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Escrito por Indicado en la materia   
Domingo, 31 de Julio de 2022 15:07

La Habana.

Por RAFAELA CRUZ.-

Cuando la miseria es homogénea y crónica, es posible llegar a asumir, interiorizar, aceptar la vileza como natural. La corrosión ambiental termina por carcomer el espíritu, ese que San Pablo diferenciaba del alma e identificaba con la voluntad de hacer. La miseria, sobre todo la que viene con desesperanza, roe el brío y ahoga el vigor.

Nuestro decorado vital es una ciudad (La Habana) sucia, agrietada, grotesca, que solo embellece cuando se la mira desde la ventanilla de un avión que despega. Nuestra melodía de fondo es la cabrona circunstancia de la vulgaridad por todas partes. ¿Está Cuba maldita?

La insularidad que forjó lo cubano ha exacerbado también una bipolar conciencia de chovinista particularidad, que se torna a veces ridícula soberbia, a veces fatalismo auto percibido. El mismo convencimiento de lo "especiales" que somos nos lleva con frecuencia a pensar que en el ADN nacional está impreso el ethos pegajoso, pastoso, grisáceo que es la monótona vida cubana actual. Hemos aceptado que somos miserables, nos hemos denigrado.

Pero es errado creer que la miseria es insondable y que La Habana, indefectiblemente, se desmoronará balcón a balcón. Cuba no está maldita.

Mirando en retrospectiva, si nuestra mente funcionara según los esquemas de la ciencia de hace cien años, en plena efervescencia eugenésica, creeríamos que la miseria cubana es cuestión racial, valorando si quizás estamos como país expiando la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón en 1492.

Unos años después, leído de Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo, quizás estaríamos convencidos de que Calvino y Lutero eran la base de la modernidad, por lo que el papismo sería la raíz de nuestro atraso con respecto al vecino del norte, no tendríamos duda de que el subdesarrollo latino es cultural.

Pasando la mitad del siglo, probablemente, la discusión se centraría en la geografía —geopolítica diríamos pomposamente— y en los determinantes de estar situados en cierta latitud, con acceso a más o menos animales y plantas domesticables, a grandes masas fluviales, a diferentes climas y recursos minerales que permitieran un desarrollo temprano y una industrialización posterior; el enfoque ecológico da buenos argumentos para explicar las grandes divergencias entre civilizaciones.

Geografía, cultura, genética; natura y nurtura tienen en común lo definitivo y externo, la acomodaticia condición de ser "aquello que nos pasó", y que hagamos lo que hagamos no podremos fracturar las cadenas heredadas… pero no es así.

Hoy sabemos que ni la concentración de judíos o mormones —otra secta acusada de enriquecimiento oprobioso— explica el desarrollo, ni lo explica la cultura, la religión o los recursos naturales que hayan tocado en suerte.

El progreso de un país depende exclusivamente de sus instituciones, siendo una institución no un enorme edificio neoclásico, sino un procedimiento abstracto formalizado que facilita la cooperación comunal, ordena y estandariza el comportamiento de las personas dentro del grupo, y proporciona un esquema externo al que adscribir la actuación individual.

Instituciones son el lenguaje, la moral, la ética, el dinero, la familia o el Estado, entes que son segregados por la evolución a partir de la fricción constante entre los individuos. Nadie las inventó, pero todos vivimos, aun sin ser conscientes de ello, en el marco y las referencias que estas instituciones proveen para poder entendernos y coordinarnos mediante supuestos tácitos aceptados socialmente.

La prosperidad económica depende, sobre todo, de cómo interactúen las instituciones establecidas en cada país con dos ideas o concepciones sociales: la propiedad privada y el ánimo de lucro.

Si las instituciones son plataforma de transparencia, seguridad y previsibilidad con respecto a la propiedad y a los frutos que de ella se obtengan, y si la cultura, el discurso público y la visión compartida acogen el ánimo de lucro como una virtud, está garantizado el progreso en esa sociedad, que será más rápido cuanta más bondad institucional haya hacia la propiedad privada y el ánimo de lucro.

"Enriquecerse es glorioso", afirmó el Primer Secretario del Partido Comunista de China Den Xiaoping, dando así el pistoletazo de salida para la economía más dinámica de los últimos 30 años. Cambió de golpe la orientación de las instituciones chinas, hasta ese entonces ariscas y criminales con la propiedad y el ánimo de lucro.

200 años antes, Adam Smith tenía claro que "un hombre que no es capaz de adquirir propiedad o dominio no puede tener otro interés que comer lo más que pueda y trabajar lo menos posible". Cuba debe alejarse de las demagogias que prometen justicia social, igualdad y redistribución, para centrarse en el concreto mimo de la propiedad y el lucro; así, los cubanos dejarán de ser como el hombre de Smith, devoradores, y podrán cultivar el ahorro y la inversión.

Y no es que la justicia o la equidad no sean importantes, pero no pueden ser impuestas. El abogado y Nobel de Economía Ronal Coase afirma que las buenas instituciones —aquellas que sintonizan con la propiedad y el lucro— promueven espontáneamente sociedades más inclusivas que tienden a la desconcentración de la riqueza, mientras que una mala institucionalidad genera dinámicas extractivas con tendencia a concentrar la riqueza en una élite política-financiera que empobrece al resto.

El futuro de ningún país está cincelado en piedra. No hay cultura, raza o geografía determinando nuestro devenir como nación cubana. Serán las instituciones de las que nos dotemos las que determinen nuestra "suerte". Que unos malditos se hayan robado la isla, no significa que la isla esté maldita. ¡Ánimo cubanos!

DIARIO DE CUBA

Última actualización el Domingo, 14 de Agosto de 2022 16:28
 

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