en el Canal de Panamá en el que están involucrados los gobiernos de Cuba y Corea del Norte por transportar armas de manera ilegal ha generado una situación de carácter internacional muy complejas, que testimonia en cierta medida una alianza poco divulgada entre las dos dictaduras más nefastas del Siglo XXI.

Se especula mucho si las armas eran para ser reparadas y devueltas a Cuba, o si simplemente era una forma de violentar el embargo de suministros bélicos que pesa sobre la dictadura norcoreana, pero lo que sí se puede suponer es que ésta no es la primera vez que este tipo de operación la realizan ambos gobiernos.

Los gobernantes de Corea del Norte y Cuba han estado involucrados en el tráfico ilegal de armas desde que conquistaron el poder. La droga ha sido otro pingüe negocio, vender narcóticos  a los países occidentales es muy rentable, tanto económicamente como políticamente, todo depende del objetivo.

Los regímenes de La Habana y  de Pyongyang tienen muchas cosas en común, entre las que se destacan sus constantes denuncias contra supuestos acosos y agresiones de que son víctimas de parte de las grandes potencias, en particular Estados Unidos.

Cuba y Corea del Norte, han demostrado a través de los años ser estados agresivos, patrocinadores del terrorismo, pro-motores de la subversión, la desestabilización de sus vecinos,  y violadores sistemáticos y permanentes de los derechos de sus ciudadanos.

Por otra parte ambos estados, aunque con bases culturales diferentes, tuvieron su origen, real o aparente, en el totalitarismo marxista, a la vez que militarizaron de forma extrema  sus respectivas sociedades.

Otro aspecto que les vincula, es que Cuba y Corea del Norte están gobernadas por dinastías, lo que sumado a lo antes expuesto, permite considerar que los vínculos entre ambos gobiernos son más estrechos que lo que dejan suponer las visitas oficiales, acuerdos y declaraciones.

No hay dudas que La Habana y Pyongyang no han cosechado éxito en mejorar las condiciones materiales y espirituales de sus pueblos, pero han triunfado ampliamente en su principal propósito de conservar el poder

La dinastía  de los  Castro se ha impuesto en Cuba por cinco largas décadas, pero los coreanos le superan, porque han gobernado el país por más de 60 años.

La conservación del poder de ambas dictaduras se origina en sus respectivas capacidades represivas, pero también en sus habilidades para maniobrar y manipular a la opinión pública nacional e internacional y en hacer aliados que en momentos de crisis, pueden servirle de sombrilla protectora.

Representar el papel de víctima es un manido recurso de ambos regímenes.

Cuando las autoridades de la isla fueron interpeladas por la panameñas en relación a la nave abordada que procedía de un puerto cubano-el barco Chong Chon Gang había sido afrontado por no emitir señales  requeridas por las leyes marítimas, lo que hizo suponer a los panameños que transportaba drogas--  sus pares de La Habana contestaron que el buque no acarreaba narcóticos, solo azúcar "donada" al pueblo norcoreano por el cubano.

En ese momento los funcionarios cubanos con arrogancia o menoscabando la inteligencia de los panameños, guardaron silencio  sobre las armas que ilegalmente transportaba el navío, violando a conciencia regulaciones del Canal de Panamá y el embargo de Naciones Unidas a Pyongyang.

Los resultados de este suceso están por verse. Cuba técnicamente violó el embargo de armas impuesto a Corea del Norte por Naciones Unidas, lo que debería implicar sanciones para La Habana, al margen de lo que disponga Estados Unidos que tiene conflictos históricos con la dictadura cubana y permanentes y críticos con la norcoreana.

Muchos cuestionamientos generan este incidente, independiente a si hay o no un regular trasiego de armas entre los dos países.

Se puede suponer que es un negocio independiente de unos de los poderosos de la isla, como parte del cuentapropismo tan en boga en los predios castristas.

Pero si fue la nomenclatura la que tomó esta decisión, es por motivos políticos, porque para el castrismo  lo económico está siempre en un segundo plano.

El gobierno de la isla ha demostrado  tener un agudo sentido de la oportunidad y ha estado siempre dispuesto a correr cualquier riesgo cuando cosecha beneficios, por lo que cabe la pregunta,  por qué esconder armas en un buque "quemado" por su vasto historial de ilegalidades y que por demás, debía cruzar una vía interoceánica altamente vigilada.

¿Qué gana el castrismo con esto? Corea del Norte podrá estar desesperada por adquirir más equipos, que aunque de tecnología antigua,  pueden ayudar a su eventual defensa, pero los Castro que proclaman estar produciendo cambios al interior de la isla, por qué se compra esta camisa de once varas.

 
Lo que nunca absolverá la historia PDF Imprimir E-mail
Escrito por Indicado en la materia   
Viernes, 26 de Julio de 2013 12:55

Por Eugenio Yáñez.-

Si algo hay que reconocerle al castrismo es su infinita capacidad de tergiversar la realidad para interpretarla siempre a su favor. Tenebrosa habilidad que ya cumple sesenta años afectando la vida de todos los cubanos, en un sentido o en otro.

Todo comenzó con un rotundo fracaso militar el 26 de julio de 1953, producto del proyecto irracional de un líder irresponsable, con objetivos utópicos, mal planificado, pésimamente ejecutado y peor dirigido, que al final del día dejó por resultado decenas de muertos, la mayoría no en combate, sino tras los asaltantes haber sido capturados, torturados y asesinados por las fieras del gobierno dictatorial de entonces.

Se ha hablado y escrito bastante sobre el ataque en muchos lugares y momentos, por lo que no hay que insistir en esos aspectos. Sin embargo, es oportuno destacar que ese grosero fracaso y colosal irresponsabilidad son los factores medulares que fundamentan la fiesta nacional más importante de la llamada revolución cubana.

Así se justificó un proceso que desechó la celebración tradicional de las fechas de inicio de las dos guerras de independencia del siglo XIX, así como la del día de la fundación de la República de Cuba —a pesar de que nació lastrada con la Enmienda Platt— para establecer como la única gran efemérides nacional, a celebrar por todos, la evocación del fracaso militar y la exaltación de la irresponsabilidad política y social.

Y todo a través de actividades políticas solemnes condimentadas con carnavales, algún pan con lechón, mucho alcohol, y cientos de invitados extranjeros disfrutando en Cuba del turismo solidario que pagan los cubanos sin que se les haya consultado nunca si están de acuerdo en pagarlo, en lo que ha venido a convertirse en una casi perfecta y excelente versión tropical y socialista del pan y circo romano.

Cuando Raúl Castro se quejaba hace algunos días de la pérdida de valores cívicos y ciudadanos por parte de los cubanos de la Isla, a quienes acusó de aprovecharse de la supuesta nobleza de la supuesta revolución, y llamaba a recuperar todo lo que se había perdido de virtudes y comportamiento adecuado en sociedad, podía haber planteado, de haber sido honesto consigo mismo y no pretender escurrir el bulto, que los problemas comenzaron desde el mismo momento en que se elevó el fracaso a nivel de fiesta nacional, se exaltó la irresponsabilidad como virtud, se identificó la alegría ciudadana con el consumo de alcohol y el libertinaje, y se entronizó la manipulación y tergiversación de los acontecimientos como historia oficial.

Nada de eso lo estableció ni lo provocó el imperialismo yanki, la mafia de Miami, los disidentes, la Ley de Ajuste Cubano, los agentes de la CIA, el bloqueo, la sequía, los mercenarios, los huracanes, los bandidos, el cambio climático, o la gusanera. Porque, al contrario, todo ha sido obra de los que hoy detentan el poder en Cuba y lo han detentado por más de medio siglo, sin elecciones libres ni consultas populares, esos “líderes históricos” que muestran con orgullo, para situarse por sobre todos los demás cubanos y hasta por sobre las leyes y la nación, que ellos fueron los que comenzaron precisamente con el asalto al Moncada aquel 26 de Julio de 1953.

Es decir, que la legitimidad vitalicia que siempre han pretendido y pretenden los “dirigentes revolucionarios”, y que con tanto esmero y placer le reconocen sus amanuenses del patio o en el extranjero, se fundamenta en la evidente irresponsabilidad, en haber fracasado estrepitosamente, en haber llevado el país a la ruina, y en haber demostrado desde el primer momento la condición de invencibles de los vencidos.

Podría estarse discutiendo demasiado tiempo sobre las promesas y los resultados demostrados por ese liderazgo histórico, pero para juzgar fría y objetivamente sus verdaderos logros basta con mirar, una vez más, lo que prometió Fidel Castro en el llamado Programa del Moncada, que supuestamente expresó en su discurso conocido como La Historia me absolverá —y digo supuestamente porque la única versión existente es la que ofrece el mismo interesado— y que puede resumirse en el siguiente párrafo, que aquí se desglosa en oraciones para beneficio de los lectores:

“El problema de la tierra,
el problema de la industrialización,
el problema de la vivienda,
el problema del desempleo,
el problema de la educación y
el problema de la salud del pueblo;
he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos,
junto con la conquista de las libertades públicas
y la democracia política”.

Podríamos hablar ahora durante mucho tiempo sobre las tierras sin cultivar en el país y la incapacidad de producir alimentos en los campos cubanos, del descalabro de todas las industrias cubanas en todas partes, del lamentable estado del parque de viviendas para los cubanos de a pie en todo el país, de la situación real del desempleo en estos momentos, de los abrumadores problemas en la educación y el fraude escolar, y del continuo deterioro de “la salud del pueblo”, esos seis puntos a los que Fidel Castro prometió, en su discurso de 1953, encaminar resueltamente los esfuerzos para encontrar soluciones. A lo que habría que añadir la conquista de las libertades públicas y la democracia política, según dijo el tantas veces vencido invencible Comandante.

Juzguen los lectores por sí mismos:

¿Se ha cumplido en algún momento el programa del Moncada?

¿Podrá la historia absolver al líder “histórico” de la llamada revolución cubana?

Tomado de CUBAENCUENTRO

 
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